Nadal es de carne y hueso
El español vence en semifinales 6-3, 6-7 y 6-1 a Alund, que hasta esta semana no había ganado un partido ATP, y pena por la altura, la pista y la mala calidad de las pelotas
Rafael Nadal descubre el domingo cómo están sus piernas, cuánto aire cabe en sus pulmones, si Hércules vuelve a guiar la fuerza de su raqueta. Tras pasar un trago para tumbar 6-3, 6-7 y 6-1 en semifinales del Abierto de Brasil al argentino Martin Alund, el número 111 mundial, que no había ganado un partido ATP hasta esta semana, el español se medirá por el título a David Nalbandian (17:00, La Sexta), el número 93. Nadal compite su segundo torneo tras siete meses de baja por una rotura parcial de tendón rotuliano y una hoffitis en la rodilla izquierda. La semana pasada perdió el duelo por el título en el torneo chileno de Viña del Mar. Sabe una cosa: de chispazo en chispazo, Nalbandian le barrió de la pista en sus dos primeros duelos y si él se ha impuesto en los cuatro siguientes ha sido basando su apuesta en el ritmo alto en los peloteos, la fuerza en los tiros y la máxima intensidad de piernas. Agobiando. Sin la armadura en perfecto estado de revista es imposible hacer eso.
Durante los dos primeros sets ante Alund, no hubo pistas del tenis que llevó al mallorquín hasta el número uno mundial. El primer día que jugó en Brasil, precisamente en el dobles con Nalbandian como pareja, Nadal acabó por los suelos. La escena dio fuerzas a las quejas del vestuario, que mucho antes de la llegada del campeón de 11 grandes ya se agitaba en protestas contra los baches de la pista. Desde entonces, nunca se vio al español pisar el albero con confianza. Eso se trasladó a su juego y se sumó a los más de 600 metros de altura de São Paulo, donde se disputa el torneo, y a unas pelotas muy criticadas por falta de calidad: casi cada vez que le quiso poner picante a una pelota, Nadal encontró la valla, disparado en los errores, sin control en sus tiros.
En consecuencia, el español tuvo que bajar del Olimpo al que le ha encumbrado su brillante currículo para batirse como hombre con el resto de los humanos. Sin la movilidad que le caracteriza, y buscando aún sus tiros, se encontró remando para superar a tenistas a los que antes habría arrollado. Berlocq, el número 78, le quitó la primera manga de su partido de cuartos. Alund, el número 111, le apretó en el de semifinales, más por desaciertos del español que por méritos propios. Nadal, mejorado en la tercera manga, juega con lo que tiene: en estos momentos, su derecha y su carácter. Eso es mucho, pero no lo suficiente como para que aguante la comparación con la mejor versión de sí mismo. Protagonista de un lógico proceso de adaptación y mejora tras tanto tiempo fuera de la competición, el mallorquín no ha perdido la pasión que le caracteriza, por aún le falta fuerza en las piernas para impulsar los tiros y llevarle hasta la pelota. Entre otras cosas, los rivales le castigan con dejadas. En eso, Nalbandian es un maestro.
El domingo, frente al argentino, que lleva sin celebrar un título desde 2010, Nadal tiene la oportunidad de ganar el primer trofeo desde Roland Garros 2012. Eso significaría mucho más que lograr la marca de diez años seguidos celebrando la victoria en un torneo. Sería una espuela en su ánimo y la confirmación de que su plan de incorporación progresiva a la competición, que tiene su próxima parada en Acapulco (México), va por buen camino.
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