Cara A y cara B
La costa del Atlántico tiene dos caras, dos paisajes, dos realidades diversas que hacen variar el entorno de un modo magistral en función de la marea. Es quizá la cara más sorprendente y genial de este océano. Ayer la marea baja en la Bahía de Mont Saint Michel estaba programada para las 16.00, una hora y media antes de que el último corredor, el líder Froome, cruzara la línea de meta.
Eso nos permitió disfrutar del paraje en el que disputaba la crono con mayor intensidad. Disfrutamos de la cara A de este lugar Patrimonio Mundial de la UNESCO, pero también de la cara B, de la parte oculta a las cámaras de los turistas cuyo mayor atractivo era el contraste. Contraste entre el verdor del bosque atlántico que cubría la ladera oculta, y la inmensidad arenosa marrón de la bahía, solo interrumpida por las grietas que esculpían los canales de agua que la atravesaban. El helicóptero no dejaba de recrearse en estas imágenes, que servían de fondo para reflexionar sobre lo que acaba de ocurrir en la etapa. El contraste entre lo que debería haber ocurrido para que la carrera siguiese viva, y lo que en realidad ocurrió. O el contraste por ejemplo entre la cara A del alemán Tony Martin, ganador de la etapa que defendía el honor de ser campeón del mundo de contrarreloj, con su cara B, la ofrecida durante esta semana de sufrimiento después de su caída del primer día. La foto que colgaron sus compañeros en Twitter hace unos días con la espalda del alemán en carne viva es reveladora del carácter luchador del alemán.
Vimos el contraste entre la rapidez de Martin, campeón mundial contrarreloj, y su sufrimiento anterior por una caída
Que el viento le perjudicó a Froome es un hecho, pero que el tercer clasificado —De Gendt— se dejase un minuto, o que el décimo —Castroviejo— casi dos, también lo es. Una victoria más que es también significativa sobre la cara B del ciclismo alemán, un deporte al que en su país se le mira con el ojo de la sospecha por los escándalos pasados de dopaje, pero que ya suma cuatro etapas ganadas.
También vimos la cara B de Froome, una cara que no es para nada desconocida, pero alejada de su carácter impulsivo y atacante cada vez que la carretera mira hacia arriba —ese que demostró en aquella arrancada sorpresa del repecho de Ajaccio, en el segundo día de carrera— . Su crono fue para enmarcar, y las diferencias conseguidas con sus rivales sentencian la carrera de un modo peligroso para el espectáculo: 3,6 segundos por kilómetro sobre Valverde, 3,4 sobre Mollema, sus dos perseguidores actuales en el podio, es mucha diferencia. Por no hablar de los 3,7 sobre Contador, el que de partida parecía el mayor rival del británico-keniano, o de los casi seis conseguidos sobre Quintana, el que a priori se postula como la mayor amenaza cuando la montaña vuelva a aparecer en el guion. Otro que buscó el contraste fue Porte, el compañero del líder, que disputando a tope una etapa en la que se clasificó en cuarta posición quiso borrar de un plumazo las dudas sobre su rendimiento en la etapa reina de los Pirineos.
Hemos llegado al ecuador del Tour y las diferencias en la general ya asustan. Froome dice que ve a Valverde como su mayor rival en este momento, que se encuentra ahora a casi tres minutos y medio. Su mayor rival ahora es él mismo, eso lo sabe bien, aunque también esto contrasta con sus cautas declaraciones.
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