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Simoncelli, todo corazón

El italiano falleció hace un año en Sepang cuando su carrera despuntaba Su familia y amigos le recuerdan como un chico pasional y feliz

N. T.
Simoncelli, junto a su padre Paolo, tras una carrera en Laguna Seca.
Simoncelli, junto a su padre Paolo, tras una carrera en Laguna Seca.

Cuenta Rossella Simoncelli, madre de Marco, fallecido el 23 de octubre del año pasado, que el verano del 2001, cuando el niño contaba 14, había decidido trabajar en la heladería familiar para echar una mano y ganar un dinerito. Cogía su bici y, a pleno sol, iba desde su Coriano natal hasta Riccione, donde debía llegar a las doce del mediodía. “Tenía que preparar la apertura: pasar el trapo, limpiar las vitrinas, cambiar los helados, encender las luces... Pero siempre llegaba tarde, no había manera de hacerlo llegar a las doce en punto”, narra la mamá en el libro Il nostro Sic, publicado hace apenas un mes. Aquel verano el pequeño Marco no cobró un céntimo. Le hicieron pagar una de sus trastadas: Ya era un diamante en bruto. Había ganado el campeonato italiano de minimotos en 1999 y hacía años que pasaba los fines de semana de circuito en circuito, siempre acompañado de Paolo, su padre. Se creía el amo de la pista, fuera circuito o carretera. Así que había cogido la scooter del padre y en aquel mismo trayecto de su casa a Riccione, una carretera que adoraba, dibujó la trazada a su antojo y a la salida de una curva terminó estampándose contra un coche que venía en la dirección contraria.

Nuestra ventaja es saber que Marco hacía lo que quería. Era feliz. El único problema es que le echamos mucho de menos” Paolo, padre de Simoncelli

Era el Opel Corsa de su tía y su abuela. Tras comprobar que nadie se había hecho daño, su gran preocupación fue pensar en el enfado que tendría su madre cuando viera que la ortodoncia había quedado hecha trizas. “Al final de la campaña veraniega no cobró ni una lira como salario: así pagaba los daños que había hecho”, apunta Rossella. Al año siguiente contaba cada hora de trabajo. Pero, además, al salir de la heladería echaba una mano a los vendedores ambulantes de la calle. Y también a un fotógrafo que tenía la tienda allí al lado y le pidió ayuda: hacía fotos en Misano a todo aquel que rodaba por la pista, lo hacía por gusto, pero era incapaz de reconocer las diferencias. Marco dividía para él las fotos en función del tipo de moto. “En esto era buenísimo”, recuerda la mamá. Así era Simoncelli. Todo corazón. Así pilotaba también. Más con el corazón que con la cabeza.

Su estilo, criticado a menudo en los últimos años, se definió a partir de su constitución física. Su cuerpo siempre fue una desventaja, era más grande que los otros niños, pesaba más que el resto. Por eso, entendió desde bien pequeño, cuando pensaba en ganar en las pistas de karts, que tenía que arriesgar en las curvas, frenar más tarde, ser más agresivo, porque en la recta lo perdía todo. “No pensaba en hacer la curva, solo el adelantamiento. Luego, la curva ya vería como la terminaba”, recordaba en un programa especial de la televisión italiana Rai3 hace unos días Maurizio Pasini, uno de quienes lo vio crecer, el primero que le dio un equipo para el que correr en sus inicios en minimotos. Así fue siempre. Puro espectáculo. Lo mismo que le daba aquel cuerpo, fuerza y poder en el cuerpo a cuerpo, se lo quitaba: lo que perdía en velocidad punta lo ganaba en los virajes. Lo sabe Dani Pedrosa, con quien protagonizó un polémico incidente en Le Mans en 2011: “Ya lo había adelantado, pero Dani recuperó en la recta. Pensó que podría adelantarle de nuevo en la siguiente curva y levantar al público de sus asientos”, recordaban en el programa titulado Marco Simoncelli, Sic para los amigos. Se levantaron, sí, pero porque Pedrosa terminó en la escapatoria y con la clavícula rota. Poco después Simoncelli obligó al mismo Valentino Rossi, su amigo, a levantar su moto en Misano también el año pasado: “Me hizo un adelantamiento a lo Sic”, recuerda su colega, uno de sus ídolos. Y su verdugo.

El piloto italiano Michelle Pirro ojea el libro sobre Simoncelli publicado recientemente.
El piloto italiano Michelle Pirro ojea el libro sobre Simoncelli publicado recientemente.EFE

“Recuerdo que no estábamos demasiado lejos. Él estaba un poco por delante de mí, tenía problemas con el neumático duro, iba marcando a Bautista”, recuerda Rossi. Era solo la segunda vuelta al circuito de Sepang, llegaron a curva once, donde desde el pasado jueves hay una placa en su recuerdo, y el piloto del equipo Gresini perdió el control de su moto. Aquellos neumáticos estaban demasiado fríos todavía. “Era muy grande. Y trato de aguantar la moto con su cuerpo, pero aquel intento sería decisivo. Fatal. Porque la moto siguió su trayectoria y él apareció en la nuestra de repente, como si viniera de otra parte. Colin [Edwards] lo vio. Iba por delante de mí y pudo frenar. Yo iba justo por detrás de él, vi que hacía un movimiento extraño, pero apenas tuve tiempo para reaccionar. Vi como Marco venía hacia mí. Fue un flash. Lo vi por el rabillo del ojo y lo reconocí por el mono. Para mí fue imposible hacer cualquier otra cosa. No pude hacer nada. Fue mala fortuna”.

Así describía Rossi, por vez primera al detalle, aquel accidente mortal. Un año después. “Miré atrás y me dio mucho miedo. Me di cuenta al momento. Pensé en volver allí, pero yo no me había caído y había seguido recto inconscientemente. No me quedó otra que volver al box”, añadía.

Simoncelli falleció en Sepang hace un año, a los 24, y con el futuro rendido a sus pies. Sucumbió en la pista el año de su despertar en MotoGP, cuando tenía el honor de pilotar una Honda oficial, después de un tercer puesto en Brno y un segundo en Australia, solo una semana antes de morir. Italia y el motociclismo le lloraron. Aunque se le sigue recordando con el mismo descaro en el circuito y aquel aire desgarbado, rizos al viento, y una amabilidad infinita. “Era positivo, sonriente, buscaba siempre hacerte cualquier gracia para alegrarte el día”, concedía Rossi, con quien un día se entrenaba y al otro jugaba al futbolín. “Nuestra ventaja es saber que Marco hacía lo que quería. Él era feliz. El único problema es que le echamos mucho de menos”, concedía Paolo, su padre, su amigo, su sombra. “Lo peor de todo es no haber tenido tiempo suficiente para hacer todo aquello que queríamos”, añadía Rossi.

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Sobre la firma

N. T.
Redactora jefa de la sección de Deportes y experta en motociclismo. Ha estado en cinco Rally Dakar y le apasionan el fútbol y la política. Se inició en la radio y empezó a escribir en el diario La Razón. Es Licenciada en Periodismo por la Universidad de Valencia, Máster en Fútbol en la UV y Executive Master en Marketing Digital por el IEBS.

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