Puntos a contracorriente
Carl English, máximo anotador de la Liga Endesa con 20,2 puntos por partido, lidera la renovada apuesta de Estudiantes
“Metí tantos puntos porque mis compañeros me pasaron la pelota. Ellos hicieron lo difícil, yo cumplí mi parte”. Entre la ironía y la modestia, Carl English (San Juan de Terranova, Canadá, 1981) explicaba el pasado sábado ante un enjambre de micrófonos la exhibición de puntería que acababa de protagonizar mientras Tariq Kirksay intentaba sacarle a hombros del Palacio tras semejante faena.
Acababa de firmar 39 puntos ante el Blusens, la mejor marca anotadora de la temporada y de los últimos tres años en la Liga. El escolta canadiense convirtió ocho de los 11 triples que intentó y los 43 puntos de valoración le otorgaron el reconocimiento de mejor jugador de la jornada por tercera vez (segunda consecutiva) en lo que va de curso. “Nos metió varios triples con el defensa pegado a él y con la mano en la cara. Así no hay nada que hacer salvo aplaudirle”, se rindió el técnico rival, Moncho Fernández. “Ojalá me salga un partido así ante el Madrid. Es un partido importantísimo para los jugadores y especial para la afición”, cuenta con sonrisa pícara en vísperas del derbi ante los blancos, invictos en la Liga (19.00, La1). “No te sientes un dios, pero casi. Sentir que nadie te puede parar es uno de los estados de mayor felicidad que se puede tener. Sabes que todo va a entrar y eso para un jugador de baloncesto es lo más grande”.
“Cuando todos los tiros entran y nadie te puede parar, no te sientes un dios, pero casi”
Tirador vocacional y admirador de Ray Allen, English lidera la renovada apuesta de Estudiantes que, con apenas tres retoques, ha pasado del descenso de hace justo siete meses a presentar batalla por los puestos de playoff que otorgan el billete a la Copa. Del suspenso histórico al notable alto gracias a la pizarra y la psicología de Txus Vidorreta y a los puntos del máximo anotador de la Liga con 20,2 puntos de media en 10 partidos. “El principal artífice es el entrenador. Sabe dar a cada jugador la confianza y la libertad que necesita, fomenta las cualidades de cada uno. Además, tenemos la mezcla perfecta de veteranía y juventud. Cada uno conoce su rol. Los equipos humildes con fe se vuelven muy peligrosos y así nos sentimos ahora”, explica el escolta. “Buscamos que Carl se sienta cómodo. Es un líder y le necesitamos”, resume el técnico que le ha hecho recuperar el pulso y el optimismo tras una temporada oscura en el Cajasol. “Fue el año más duro de mi carrera”. Enredado en las flechas de Joan Plaza, rebajó sus prestaciones hasta los 7,6 puntos de media. “No encontré nunca mi sitio. El entrenador lo basaba todo en la estrategia y la defensa”.
Sin equipo y con el mercado tieso, el verano avanzaba asfixiante hasta que Himar Ojeda, director deportivo de Estudiantes, descolgó el teléfono para matricular en el Ramiro a aquel tirador infalible que había traído a España en 2007 para jugar en el Gran Canaria. “Era la mejor opción para reivindicarme. El reto de devolver a un lugar importante a un equipo que el año anterior había descendido era apasionante”. La llamada le pilló en su pueblo en plena preparación espartana. “Me refugié en el trabajo. Reuní a varios amigos y me machacaba en unos contra uno, dos contra uno o tres contra uno, ensayando situaciones defensivas, lanzando largas series de tiro y trabajando los tiros bajo presión”. El esfuerzo le valió para alcanzar su sexto año en España tras un periplo cimentado a contracorriente.
“Era buenísimo jugando al hockey sobre hielo, pero no me lo podía costear. Era mucho más barato buscar un aro y un balón”
A los cinco años le golpeó la tragedia cuando sus padres murieron en el incendio de la casa familiar. Acogido por sus tíos, vivió una juventud de estrecheces que marcó su destino. “Era buenísimo jugando al hockey sobre hielo y en mi pueblo tenían un programa de desarrollo para potenciar ese deporte, pero no me lo podía costear. Era mucho más barato buscar un aro y un balón”. No le fue mal y, tras una gira por Estados Unidos con otras promesas canadienses, se lanzó a la aventura universitaria en Hawai. El chaval era un tiro y tras recopilar elogios se presentó al draft de 2003. Contrapronóstico, la NBA le dejó en la estacada en el que fue “el palo más duro” de su carrera. Esperó una segunda oportunidad en la Liga de Desarrollo y tuvo un par de escarceos. El primero, con Indiana donde fue cortado sin llegar a debutar. El segundo, en el campus de verano de Seattle. Pero ninguno fructificó y, tras dos años ilusiones rotas, decidió emprender la aventura europea.
Aterrizó en Bolonia con 22 años y pagó la novatada. Pero en la siguiente parada, en el Zadar croata, desató la muñeca (con 20,3 puntos por partido) e inauguró su vitrina (con la conquista de la Copa). Expediente suficiente para que la ACB le echara el lazo adelantándose a numerosos pretendientes. Tomó vuelo en el Gran Canaria, ganó la Liga de 2010 con el Caja Laboral y lució metralleta en el Joventut. Siempre con episódicas lesiones traicioneras. Siempre levantándose agarrado a la pasión por su profesión. Siempre soñando con la canasta decisiva. “Cuando entra, te sientes por un instante en la cima del mundo. Hay que tirar sin miedo a fallar”.
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