Jugando a ser Eisenhower
La vista del hoyo 17 es totalmente diferente desde que en enero cayera el árbol que hizo famoso el presidente
Miren esa primera imagen. Es, según el Masters, la última foto hecha al famoso árbol de Eisenhower a la izquierda de la calle del hoyo 17. Es en invierno pasado, con el campo espectacularmente cubierto de nieve, tan blanco que cuesta creer que sea el mismo que ahora brilla de un verde majestuoso. En enero, una tormenta acabó con el legendario pino de 210 años (mucho más antiguo que el propio campo de Augusta, antes zona de pastos, naturaleza salvaje). El árbol era una institución desde que el presidente Dwight Eisenhower, amante del golf y socio del Augusta National, mandara una y otra vez la bola a sus ramas. Porque no era un ser cualquiera, sino uno de 20 metros de altura que ocupaba buena parte de la calle del 17, a unos 190 metros del tee, y que obligaba a los golfistas a ir con mucho cuidado si no querían chocarse con él. Lo padecieron todos los jugadores, desde Seve a Olazábal y Tiger, que precisamente se lesionó en 2011 en una rodilla al obligarse a una postura forzada para sacar la bola de la pinaza.
Según Jiménez, el hoyo es ahora más justo porque no beneficia a los pegadores
Tan cabreado estaba Eisenhower que en 1956, siendo presidente de estados Unidos, pidió formalmente que lo talaran. El presidente de Augusta, Clifford Roberts, se negó. Tachó la propuesta de la orden del día y ni siquiera se debatió. Y el pino no solo se salvó, sino que desde entonces fue conocido como el árbol de Eisenhower.
Pero lo que no consiguió Eisenhower lo logró la naturaleza. Una tormenta en enero le dejó herido de muerte. “La pérdida del árbol de Eisenhower es una noticia difícil de aceptar”, explicó el actual presidente, Billy Payne. “Hemos hecho todo lo posible, hablamos con los mayores expertos del mundo en botánica, pero por desgracia era imposible salvarlo”.
Y ahora…
… esta es la nueva imagen del hoyo del 17. Muchos aficionados acuden a contemplar la nueva estampa de la calle. Cierran los ojos recordando al viejo árbol, y cuando los abren descubren que el campo parece otro desde ese sitio. La calle se ve mucho más amplia, el horizonte despejado. De alguna manera juegan a ser Eisenhower. Se imaginan golpeando la bola sin miedo y a esta volando libre. El presidente estaría ahora más tranquilo desde el tee, aunque seguramente también echaría de menos a aquel puñetero y precioso pino. Y mientras Augusta piensa qué homenaje rendirle, jugadores como Jiménez lo ven ahora “un hoyo más justo”, puesto que antes los pegadores tenían ventaja al poder saltar la barrera con sus bolas altas y los demás debían hacer malabarismos.
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