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De Di Stéfano a Messi

Con motivo del lanzamiento de la Edición América de EL PAÍS, repasamos la aportación a la Liga de los jugadores latinoamericanos, con 15 pichichis en 27 ediciones del campeonato Destacan la figura del central con jerarquía, el portero y el enganche Recuerde la huella que ha dejado América en España, o las figuras del 'cacique' y el oriundo, con una serie de cuatro entrevistas, vídeos y fotografías

Di Stéfano y Messi posan con algunos de sus trofeos.
Di Stéfano y Messi posan con algunos de sus trofeos.

El gol. La principal aportación de Latinoamérica al fútbol español se resume en esas tres letras. El talento para depositar el balón en la red llegó a borbotones desde el otro lado del charco en estos 82 años de la Liga. Hasta 15 pichichis latinoamericanos gobernaron 27 veces la tabla de goleadores en las 81 ediciones disputadas hasta la fecha, más de un tercio del total. Por nacionalidades, el mapa refleja el influjo de Brasil (cinco máximos anotadores), Argentina (cuatro), Uruguay (dos), y México, Chile, Paraguay y Perú (uno). Di Stéfano y Hugo Sánchez han sido los más prolíficos con cinco trofeos cada uno. Entre los 15 sumaron 729 tantos. Y eso que hubo un paréntesis de ley seca: la prohibición de fichar extranjeros, entre 1962 y 1968, convertidos en chivos expiatorios de la pobre actuación de España en el Mundial de Chile 62 (se despidió en la fase de grupos), cita a que acudieron los nacionalizados Eulogio Martínez, Santamaría, Di Stéfano, que no jugó, y Puskas.

Los trofeos de verano eran un escaparate para todos los pibes que soñaban con jugar en España

Todo empezó en la gira del San Lorenzo de Almagro por Europa, a caballo entre 1947 y 1948. España venía de la furia de los Juegos Olímpicos de Amberes 1920 y de aquel grito desgarrador de Belauste: “A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo”. Y entonces surgieron los argentinos pasándose en corto, entreteniendo la pelota y esperando a que la jugada naciera sola. Su impacto fue tremendo. “Anda, si juegan como Panizo”, dice la leyenda de San Mamés al comparar a aquellos futbolistas tan técnicos con uno de los suyos, Panizo, cuestionado hasta ese momento por rechazar el pelotazo.

Las giras en barco de aquellos tiempos remotos eran acogidas con entusiasmo por las hinchadas europeas. Antes hubo una de la Máquina de River. Y después proliferaron los trofeos de verano, un escaparate para todos los pibes que soñaban con jugar en España. Batallas campales, en ocasiones: se los tomaban con suma gravedad. En el Carranza de Cádiz, por ejemplo, el Atlético pescó a Luiz Pereira y a Leivinha, en 1975, campeones con el Palmeiras.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, hubo muy pocos latinoamericanos en la Liga. Franco permitió la doble nacionalidad desde 1954. Bajo el término ‘oriundo’ -una serie de deportistas cuyos antepasados eran emigrantes españoles- se saltaron los límites de extranjeros en la Liga, a menudo mediante trampas muy burdas. En los setenta, los dirigentes se las ingeniaron para encontrar ancestros españoles en cualquier pelotero con cierta habilidad. Anzarda (Real Madrid y Betis), Adorno (Valencia y Alavés) y Valdez (Valencia) fueron juzgados por falsedad documental. Adorno, condenado a siete meses de prisión menor. A finales de 1975 recibieron un indulto real. A Diarte, Cabrera y Leguizamón los presentaron como hermanos paraguayos, hijos de un emigrante español en Paraguay, Antonio Martínez Rubalcaba, que no los conocía de nada.

Aparte de esa picaresca, el legado ha sido gigantesco en todas las líneas y en todos los campos, también por parte de los entrenadores, por supuesto. En el verano de 1969, Néstor El Pipo Rossi se presentó en Los Cármenes para dirigir al Granada con una novedad bajo el brazo: la defensa en zona. En uno de los primeros entrenamientos, se subió a la grada para ver el partidillo, bajó y mandó parar. Se dirigió a Barrenechea, el líbero, en estos términos.

