Osasuna empata con el corazón
La Real vuelve a padecer su falta de físico para aguantar un resultado favorable
Hay equipos que disfrutan con el balón y otros que sufren con él. La Real es de los primeros, de esos que gozan cuando lo sienten en su bota y lo circulan con el vértigo como indicativo. Osasuna es de los segundos: le quema tanto que prefiere adorarlo solo cuando lo ve quieto, amansado por una falta esperando el tacto tranquilo y pausado de la bota. Cuando el balón se mueve, Osasuna es un volcán que entra en erupción aún a riesgo de que la lava le queme el cuerpo. Más que atacar, parece que huye de su campo. Quizás por ello sus desajustes defensivos resultan clamorosos.
Tanto huye de sí mismo que a los siete minutos los dos centrales se fueron de excursión sin rumbo fijo y dejaron un pasillo de chalet de lujo para un inquilino no menos lujoso, Carlos Vela, que acabó habilitando a Chory Castro para que batiera a Andrés Fernández. La excursión de sus centrales le salió cara a Osasuna. Por momentos parecía que los jugadores rojillos se acababan de conocer en el vestuario, unos minutos antes del partido. Les costó conocerse porque en el primer minuto de la segunda mitad repitieron la escena del desconcierto en una acción que remató Zurutuza mientras los jugadores osasunistas se miraban a los ojos sin ver nada.
OSASUNA, 1- R. SOCIEDAD, 1
Osasuna: Andrés Fernández; Bertrán, Loties, Arribas, Damià (Oier, m. 86); Silva, Loé; Cejudo (Lobato, m. 72), Roberto Torres, Armenteros (De las Cuevas, m. 36); y Oriol Riera. No utilizados: Riesgo, M. Flaño, Acuña y Puñal.
Real Sociedad: Bravo; Carlos Martínez (Ansotegi, m. 88), Mikel González, Íñigo Martínez, De la Bella; Bergara, Elustondo; Carlos Vela, Zurutuza (Canales, 78), Chory Castro (Griezmann, m. 67); y Agirretxe. No utilizados: Royo, Seferovic, Rubén Pardo y José Ángel.
Goles: 0-1. M.7. Chory Castro. 1-1. M. 58. Oriol Riera.
Árbitro: Fernández Borbalán. Amonestó a Armenteros, De las Cuevas, Carlos Vela, Loe, Chory Castro, De la Bella, Loties, Roberto Torres, Arribas y Canales.
Unos 18.000 espectadores en El Sadar.
La Real tenía el partido a su medida: por delante en el marcador, la defensa rival desorientada y muchos metros para que Vela y Chory Castro corrieran a su gusto. Arrasate había preferido garantizar el físico en el centro del campo en detrimento de la sabiduría de Canales o Rubén Pardo. Era partido para gladiadores y por eso eligió a Bergara, su centurión, y a Elustondo, como ayudante, para contener a un rival que se mueve por arreones, así que las alegrías cuanto más lejos de Bravo, mejor.
A medida que el balón se movía, crecía la Real, aunque padecía el empequeñecimiento de Carlos Vela, demasiado ocupado en asuntos personales con el árbitro o con sus marcadores. A todo no se puede estar y el delantero mexicano eligió el peor de los asuntos. Eso lo padecía Agirretxe, muy desatendido en su porfía en el área, y eso hacía crecer la autoestima de Osasuna. Tres veces a balón parado suspendió Oriol Riera a la defensa de la Real, pero a la cuarta llegó la vencida, y el delantero osasunista cazó con la cabeza una falta sacada por Roberto Torres, ante la apatía de Mikel González, que ni siquiera saltó, y la sorpresa de Bravo, que no esperaba ese remate.
No era tarde para la lírica defensiva. Y eso supone que Osasuna encuentra la vía por la que navega con mayor comodidad: transiciones rápidas, fútbol concreto y centro de Roberto Torres, a ser posible. Sostenido el equipo navarro por Silva y empujado por Torres, el único navarro del equipo, fue encajonando a la Real, que solo había inquietado en la segunda mitad en la acción referida de Zurutuza y en un despeje o disparo de Íñigo Martínez desde el costado izquierdo del centro del campo que se fue al larguero del asustado Andrés Fernández.
La gasolina que le faltaba a la Real le sobraba a Osasuna. El equipo de Arrasate tenía una oportunidad manifiesta de asomarse al balcón de la Champions pero le falta alimento para una autopista tan veloz. Y Osasuna, acuciado por el descenso, con cinco derrotas consecutivas, no podía permitirse más errores no forzados. Su acoso final fue el típico de El Sadar: el de un equipo al que se le sale el corazón por boca y que encuentra en ese músculo la mejor medicina para sus males.
Arrasate dio entrada a Griezmann, muy alicaído en las últimas jornadas, y a Canales para meterle velocidad, en un caso, al partido, y tacto en el otro. Pero ya era tarde. La Real había asumido que el empate no era tan malo y que respiraba con dificultad. Tanto aire le faltaba que incluso en el tiempo de descuento, Íñigo Martínez se interpuso desde el suelo en un disparo que tenía muy mala pinta para Bravo, y en el último suspiro, el portero chileno tuvo que sacar un sobresaliente en reflejos en un disparo de Silva. Al final el debate sobre el balón se quedó en tablas, pero prevaleció el corazón y ese ya se sabe que Osasuna lo expone cada día al máximo esfuerzo.
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