La caída de las grandes potencias
Los cambios económicos y sociales de 1990 en la Europa del Este produjeron la diáspora de sus mejores jugadores a Alemania y España
Las grandes potencias del balonmano mundial, las del Este de Europa, sufrieron un golpe definitivo con la caída del Telón de Acero (1989). La URSS, Rumanía, Polonia, RDA, Yugoslavia, Hungría y Checoslovaquia habían sido los grandes dominadores entre 1960 y 1990, pero la transformación social y económica que sufrieron sus países con la desmembración de la URSS y el paso a economías de cariz más capitalista dejaron en jaque a muchos de sus ciudadanos y, evidentemente, al mundo del deporte. “La cuestión primordial que todos debíamos resolver entonces era poder comer”, reconoce el exjugador ruso y actual entrenador del Atlético de Madrid, Talant Dujshebaev. “El deporte dejó de ser prioritario y dejó de recibir dinero. Y los jugadores tuvimos que buscarnos la vida fuera”.
Hasta aquel momento, las selecciones nacionales de balonmano tenían un carácter militar o paramilitar. Los jugadores vivían en un régimen dictatorial de internamiento y estaban al servicio de lo que decidiera el seleccionador nacional. La mayoría de jugadores de la selección de la URSS formaban el CSKA Moscú, que era uno de los grandes equipos europeos del momento. Y algunos tenían incluso rango militar, como explica César Argilés, exseleccionador español de balonmano. “Recuerdo que Stinga, un gran lateral, era teniente coronel del ejército rumano y que Voinea, el central, era comandante”. Los dos recalaron en España, al igual que muchos otros jugadores que fueron llegando del Este europeo: Dujshebaev, Xepkin, Jakimovich, Vujovic, Portner, Vukovic, Kalina, Fejzula y una lista interminable. Otros buscaron un destino más cercano en Alemania.
“La consecuencia fue que estas dos ligas se convirtieron en las más potentes del mundo”, explica Argilés. “Porque todos estos jugadores aportaron un concepto de disciplina y trabajo impresionantes y una calidad técnica fuera de toda duda. Con la misma edad que nuestros jugadores, parecían sus padres por la profesionalidad con que afrontaban los entrenamientos y los partidos. Los nuestros aprendieron mucho. Pero también sufrieron porque los extranjeros asumieron la responsabilidad en los momentos clave y ocuparon las posiciones más comprometidas: básicamente la primera línea. Y eso mermó en parte el crecimiento de algunos talentos españoles”.
La cuestión primordial que todos debíamos resolver entonces era poder comer" Talant Dujshebaev
Hubo otra consecuencia evidente: el balonmano vivió una revolución a nivel mundial. Los equipos del oeste pudieron resurgir y volver a los podios de las grandes competiciones. Porque hasta entonces, las selecciones del Este de Europa habían arrasado. Algunos datos lo ilustran. Entre 1961 y 1990, los países del Este europeo ganaron siete de los nueve campeonatos del Mundo que se disputaron y coparon 22 de las 27 medallas posibles. Y en los JJOO el dominio fue todavía más atroz: entre 1972 (Múnich) y 1988 (Seúl), ganaron las cinco medallas de oro y 14 de los 15 posibles metales.
Pero, a partir de entonces, la diáspora de sus mejores jugadores provocó su caída. Rusia aguantó el tirón algunos años, pero dejó de ser aquel gran equipo. Rumanía desapareció. Y Yugoslavia dejó pasó a Croacia. Y pudo resurgir Alemania y pudieron nacer nuevas potencias como Francia y España que, en 1996, ya con dos rusos nacionalizados, pudo conseguir su primera medalla: la Plata en el Europeo de España.
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