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EL CHARCO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El creyente

Simeone celebra la victoria en la Copa.
Simeone celebra la victoria en la Copa.álvaro garcía

Ordenarse en ataque es, necesariamente, desordenarse en defensa. Atacar manteniendo intacto el orden defensivo no es atacar, es seguir defendiendo. ¿Cuánto estoy dispuesto a desordenarme defensivamente en función de ordenarme para atacar? Esa es la manta corta del fútbol. La respuesta, sumada al talento de los que la ejecutan, define lo que vamos a ver en un partido.

Real y Atlético eligieron taparse bien los pies y dejarlos cerca de la estufa. O sea, perder el orden defensivo lo menos posible, juntar mucha gente en el medio (Alonso, Khedira y Modric taponando el centro y Özil y Cristiano los laterales por un lado; la línea de cuatro volantes con Diego Costa bloqueando el carril a Coentrão por el otro), usar salidas con recorridos seguros (largos, laterales o ambos a la vez), y medir al milímetro los despliegues (Modric rara vez superando la línea de medios rival, los ángulos altos del campo desiertos, los laterales contenidos, Diego Costa cabalgando solitario). Dos equipos cuya premisa de ataque era no recibir contragolpes y, a partir de ese límite, intentar construir.

Menos raro que esa precaución en las finales, partidos donde se juega todo en poco tiempo y los errores no suelen dar revancha, es que se acabe la primera parte sin fueras de juego. Todo un síntoma del éxito defensivo y las ambiciones de profundidad en ambos planes, igual que el armado de los goles: una pelota parada por un lado y un recurso creativo excepcional por el otro. Las formas lógicas de desequilibrar un partido de líneas tan estructuradas.

Simeone sabe que uno no se lleva un trofeo del Bernabéu sin más, solo con corazón, trabajo y fútbol

En la segunda parte, el Madrid le soltó cuerda a Modric y a Coentrão y eso bastó para encender el talento de arriba. Activado más por necesidad y arrojo individual que por volumen de juego (la dificultad para imponer condiciones a través del volumen de juego es, tal vez, la cuenta pendiente más grande de los blancos durante los tres últimos años), el Madrid arrastró al Atlético hacia su área. El Atlético resistió con el corazón en la boca y con Courtois atajando con los pies y con la vista. Al no poder quebrarlo, el Madrid empujó sin querer el partido a la zona emotiva. Allí manda Simeone.

Simeone sabe que uno no se lleva un trofeo del Bernabéu sin más, solo con corazón, trabajo y fútbol. Que se necesita algo más que orden, rebeldía y agresividad para lograrlo. Por eso se llevó al plantel a 70 kilómetros de Madrid a encontrarse con la gloria del pasado, con la Liga del 96 y con esa ilusión que los catapultó a su última Liga Europa. Apeló a San Rafael. A no dejar de creer. A, si hace falta, cruzar los dedos en los tiros libres. A transmitirle a su equipo que los partidos se pueden definir también en ese territorio de lo sobrenatural donde a veces se empantana el fútbol.

Así aguantó el Atlético el arreón ofensivo de Benzema, Cristiano y Özil; así llevó el partido a la prórroga y así lo ganó. Aferrado a la fe del único entrenador del mundo que invirtió la ubicación de la tribuna: es él quien anima a su hinchada. Subido a ese voluntarismo ilimitado del Cholo que, furioso, celebró como si fueran goles cada vez que el palo escupió una pelota lejos de Courtois. Reconociendo con cada uno de esos festejos que no hubiera sido posible quebrar una racha negativa de tres lustros justo en el Bernabéu, justo con su hinchada presente, justo el día que había en juego una Copa, sin que esos pequeños milagros ocurriesen. Pequeños milagros que no ocurrirían si nadie creyera en ellos.

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