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Eusébio vive para siempre

Miles de aficionados han llenado desde la tarde del domingo la capilla de ardiente con el cuerpo del jugador, fallecido ayer a los 71 años

Antonio Jiménez Barca
La estatua de Eusébio, cubierta de flores y bufandas
La estatua de Eusébio, cubierta de flores y bufandasJose Sena Goulão (EFE)

Lisboa, en un día feo, ceniciento y frío, dijo adiós a Eusébio, convertido ya para siempre en mito portugués. De hecho, en el país no se habla de otra cosa sino de la figura creciente de este futbolista que marcó para siempre el deporte luso desde sus gloriosos años sesenta. Portugal sigue, de hecho, en estado de choque, paralizada. Así ha estado desde que en la madrugada del domingo se anunciara la muerte del futbolista a los 71 años. Las televisiones, las radios y los periódicos se han quedado enganchados a las imágenes y a los testimonios que hacen referencia a la Pantera Negra y da la impresión de que les va a costar salir de ahí. Las cadenas retransmiten en directo las distintas ceremonias que jalonan la despedida del futbolista y se suceden los comentarios, los recuerdos y las anécdotas de todos cuantos tuvieron algo que ver con él: desde los políticos veteranos que recuerdan su mítico partido del Mundial de 1966 contra Corea del Norte a los humoristas más jóvenes que recuerdan haberle visto en el aeropuerto o los incontables anónimos que llaman a la radio para acordarse, simplemente, de su maravillosa forma de jugar o su sencilla manera de ser.

Muchos piden que sus restos mortales descansen en el Panteón Nacional

La capilla ardiente se volvió a abrir este lunes por la mañana en el Estádio da Luz del Benfica y al mediodía, horas después, el féretro del jugador fue trasladado hasta el césped del campo. Ante 15.000 seguidores que aguantaban un aguacero de invierno, fue instalado en el círculo central para rendirle el último homenaje desde un terreno de juego. A pocos metros, fuera del campo, en la entrada del estadio, su estatua de bronce se había llenado de bufandas y de flores. Alguien le había colocado una corona para recordar que también a él, además de a Pelé, le llamaban El Rey. Luego, en un coche, escoltado por motoristas de la policía, recorrió el centro de Lisboa. En una de estas calles, la Federación Portuguesa de Fútbol desplegó, en la fachada de su sede, un impresionante cartel en el que se leía: “Los genios siempre viven”.

En el Ayuntamiento de la ciudad recibió otro homenaje para partir después hasta el Seminário Franciscano da Luz, cerca del campo del Benfica, donde se ofició un funeral al que asistieron, entre otros, el primer ministro, Pedro Passos Coelho, y el presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva. Esto muestra hasta qué punto la muerte de este deportista ha sacudido un país que, de pronto, se ve sin uno de sus símbolos, más allá de los colores deportivos, más allá del deporte mismo.

El país ha perdido a uno de sus símbolos más allá del deporte

Muchos comparan hoy a Eusébio con la también mítica Amália Rodrígues, la universal fadista que colocó la música popular portuguesa en el mundo y cuya muerte en 1999 también estremeció Portugal. La fadista y el futbolista, los dos héroes populares de un país que en los años de la dictadura se cerró sobre sí mismo, los dos héroes de la gente que supieron después sacudirse la roña de Salazar y sobrevivir a su propio tiempo. De hecho, muchos (entre otros varios políticos) piden ya que los restos mortales de Eusébio, que reposarán en el cementerio lisboeta de Lumiar, sean trasladados, dentro de unos años, al Panteón Nacional, que alberga sólo, con la excepción, precisamente, de Amália Rodrigues, escritores insignes, presidentes de la República y políticos indiscutibles. Un seguidor del Benfica reclamó eso en la televisión: “Yo ya sé que Eusébio no es un hombre de letras. Pero poseía la cultura del fútbol”.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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