Márquez escribe la historia
El español bate a Rossi en pleno Sacacorchos y se convierte en el primer debutante en ganar en Laguna Seca
Las huellas de sus frenadas dejan marca, como si cogiera un lápiz y dibujara a trazos la secuencia de sus logros. Marc Márquez escribe la historia con su desparpajo, su atrevimiento, su osadía, con la maestría de los veteranos y la irreverencia de los novatos, con ese derroche de simpatía que obliga al ídolo a rendirse a los pies de su imitador más brillante. El piloto de Cervera, ese chico que lidera el Mundial de MotoGP a los 20 y en el año de su debut, pagó a Valentino Rossi con su misma moneda: con un adelantamiento imposible en pleno Sacacorchos, asomó a aquella pendiente enseñándole la rueda delantera, le tomó el interior y levantó tanto polvo como aplausos acompañaron la maniobra: más allá del piano que delimita la pista, donde solo había osado a meterse el nueve veces campeón del mundo para humillar a Casey Stoner, allí donde se hacen los mitos, se metió Márquez, que descendió en picado camino de la curva Rainey para culminar el mejor homenaje que podía rendirle a su querido Vale.
Con un adelantamiento imposible en pleno Sacacorchos, le tomó el interior a Rossi y levantó tanto polvo como aplausos
Porque cuanto más difícil es el reto, más intríngulis siente, más busca los límites: los de la pista, los de la moto, los suyos. Nunca un debutante había ganado en Laguna Seca, una pista difícil y física, más allá de la mística del Sacacorchos; un trazado que no permite el descanso, sin largas rectas, con muchas curvas ciegas que esconden sus trampas y baches traidores que pueden costarte una carrera. Pero Márquez que lleva batiendo récords desde que empezó la temporada y se subió al podio en Catar, dice, y no miente, que trabaja mejor con presión. Le gustan los retos. Y qué mayor reto que ganar en Laguna y, de camino a la victoria, copiar el adelantamiento más espectacular que se recuerda en estas tierras.
Aquello ocurrió en la cuarta vuelta, pero antes y después el de Cervera, que declaró sentirse como en su pequeño pueblo leridano, bañada la mañana por una espesa niebla, se trabajó la victoria vuelta a vuelta, con un ritmo magnífico. Se colocó primero Stefan Bradl, desde la pole position; le siguió, tras una salida excepcional Rossi; y, tras ambos, que serían sus dos acompañantes en el podio, se situó Márquez. Intentó Jorge Lorenzo –que corrió infiltrado, al igual que Pedrosa, solo una semana después de la segunda operación de clavícula–, adelantar al de Honda en aquella primera vuelta para no perder comba con los de delante, pero no fue posible. Le adelantaría Bautista unas curvas más tarde. Y ya en la vuelta once le pasaría también Pedrosa. El esfuerzo de ambos, lesionados, fue encomiable. Conscientes de que se les ha colado al frente de la clasificación un despiadado rival, llevaron sus cuerpos al límite y lidiaron con el dolor y el cansancio durante 32 vueltas para no regalarle más puntos de los estrictamente necesarios. Se temían lo peor. Y ocurrió.
Ocurrió que Márquez, que lo primero que hizo nada más plantarse en Laguna Seca fue colocarse en el interior del Sacacorchos con su scooter y hacerse unas fotos, que se probó con la 1.000 en el entrenamiento del sábado para comprobar como era bajar aquello por una trazada menos diplomática, un atajo que le hiciera triunfar a lo grande, que se cayó un día antes de la carrera a unos 200 kilómetros por hora porque se empeñó en comprobar dónde estaban los límites de aquel viraje en subida, hizo aquello que no había hecho nadie nunca antes. Adelantó a Rossi en el cuarto giro y se fue a la caza de Bradl. El alemán, con un ritmo fantástico, que completó una carrera sin errores, casi perfecta, sucumbió también ante el implacable debutante. Le guió hacia el triunfo. Márquez empezó a recortar distancias desde la quinta vuelta y cuando, tras once giros, se colocó a tres décimas del germano decidió que aquella era una buena posición para aguardar a lanzar el ataque.
Y aguantó, pillo, porque era muy fácil perder la rueda delantera en cualquier descuido, porque era más sencillo dejar que Bradl hiciera el trabajo sucio por delante de él. Hasta que decidió que ya se encontraba en condiciones de volar solo. Faltaban 14 vueltas y el de Honda apuró la frenada en la última curva, la que da entrada a la meta, en bajada. Solo una vuelta más tarde ya le sacaba medio segundo al alemán. Fue abriendo distancias poco a poco, sin despistarse, estudiados los baches y las líneas buenas en los tres días que precedieron a la carrera. Y se coronó haciendo un caballito para cruzar la meta después de mirar hacia atrás, con superioridad, para comprobar que nadie pudo seguirle. Nadie puede, en efecto. Suma dos victorias consecutivas, tres en su estreno en MotoGP, más de las que logró Rossi, que no pudo más que buscarle al llegar al parque cerrado y fundirse en un abrazo con él.
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