Berdych sofoca un incendio
Tras la victoria de Ferrer ante Stepanek en el primer partido, el número seis iguala 1-1 el pulso por el título después de sufrir durante casi cuatro horas ante Almagro
Eva Urbanová intenta encender al público descargando por su garganta de soprano la letra del himno checo y llamando a la unión de los patriotas. Es la 100ª final de la Copa Davis (República Checa, 1; España, 1), los focos iluminan a los tenistas como si fueran estrellas de rock, y la gente se hermana en la grada mientras sigue el compás de una música que no anuncia la guerra del David Ferrer-Radek Stepanek (6-3, 6-4 y 6-4) ni la tensión cortante y creciente del Tomas Berdych-Nicolás Almagro (6-3, 3-6, 6-3, 6-7 y 6-3). Al final del día, cuando Urbanová calla y el pabellón se queda vacío de la fanfarria de las trompetas y el retumbar de los aplausos, solo una cosa es segura: pase lo que pase en el duelo de dobles (14.00, Tdp), el título no se decidirá hasta el domingo, sobre el alambre, cuando todo quedará en manos del corazón, la cabeza, las piernas y las tripas de los tenistas.
Bajo una lluvia de pitidos, Almagro puede cambiar eso. El murciano sale a la pista impulsado por la victoria de Ferrer. Sabe que compite para apretar los grilletes que frenan la ascensión de Berdych en el tenis: ante la presión, duda. El banquillo español olfatea la oportunidad igual que el lobo la sangre de la oveja herida. El checo no juega solo contra el murciano, se enfrenta también a un cruce con el marcador en contra, al peso de la púrpura y a las esposas de la historia: Ivan Lendl o Jan Kodes, entre otros, aparecen por la grada como testigos de aquel triunfo viejo de 1980, el último celebrado en Praga, listos ahora para alentar en la consecución de una nueva Davis. Berdych vacila. De repente se encuentra con un set para cada uno y bola de break en contra (6-3, 3-6, 0-0 y 30-40).
Ese peloteo vale su peso en oro. Almagro domina el intercambio. Es el murciano en el puente de mando, imperial capitán que agarra el timón con la autoridad que solo da el rango. Cuando llega el momento decisivo, el español se planta dentro de la pista como un torero y dispara un revés cruzado que se escapa por lo mismo que separa una melena de una calva. Un pelo. El punto perdido le deja una lección: ve que el checo no cree, que no confía, que solo tiembla y maldice. “Cabeza, cabeza”, le dice Àlex Corretja, el seleccionador, a su pupilo, que remonta un break de desventaja, gana el cuarto set en el tie-break y se lleva el partido a la quinta manga, donde es el primero con punto de break a favor, además doble, en un juego que cede tras diez minutos y cinco deuces.
Ruge entonces la gente, que ve cómo los rivales no se ceden el paso en un cambio de lado, pecho contra pecho como dos toros. Berdych se ahoga y flota al mismo tiempo porque Almagro vive en el riesgo, sumando de palo en palo (64 ganadores por 52, con 21 aces) y restando de golpetazo fallado en golpetazo fallado (42 errores no forzados por 35). El checo parece un fantasma. Pálido es su rostro, insustancial es a veces su tenis, queda agotado de cara a los siguientes encuentros tras 3h 58m de pulso. El checo llega a la victoria aupado por su agresividad en el esprint final y por el apoyo del público, al que antes Ferrer convierte en ruido hueco.
Así pasan las cosas en el primer encuentro. Cuando el español sale a la pista, escucha los acordes de Burning heart [Corazón ardiente]. A Stepanek le acompañan los golpes de Eye of the Tiger [El Ojo del Tigre]. El dj no elige las canciones a la ligera: el español compite apasionadamente y el checo con mirada asesina. Ferrer no permite que Stepanek sueñe con la hombrada. Es un ejercicio de demostración del por qué de los galones. Las estadísticas acaban diciéndolo todo sobre el sufrimiento del checo: 25 bolas de break en contra y seis dobles faltas con un 56% de primeros saques, provocado todo ello por el resto de Ferrer, que obliga al sacador al riesgo.
Mientras el alicantino ejecuta su plan destructivo, el público no afloja. “¡Radek! ¡Radek!”, dice el gentío cuando el checo se procura tres bolas de break (3-6, 2-3). Truenan las trompetas. Se rompen las manos en palmas. Chillan 14.000 personas creyendo en la remontada. Entonces, el checo vuelve a ser un tenista elástico, plástico en el armado de la jugada, arriesgado y brillante en la ejecución del punto. Casi a gatas, provocador, celebra esos puntos. A favor de viento, su partido es un espectáculo, tenis elegante, gestos para las cámaras, un puño cerrado para esa esquina de seguidores uniformados, con tambores rotundos y banderas estampadas con la imagen de su ídolo. “¡Radek! ¡Radek!”, chilla la gente a su héroe.
Si algo impulsa la Davis son las velas de la fe, del convencimiento por encima de la lógica. Ferrer suma 25 bolas de break. Solo convierte cinco. Stepanek pelea olvidándose de lo que le gritan las piernas (¡para!), sordo a lo que le dicen los pulmones (¡aire, dame aire!), ciego a un marcador que desanimaría al más decidido. El número 37 se lanza hacia la red con la fe ciega de un enamorado. El español solo consigue ponerle el cascabel a ese gato desde el resto. Su triunfo y la agotadora derrota de Almagro aseguran que España cumpla su objetivo de mínimos: vivir para luchar hasta el domingo.
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