El futbolero emocional
A Simeone es imposible explicarle sin la pelota porque desde su relación con el deporte ha construido su personalidad
Sensible, áspero, porteño afilado, bromista irónico, desafiante, autoritario e intimidante desde esa silueta cincelada de machaca de gimnasio que se acrecienta cuando luce gafas de cristal de pera. Duro hacia afuera y tierno con los suyos, le marcaron las imágenes de la épica de superación de los entrenamientos de Rocky, igual que le embaucó Whitney Houston cuando era un quinceañero. Transparente hasta clarear su lado más retorcido, como a todo individuo que se alimenta de las emociones, a Diego Pablo Simeone (42 años, Buenos Aires) se le ve venir de lejos en todos los planos sobre los que se proyecta.
Es uno de esos competidores empedernidos instalado en esa dimensión en la que la derrota permanece más latente en su interior que la victoria. Es imposible explicarle sin el fútbol porque desde su relación con la pelota se puede elaborar un tratado antropológico: sentido de clan y de pertenencia para gobernar el vestuario, realización individual y colectiva a través del grupo y códigos internos y externos para manejarse y cambiar de piel según contexto. Si va a Milán, habla italiano en la rueda de prensa, se corta esas puntas abiertas de la nuca que le daban un aire macarrónico y luce facha, como dicen sus paisanos. En el campo, por superstición, se reviste de un negro solemne que le da aires de capo de banquillo. Su último corte de pelo se lo ha copiado a un jugador suyo, el belga Toby Alderweireld. Si está entrenando, camina en silencio por la hierba con los aires caciquiles que le grabó Passarella en su infancia, jalea acciones o se apoya contemplativo en un palo para fiscalizar con mirada analítica y, a veces, cuartelaria.
Vive y revive los partidos mentalmente antes de disputarse, se le aparecen jugadas o jugadores cuando el ocio no le llena", dicen en su entorno
También concede espacios para rebajar la presión, como cuando este año, antes de un derbi, le espetó al Mono Burgos “siempre fuiste blanco”, tras señalar este una falta a favor del equipo que pachangueaba con peto de ese color. La emoción le embarga y le humedece los ojos cuando habla con sus hijos por teléfono antes y después de los partidos como hizo el sábado. A su padre, con tanto respeto como cercanía, se dirige como Simeone y le da abrazos de oso como el del Camp Nou.
Se puede decir que, desde el fútbol, El Cholo, apodo con el que le bautizó un entrenador de la cantera de Vélez, ha construido un carácter que ha desembocado en un futbolero emocional con sobredosis pasionales. “Cuando hace zapping y la pantalla se pone verde ya no cambia”, bromean los que han convivido con él. Vive y revive los partidos mentalmente antes de disputarse y se le aparecen jugadas o jugadores cuando el ocio no le llena. A la palabra futbolero le da vida en toda su extensión, ya sea interpretando los tiros a los postes con dichos ingeniosos — “si no existieran, las redes no se podrían colgar”— o peleando porque los recogepelotas de la final de Copa ganada al Madrid en el Bernabéu fueran de los dos equipos y en la misma cantidad.
Como se crió alrededor de “pelota, pelota y pelota”, conoce la calle para interpretarla desde su lado más vivo. Y como también creció y maduró en torno al juego, no separa el fútbol de su vida porque le dio valores innegociables que aplica igual fuera que en la caseta: esfuerzo, solidaridad y la revalorización del equipo como grupo creado con un único fin, ganar. “No es solamente una Liga, es algo mucho más importante lo que estos chicos les transmiten a ustedes: si se cree y se trabaja, se puede”, exclamó ayer. El sábado, antes del partido que le dio la Liga al Atlético, proyectó imágenes de los goles más decisivos del curso trufadas con declaraciones de sus jugadores. En ellas repetían mensajes como el “partido a partido” o frases que ensalzaban la importancia de ser un equipo.
En su discurrir hasta alcanzar el título, ya intuía en julio que el estilo de juego y el equipo construido podía acabar con el duopolio Madrid-Barcelona. Hacia fuera, Simeone no empezó a airear la posibilidad de pelear la Liga hasta pasado el ecuador del campeonato, aunque antes ya jugaba con “no es lo mismo ser segundo a ocho puntos del líder que a dos”, como cuenta su preparador físico Óscar Ortega. Hacia dentro, desde esos primeros días de verano en San Rafael, siempre tuvo el pálpito de que lo imposible podía ser posible “siempre y cuando no nos salgamos de lo que sabemos hacer”. En la cadena de triunfos inicial, y ante la madrugadora pregunta de si el equipo era aspirante al título, redobló su mensaje del “partido a partido”. Para entonces ya había elegido a Diego Costa como lanzador de penaltis por delante de Villa, el gran fichaje del verano. Esta fue la decisión que terminó por reforzar la jerararquía de Costa.
No empezó a airear la posibilidad de ganar la Liga hasta pasado el ecuador del campeonato
Si en el triunfo es prudente, como jugador aprendió que en el fútbol cuando se hincha el pecho no te lo pinchan, sino que te lo revientan, en la derrota, en ocasiones, apareció ese Simeone un punto revanchista con la prensa, aunque también humilde para reconocer errores. Tuvo una mala respuesta con un periodista tras la derrota en Pamplona (3-0), el peor partido del curso, aunque a la semana siguiente rectificó. Le cuesta aceptar la crónica periodística porque dice que “es a posteriori”. Tampoco le gustan las malas caras en el vestuario y a más de un jugador, figura, titular o suplente, le ha castigado con el banco o la grada cuando ha torcido el morro en exceso.
Aquel traspié de Pamplona fue el segundo consecutivo a domicilio (2-0 en Almería), pero sobre todo, se dio con Diego Ribas en el campo, que contabilizaba por derrotas sus primeras cuatro apariciones en el once titular, esas dos de Liga y las dos en las semifinales de Copa con el Madrid. Esto le puso en la línea de fuego de lo que más le quita el sueño como entrenador. “Le preocupa mucho que los jugadores perciban que no es justo”, dice Ortega. Había presionado sobremanera a la dirigencia para que llegara Diego y también había logrado la cesión de Sosa, otra petición expresa. Los dos tuvieron oportunidades nada más llegar, sin apenas entrenamientos, y esas derrotas contribuyeron a que algunos jugadores empezaran a percibir la injusticia que tanto trata de evitar. Rectificó, rebajó a Diego, le dio la titularidad Raúl García por encima de Villa y proclamó: “No tengo compromiso con nadie”.
Después de 18 años ha hecho campeón al club que le caló hasta los huesos como jugador. La hinchada le reconoce como uno de los suyos y le reverencia cada partido con ese Ole, Ole, Ole, Cholo Simeone, que es una manera de decir “Atlético por siempre” y también elegir una manera de vivir el juego. Y la vida misma.
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