El espíritu de Di María para el mejor Madrid
El jugador fetiche de Mourinho dirige al equipo blanco en su victoria más brillante de la temporada
José Mourinho dijo hace poco que el rasgo que define con mayor fuerza el estilo de su Madrid es el entusiasmo. Explicó que si los futbolistas no añadían esa cuota de fervor la identidad del equipo se desdibujaba y no había idea futbolística que sirviese para recomponerlo. El comentario ha sido una de las escasísimas reflexiones del mánager portugués sobre su concepción del juego. Tuvo un tono dramático, primero porque Mourinho apenas ha hablado de fútbol en los que va de temporada y segundo porque así confesó que percibía un déficit profundo en el corazón de su proyecto. La ausencia de todo aquello que Ángel di María, su jugador fetiche, le proporciona cuando alcanza la plenitud. No es casual que el equipo recobrase sus constantes vitales en Mestalla el domingo, justo el día en que el atacante argentino se encontró en su ecosistema ideal: con todos los espacios del mundo para contragolpear.
Di María fue el primer hombre en dejar en evidencia a Gago con un desmarque a su espalda que precipitó el pase de gol del 0-1. Hizo él mismo dos goles más y participó en el penúltimo de la serie que acabó en 0-5. Además de Özil, ningún jugador retrató los problemas del Valencia con más rotundidad. Los espacios entre líneas de un achique mal concebido, la desorientación de Gago, o la inconsistencia de Guardado como lateral izquierdo, afloraron a medida que Di María trazaba diagonales como si fuera la última vez. La actuación aproximó la realidad a la exageración de Jürgen Klopp, el técnico del Dortmund, cuando dictó sentencia después del partido de octubre en el Westfalensatadion: “¡Di María no se puede marcar!”
El argentino, en plenitud, simboliza el fervor y entusiasmo que pide el técnico portugués
La obra del extremo argentino puso fin a un mes y medio de partidos angustiosos para el Madrid. En total, ocho encuentros que el equipo no pudo solventar sin pasar apuros desde el derby del 1 de diciembre. Un periodo que coincidió con una conducta reiterativa por parte de Mourinho, que varios de los componentes de la plantilla califican de montaje. Se refieren a las críticas que el entrenador decidió arrojar, repentinamente, sobre futbolistas que hasta entonces había protegido por encontrarse bajo el paraguas de su agente, Jorge Mendes, que los representa a todos. Los futbolistas creen que, inspirado en la necesidad de mostrarse ecuánime hacia el exterior, Mourinho orquestó una campaña de amonestaciones formales e informales contra Pepe, Coentrão, Di María y Cristiano, mediante filtraciones interesadas de desencuentros generalmente fingidos. Creen los compañeros que el único que no entró al juego fue Cristiano. A Di María lo descalificó en El Sadar diciéndole que no jugaba “a nada” desde que le habían aumentado el sueldo. Como si Mourinho no hubiera sido el principal responsable de la abrupta subida del salario de Di María hace exactamente un año, cuando le pidió al club que le ascendieran del escalón de los tres millones de euros brutos al de siete millones. Un salto extraordinario que dejó atónito a más de un futbolista. Con la sensación de que el mánager superprotegía a un grupo, y, en especial, a Di María, cada vez más aislado dentro del vestuario. Más bien solo, y más bien satisfecho en su condición de favorito del jefe.
Recuerdan en Valdebebas que el año pasado Di María hizo una primera vuelta memorable en la que dio 13 asistencias e hizo cuatro goles en 900 minutos (ahora lleva cuatro goles y dos asistencias en 1.200 minutos) antes de lesionarse. Tras la lesión, sin embargo, no volvió a ser el mismo. Estuvo por debajo de su nivel durante varios meses y a Mourinho no le importó ni subirle el sueldo ni ponerle a jugar en lugar de Kaká, que por entonces había alcanzado su punto más afinados desde que milita en el Madrid. El mánager amparó a su jugador preferido en las peores circunstancias. En aquellos días la estrategia de comunicación no contemplaba la necesidad de trasladar una imagen de justicia que ahora, en el entorno de Jorge Mendes, se antoja necesario proyectar al mercado británico principalmente. De ahí los bochinches de Mourinho con sus protegidos. De ahí los episodios estrafalarios, como aquél del mánager mandando que el autobús del equipo abandonase a Cristiano, Pepe y Coentrão de camino al hotel de concentración.
La política de comunicación y las estrategias deportivas se entrelazan como cerezas recién cosechadas en el mundo de Mourinho. Un mundo que parece haber recobrado el equilibrio gracias al cruce con el Valencia y al momento dulce del solitario Di María.
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