-“¿Usted de qué juega?”, le preguntó Rossi.

-“Yo, de líbero”, respondió el muchacho.

-“¿Y eso qué es?, yo nunca he escuchado esa palabra. ¿Por qué se queda usted detrás de la defensa? Mire, querido, el pan de nuestros hijos nos lo jugamos en el otro área, así que salga usted hacia adelante con toda la línea”, le espetó.

Ayala impulsó a un Valencia triunfal a principios del milenio

El Granada llegó a ocupar el tercer puesto en la primera vuelta. Decenas de entrenadores dejaron su sello. César Luis Menotti levantó la bandera de la estética en el Barça y en el Atlético; Pacho Maturana defendió la zona a capa y espada en Zorrilla y el Calderón; y Jorge Valdano prosiguió la senda de las letras y el espectáculo en Tenerife y el Bernabéu. Mientras, en el extremo opuesto, Carlos Bilardo mandó pisar a los contrarios en el Sevilla. De una mezcla de todos ellos, Manuel Pellegrini implantó la ingeniería en el Villarreal y el Málaga antes de que Marcelo Bielsa revolucionara el ataque asociativo del Athletic. Por último, Simeone grabó en el banquillo del Manzanares su adn de jugador.

El Pipo Rossi había sido un mediocentro de jerarquía en la Máquina de River, en los cincuenta, un perfil que no acabó de cuajar en España, salvo por Fernando Redondo, un 5 de personalidad en el Tenerife y el Real Madrid, y por la omnipresencia de Mauro Silva en Riazor. Rossi fue compadre muchos años, primero en River y después en Millonarios de Bogotá, de Alfredo Di Stéfano, que aterrizó en Chamartín en 1953. Y cambió la Liga para siempre. Nacía un futbolista total e inimitable para los demás mortales, que trataron de parcelar su trabajo. A la portería trajeron el juego de pies y la estatua de Cristo para aguantar la embestida del rival. Carnevali (Las Pamas), Fillol (Atlético) o Fenoy (Valladolid) enseñaron el camino. Aunque solo hubo cuatro Zamoras, los cuatro en conjuntos modestos de la Liga (Roa, Martín Herrera, Cavallero y Abbondanzieri). Los grandes casi solo ficharon delanteros. O defensas de carácter. El uruguayo Santamaría marcó la raya en el Madrid de los 50. En el Calderón, Griffa hizo lo propio en los 60 y Ovejero en los 70. Algunos pasaron el umbral de la intimidación y se ganaron fama de criminales: Aguirre Suárez y Fernández en el Granada. Ayala impulsó a un Valencia triunfal a principios del milenio y al reconvertido Mascherano le salieron los dientes de la argentinidad defensiva en el Camp Nou.

Pero la mayoría viajó desde tan lejos para participar de la fiesta del gol. A través del pase o de las mil maneras de concretarlo. La controvertida figura del enganche tuvo su sitio a través de Riquelme: la exaltación de la lentitud más veloz en El Madrigal. Y de Ronaldinho, partiendo desde la izquierda, el callejón del 10, para desbordar en el Camp Nou. Un lugar transitado por Maradona con poca fortuna, cazado por una hepatitis y una patada brutal de Goikoetxea. La magia inasible de Djalminha deslumbró fugazmente Riazor. Y conectó con la sencillez en el remate de Bebeto. El rey de la finalización fue Hugo Sánchez. Minimalismo compartido por Zamorano en el Sevilla y en el Bernabéu. Preciosismo en el caso de Romario y su legendaria cola de vaca a Alkorta en el Camp Nou. Solo tres pichichis repitieron en diferentes equipos: Ronaldo (explosivo en el Barça; maduro en el Madrid), Hugo Sánchez (incipiente en el Atlético; pletórico en el Madrid) y Forlán (versátil en el Madrigal y en el Calderón). Todos los valores resumidos en un figura, Di Stéfano, y prolongados muchos años después en otra, Messi, que no solo ha batido todos los récords del pasado, sino que los ha pulverizado. Símbolo de la exportación americana y de la integración en la cultura española. Esencia de ocho decenios de una herencia inabarcable.

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