La hipérbole de Schweinsteiger
Definido por Heynckes como la mezcla justa entre Xavi e Iniesta, gobierna la divisoria con los pies y la cabeza, escudado siempre por el incombustible Javi Martínez
Una entrada de Alves, que se pasó de frenada pero que no fue nada más que vistosa, sirvió para subrayar la importancia capital de Bastian Schweinsteiger en el Bayern. Hasta siete personas (cinco jugadores y dos fisioterapeutas), preocupadas, se apiñaron a su alrededor solo para comprobar si era cosa seria o no, si podía seguir. Exagerada un poco la comedia, Alves vio la cartulina amarilla y el alemán aguardó tendido otro minuto sobre el césped, lo justo para que el colegiado pitara la media parte. Objetivo cumplido, pues se cerraba el acto sin un último arreón del Barça que comprometiera el duelo ni la eliminatoria, treta de un futbolista de los pies a la cabeza; pues dirige el tránsito del esférico a su antojo y reorganiza y lidera la fase defensiva con sus piernas y voz. Todo en un uno, auténtica navaja multiusos.
Requería el Bayern pausa y sosiego para anestesiar el encuentro, para evitar que se agitara más de la cuenta. Para ello, Heynckes decidió sentar al genial aunque también un poco tarambana central Dante, a una cartulina de la sanción —no hizo lo mismo con Lahm, Javi Martínez ni Schweinsteiger, también advertidos—, y prefirió que su equipo presionara alto, síntoma de confianza y de excelente salud. También transmitió Neuer en sus escasas intervenciones sosiego, patadones por abajo y guantes firmes por arriba, justo lo que practicó con su amigo y preparador Toni Tapalovic, excompañero en el Schalke y recomendación aprobada por Heynckes tras entrevistarlo en su propia casa. Pero nada le sentó tan bien al Bayern como jugar alrededor del eje Schweinsteiger, definido al inicio del curso por su técnico como “el mejor centrocampista de los últimos 50 años del fútbol alemán” y como la mezcla perfecta de los volantes azulgrana —”Hace las cosas de dos, de Xavi e Iniesta, en uno; tiene regate y es uno de los mejores medios europeos a nivel táctico”— en la previa de la eliminatoria. Y Schweni, escudado siempre por el incombustible Javi Martínez [cloroformo del bueno para Iniesta], se esmeró en reducir la exageración de Heynckes, dueño y señor de la divisoria; y eso, para un Barça que promueve que el fútbol es de los medios, fue definitivo.
Tal fue su superioridad, que secó a Xavi, anuló las bajadas de Cesc y acudió a las ayudas
Ya en el calentamiento se vio que Schweinsteiger estaba hecho de otra pasta, único en llevar el chándal largo y al completo. Ya cuando sonaba el himno de la Champions se veía su compromiso y empatía, puesto que se encargó de señalar a los aficionados presentes en el Camp Nou. Ya en el césped se veía su jerarquía, molinillo para instruir a sus compañeros y picante o pegamento para avanzar o aguantar las líneas. Y ya tras el gol se vio su jerarquía, puesto que tras abrazar a Robben escuchó a Heynckes, que quería cambiarlo para tenerlo en la final, pero que se llevó el reproche del jugador porque le hizo gestos de que él jugaba con la cabeza, de que se lo tomara con calma, de que seguía a lo suyo.
Tal fue su superioridad en el centro del campo, que no le bastó con secar a Xavi, sino que jugó con el cuello torcido para anular las bajadas de Cesc; se emparejó con Song en las jugadas a balón parado y acudió siempre a las ayudas y correcciones en los costados. Incluso se animó a romper desde atrás la línea, al estilo de Iniesta, para plantarse ante Valdés, pero no tiró porque quería ser Xavi, el capo de capi, el jugador generoso que hace bueno a los demás. No acabó en gol. Hasta que en el minuto 66, resuelta la eliminatoria, Heynckes no quiso arriesgar más. Le cambió y el 31 se llevó una ovación desmesurada de su afición, el choque de manos de sus compañeros y la admiración del Camp Nou. Y ese niño que ganaba campeonatos de esquí a nivel internacional y que prefirió perseguir el sueño del balón, ese chaval que prefería la fiesta —le pillaron en el jacuzzi del club con una chica, que él describió como su prima— después, ese jugador que alcanzó la madurez al pasar de extremo a mediocentro, explicó que la hipérbole no era de Heynckes, sino Schweinsteiger en sí.
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