Míchel ilumina un calabobos
El centrocampista del Levante encuentra la victoria ante el Getafe (0-1) con un zapatazo desde 30 metros en un partido soporífero por la falta de ambición
Faltaban cuatro minutos para que concluyera el suplicio de un partido enladrillado. Los parroquianos plegaban sus paraguas asumiendo el empate a cero como un mal menor cuando un destello alteró el guion y disipó las nubes. Entre el tormento y la tormenta, Míchel recogió un balón perdido y, con un zapatazo desde 30 metros, superó a Moyá e hizo caja para el Levante. Mucho premio para la poca ambición que se vio en Getafe.
La estética y la acústica del Coliseum remitían a la del fútbol amateur. En una mañana de chirimiri y asientos vacíos (más si cabe de lo habitual), en el campo resonaba cada puntapié al balón, cada grito dentro del tapete, cada indicación desde la banda y hasta el resuello de todo aquel valiente que intentaba sobreponerse a la modorra con alguna galopada aventurera. Ecos de la nada. Un modesto placer para el oído. Un suplicio para la vista.
GETAFE, 0 - LEVANTE, 1
Getafe: Moyá; Valera, Rafa, Abraham, Miguel Torres; Xavi Torres, Lacen; Pedro León, Lafita (Álvaro Vázquez, m. 60), Gavilán (Colunga, m. 76); y Paco Alcácer (Diego Castro, m. 60). No utilizados: Codina; Mané, Juan Rodríguez y Sarabia.
Levante: Munua; Pedro López, Ballesteros, Navarro, Juanfran; Iborra, Diop; El Zhar (Pedro Ríos, m. 62), Barkero (Míchel, m. 72), Juanlu (Rubén García, m. 72); y Martins. No utilizados: Navas; Karabelas, Rodas y Gekas.
Gol: 0-1. M. 86. Míchel, con un zapatazo desde 30 metros.
Árbitro: Pérez Montero. Amonestó a Rafa, Juanlu, Lafita, Juanfran y Ballesteros.
Unos 6.000 espectadores en el Coliseum.
Luis García había retocado la alineación para alterar los biorritmos de un grupo de perfil hipotenso. Pero las permutas no surtieron ningún efecto. El técnico azulón movió de inicio sus fichas en la parcela ofensiva para buscar el gol por agitación. Dio la alternativa en ataque a Paco Alcácer en detrimento de Álvaro Vázquez, Lafita se hizo cargo de la parcela de Barrada y Gavilán tomó el testigo de Diego Castro en el costado izquierdo. Pero apenas hubo sobresaltos en el área levantinista.
Ballesteros, patriarca de la zaga, impuso sin problemas su oficio y su pesada zancada en cada amago del Getafe, el cuarto equipo menos goleador de la categoría. El central acudía a la cita tras sobreponerse a un cólico nefrítico que le tuvo penando hasta la víspera, pero los atacantes azulones le hicieron retorcerse bastante menos que el cálculo en el riñón. Una muestra más del compromiso de uno de los expedientes más baqueteados de Primera División, imprescindible para Juan Ignacio Martínez a sus 37 años.
El calabobos barnizaba los bostezos de una grada que poco tenía para llevarse a la boca. Solo Barkero, con un zurdazo lejano, había probado suerte para el Levante en el primer tiempo. Apenas el empuje postrero de Pedro León había achuchado a Munúa. Nublados como el día, ambos equipos se entregaban, desapasionados, a un protocolario intercambio de pases con poco criterio y ninguna sustancia. Un raquítico elogio del orden. Un centrocampismo cargado de milonga.
Nadie se salía del libreto de una película sosa y previsible que guardaba un final de traca. Ni siquiera la fibra y el descaro de Martins, huérfano de desmarques, asomaba entre la medianía. Con media hora por delante Luis García devolvió su pizarra al estado anterior. Se propuso desandar el camino para coger carrerilla y buscó un ápice de ambición reclutando a Álvaro, Diego Castro y Colunga. Pero el partido siguió yermo para los locales, que cuando daban por bueno el empate se vieron sacudidos por la pericia de Míchel.
Juan Ignacio Martínez aguantó el pulso en la partida de ajedrez y le dio resultado. A menos de 20 minutos, retiró a Barkero y Juanlu y abrió paso a Rubén y Míchel. Este último encontró los tres puntos con una genialidad impropia de la mañana. Por cuestiones esotéricas, el Getafe, que nunca pierde cuando juega en lunes, sigue sin ganar cuando lo hace los domingos por la mañana.
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