Un empate infeliz en Anoeta
La Real Sociedad y el Sevilla, con distintas armas, logran un escaso botín
Si el fútbol es para listos, no lo es menos para las liebres. Cuando listos y liebres se asocian, lo convierten en una sociedad limitada que mira el gol a velocidad de vértigo. El listo era Rakitic, ejerciendo de jefe, sin horario y sin más misión que alimentar a sus liebres, abrirles todas las puertas del campo y dar sentido a sus mil carreras. Las liebres eran Gameiro y Jairo; el primero disfruta moviendo las piernas como el correcaminos y mirando siempre a los ojos del portero, el segundo corre más porque tiene un ojo en la nuca que le dice que tiene que ayudar a su lateral si le meten en problemas. Al cuarto de hora, Rakitic cumplió con su misión y le dejó a Jairo con la puerta de Bravo abierta. El cántabro controló mal pero resolvió con arte cruzando el balón con técnica y picardía.
Eran balas contra piedras, porque la Real tiene plomo en los pies, como si Frankenstein les hubiera cambiado los zapatos. La Real no corre este año como corría, no despega y se somete a un examen técnico de precisión que por el momento no supera. Griezmann ejercía de mago Merlín al borde del área, pero el francés, que maneja como pocos el arte de las diagonales, adelgaza mucho cuando mira de frente y de espaldas el juego de ataque. Aún así tuvo la ocasión de empatar el partido y la malgastó por la prevalencia de la zurda sobre la derecha.
REAL SOCIEDAD, 1-SEVILLA, 1
Real Sociedad: Bravo; Carlos Martínez, Mikel, Iñigo, José Ángel; Carlos Vela, Markel, Rubén Pardo (Zurutuza, m. 84), Griezmann, Chory Castro (Seferovic, m. 63); y Agirretxe. No utilizados: Zubikarai; De la Bella, Ansotegui, Hervías y Elustondo.
Sevilla: Beto; Diogo Figueiras, Cala, Pareja, Alberto; Iborra, Cristoforo (Marin, m. 78), Jairo (Israel Puerto, m. 86), Rakitic, Trochowski; y Gameiro (Bacca, m. 78). No utilizados: Javi Varas; Coke, Rabello y Perotti.
Goles: 0-1. M. 17. Jairo. 1-1. M. 65. Griezmann.
Árbitro: Velasco Carballo. Expulsó por doble amarilla a Cala (m. 81). Amonestó a Diogo Figueiras, Rakitic, Cristóforo y Alberto.
25.086 espectadores en Anoeta (22.050 euros de recaudación).
Le falta a la Real la chispa que enciende el fuego. Y la chispa llega frotando el juego, algo que el Sevilla, bien armado, enfrió con una presión agobiante y una agrupación constante de futbolistas sobre todo para impedir el fútbol por las bandas, allí donde el equipo donostiarra encuentra su mayor disfrute. Tanto que cuando tras el descanso Arrasate reordenó su línea de tres y llevó a Griezmann a su espacio natural (la banda izquierda), el Sevilla empezó a conocer lo que es sufrir, algo que creía superado. Y con el partido roto, el duelo creció. El monólogo robo (cosa de Iborra o Cristóforo), contragolpe (asunto de Rakitic y Gameiro o Jairo), se convirtió en diálogo porque la Real buscó y halló las bandas y buscó y halló los centros. Uno, magnífico de Griezmann, lo despejó mal de puño Beto, y Vela (el fútbol es para listos) cabeceó al poste.
La discusión estaba planteada, pero la Real hablaba más alto. Y por alto llegó el empate, cuando Griezmann cabeceó un centro de Vela (con Cala dormido) y el rechazo de Beto lo empujó el francés a la red con salto de bailarín. Hablaba Griezmann y hablaba Jairo, ya convertido en un verso suelto del fútbol más conservador que el equipo de Emery había planteado tras el descanso. Pero el gol de Griezmann resolvía el mal mayor de la Real, la derrota, pero no resolvía los problemas del Sevilla.
Es la belleza de los partidos en los que el empate vale poco, casi nada, aunque queden muchos puntos por recaudar. Salvo que te quedes con 10, como el Sevilla, y tengas que hacer lo que no quieres: resistir. Y aunque el fútbol es para listos, a la Real y al Sevilla se les quedó cara de tontos.
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