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La catapulta de Nadal

El español dispara su pelota una media de 91 centímetros por encima de la red, más que nadie

Juan José Mateo
Nadal, en su partido ante Kohlschreiber.
Nadal, en su partido ante Kohlschreiber. SEBASTIEN NOGIER (EFE)

Es la lucha entre el mosquito y el elefante. El alemán Kohlschreiber revolotea por la pista disparando tiros con el aguijón de su revés. Rafael Nadal, sin embargo, tiene la gruesa piel de un paquidermo, y no deja que el marcador refleje los bellos golpeos de su contrario. El campeón no afronta ni una bola de break, suma 6-2 y 6-4 su 44ª victoria seguida en el Masters 1000 de Montecarlo, se clasifica para cuartos y consolida el mejor comienzo de curso de su carrera: 19 victorias contra una derrota. Una cosa une todos esos triunfos. Ante el alemán, la pelota de Nadal viaja a una media de 91 centímetros por encima de la red. Eso obliga a tremendos esfuerzos a su contrario: si se le suma la altura de la malla, se deduce que Kohlschreiber tienen que prepararse para la embestida de algo parecido a un base de baloncesto. En su punto más alto, la bola de Nadal vuela por encima de los 1,81m, por los 1,64m que alcanza de media la del alemán.

El mallorquín vence a Kohlsreiber y se mide hoy al búlgaro Dimitrov, ‘Baby Federer’

Eso sufrió en cuartos al búlgaro Dimitrov. Una tortura. Los estudios biomecánicos concluyen que ningún tenista de elite supera la red con tanta holgura como Nadal y subrayan su extraño golpeo, esperando a la pelota en lugar de ir a por ella y luego pasando la raqueta hasta la nuca, como explicación al misterio. La física, sin embargo, tiene una traducción tenística. No es solo que esa pelota obligue a los rivales a golpear constantemente por encima del hombro, en incómoda posición. Es que encima viene “pesada”, que dicen los tenistas, cargada de revoluciones por el efecto top-spin. Puro veneno. Un castigo continuo para los competidores con revés a una mano, que no cuentan con el apoyo de la doble empuñadura para controlar el golpe: le pasó a Kohlschreiber, le ocurre siempre al mismísimo Roger Federer, y también a Dimitrov.

Resultados de los octavos

Djokovic - Mónaco: 6-4, 6-2, 6-2.

Nieminen - Del Potro: 6-4, 4-6, 7-6 (7-4).

Fognini - Berdych: 6-4, 6-2.

Gasquet - Cilic: 7-5, 6-4.

Dimitrov - Mayer: 6-2, 6-4.

Nadal - Kohlschreiber: 6-2, 6-4.

Tsonga - Melzer: 6-3, 6-0.

Wawrinka - Murray: 6-1, 6-2.

“Es el presente y el futuro del juego”, dice Nadal del búlgaro, el número 34, una delicia para la vista, a los 21 años una de las grandes esperanzas del circuito. A Dimitrov, que disputa por primera vez los cuartos de un Master 1000, le dicen Baby Federer porque cada uno de sus golpes está esculpido a imagen y semejanza del suizo. Al búlgaro le falta lo que le sobra al rey de reyes: movilidad e intensidad mental. Basta repasar los momentos que ha protagonizado en 2013: entre los Masters 1000 de Indian Wells y Miami, Dimitrov sumó siete dobles faltas en juegos que le valían ganarle sets a Djokovic y a Murray; y ayer, contra Mayer (6-2 y 6-4) también perdió el servicio cuando servía por el duelo. En los momentos clave, tiembla.

“Y esos momentos son muy, muy duros, pero intento aprender de ellos”, explicó en Montecarlo Dimitrov, que durante dos años y medio se crió en la arcilla de Barcelona. Hay cosas, claro, que no se aprenden ni en la mejor escuela del planeta. Se puede enseñar a golpear como Nadal. Se puede coger a un niño y explicarle el porqué de sus tiros, la verdad de su tenis. Nadie, en cualquier caso, podrá darle a Dimitrov lo que tiene el mallorquín, eso que le distingue a él, a Novak Djokovic (4-6, 6-2 y 6-2 a Juan Mónaco; fue atendido de su dolorido tobillo) y a Roger Federer del resto: corazón fuerte frente a las dificultades, una cabeza a prueba de bombas.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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