La tercera juventud de Haas
El alemán renace a los 35 años tras una carrera plagada de lesiones
Detrás de esa fachada musculosa, tallada a golpe de mancuernas y repeticiones, la fisionomía de Tommy Haas esconde múltiples heridas de guerra. No hay extremidad o articulación de su anatomía que no haya sido castigada por las lesiones. Hombros, codos, tobillos y caderas. Todos ellos se han descompuesto en alguna ocasión a lo largo de los 16 años que el alemán, el segundo jugador más veterano de los 100 primeros de la ATP —tiene 35—, acumula sobre las pistas. Su infortunio se describe también a través de lo rocambolesco. En 2005, mientras calentaba con Tipsarevic sobre el tapete de Wimbledon, una pelota escapó de su bolsillo. Pisotón, torcedura, tobillo a la virulé. Una vez más. Antes de ingresar en el profesionalismo, en 1996, ya se había fracturado ambos en menos de un año.
Hoy día, ese carrusel de desgracias es historia. Salta con brío el alemán a la arena de la Caja Mágica, traza un puñado de reveses de seda y liquida en menos de una hora (6-1 y 6-2) al italiano Seppi. Le ovaciona la grada, consciente de las tempestades y penurias que ha tenido que soportar. Aquellas que le hicieron desaparecer del mapa en 2003, cuando se perdió toda la temporada por una doble intervención quirúrgica en un hombro, y también en 2010, asaeteado de nuevo por la fragilidad de su propia estructura. Un año antes, incluso, por el contagio de la gripe porcina. Muchos le dieron por acabado.
El pasado fin de semana conquistó el título, el 14º de su expediente, en Múnich. Hace un mes, derribó a Djokovic en cuartos de Miami y en junio de 2012 batió a Federer
No inclinó nunca la rodilla Haas, espoleado por el nacimiento de su hija Valentina, a la que desea brindar la traca final de sus armoniosos golpeos. El germano, plata en Sidney 2000 y número dos del mundo en 2002 —llegó a caer hasta el puesto 1.086 dos años más tarde—, apunta de nuevo al top 10 después de tocar fondo. Remozado, con la sonrisa de un júnior, vive una tercera juventud. La clave de su renacimiento, un estudiado programa de entrenamientos de la mano del preparador Nick Bollettieri, sesiones de yoga y la buena alimentación. “Duermo mucho y me cuido”, agrega tras pasar por la ducha, engalanado con la gorra, visera invertida, que le convirtió en un icono mercadotécnico en el pasado. Ahora pisa la cancha con prendas de diversas marcas porque no tiene patrocinador. La esencia, jugar por placer.
Oriundo de Hamburgo, pero residente en Bradenton (Florida), el pasado fin de semana conquistó el título, el 14º de su expediente, en Múnich. Hace un mes, derribó a Djokovic en cuartos de Miami y en junio de 2012 batió a Federer en Halle, sobre hierba. Palabras mayores. “Para ser honestos, el ránking no me preocupa demasiado”, dice despreocupado Haas, que elevó su primera corona en la élite del tenis en 1999, en Memphis, tras un careo con Jim Courier. Desde entonces, las generaciones se suceden y el tenis evoluciona. Él permanece en tiempos donde el físico y los atletas dominan la escena. A pesar de todas sus cicatrices.
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