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copa ryder
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Qué tiempos aquellos

Hace 15 años, la magia de Seve tumbó al imperio de Tiger en la inolvidable edición de Valderrama

C. ARRIBAS
Miguel Martin, Ignacio Garrido, Seve Ballesteros, Jose Maria Olazabal y Miguel Jimenez posan con el trofeo de la Ryder Cup en el Club de Golf Valderrama
Miguel Martin, Ignacio Garrido, Seve Ballesteros, Jose Maria Olazabal y Miguel Jimenez posan con el trofeo de la Ryder Cup en el Club de Golf ValderramaTim Matthews (GETTY)

Por aquel entonces, el otoño de 1997, Tiger Woods era ya el Tigre y Seve era aún Seve. Así se cruzaron en Valderrama, en la costa mediterránea, en la raya de Málaga y Cádiz. El Tigre tenía 21 años, una chaqueta verde y un padre que acababa de escribir un libro, ‘Entrenar a un tigre’, que se vendía como rosquillas. Ballesteros tenía 40 años, mucho pasado a sus espaldas, muchas batallas libradas y perdidas, y alguna ganada, muchas heridas abiertas y una misión. Seve era Europa, el equipo que había reinventado el golf y la rivalidad con Estados Unidos. El Tigre era el mejor jugador del mundo, el símbolo del imperio, muy buenos golfistas, muy poco equipo, mucho miedo en sus miradas, o, como se decía entonces, mucho culo prieto, mucho estreñimiento.

Ganó Europa. Ganó Seve. Detrás de las cuerdas, de pie o sentados en incómodos taburetes de lona plegables, la esencia de la Ryder, los espectadores que por una vez cada dos años son forofos auténticos de un equipo, chillones, provocadores, mezclados bajo la lluvia sin ningún tipo de distinción. Una foto que circula por ahí lo resume todo. En el green está Olazábal, que logra un birdie fenomenal e inesperado y levanta los brazos extático. En la segunda fila de los espectadores, entre europeos gozosos, destaca la figura de un hombre con el mismo gesto de felicidad en la mirada, con los brazos en alto en el mismo gesto de triunfo. Es Gaspar, el padre de Olazábal, quien por una vez se atreve a seguir a su hijo en un campo junto a su mujer, Julia. Dos pasos más allá, rodeados de norteamericanos que no pueden disimular su frustración, otra pareja reacciona al putt acertado de Olazábal, son George y Barbara Bush, el expresidente de Estados Unidos y la ex primera dama, dos aficionados más, dos forofos que sufren. Detrás de ellos, de pie en la última fila, sin necesidad de periscopio o banqueta, Michael Jordan fuma pensativo un habano protegido con una gorra.

Fue la primera vez que jugaron juntos Seve y Txema, la pareja que más puntos ha logrado en los partidos de dobles en la historia de la Ryder (11 victorias de 15 partidos)

Y Ballesteros en todas partes, con su buggy, de green a green, la mirada inflamada.

Peleaba la pelea más importante en la única competición en la que los golfistas juegan sin un centímetro de publicidad, en la que la recompensa no es una bolsa de dinero, sino la gloria, su liturgia, el elemento que da oxígeno al poder, básico para su supervivencia.

“Me han criticado mucho porque estaba en todas partes, pero quienes me critican son unos ignorantes”, decía Ballesteros hace cinco años, cuando se trataba de recordar con el capitán el décimo aniversario de aquella Ryder de Valderrama, un empeño que Ballesteros, siempre provocador, encontraba ridículo, pues no veía sentido a celebrar todos los aniversarios de todo lo que había ganado, cada año un aniversario, decía. “Los que me criticaban en Valderrama”, continuaba, “pensaban que hacía una función no correcta, pero sí lo fue. Se trataba de apoyar y motivar a los míos y meter presión, de asustar, a los otros. Y desde entonces todos los capitanes han intentado lo mismo”.

Y vaya si se asustaron los del Tigre del atómico Seve, el hombre de las primeras veces. “Fue la primera vez, Valderrama, en la que la Ryder se jugaba fuera o de Estados Unidos o de Gran Bretaña”, recordaba Seve. “Y yo fui el primer europeo que la ganó como jugador y luego como capitán”. Y también podría haber añadido que también estaba él en el equipo europeo que hace justo 25 años, en 1987 [la Ryder, bienal, se jugaba en años impares hasta que la edición de 2001, que debía haberse celebrado justo tras los ataques del 11S se pospuso a 2002], se impuso por primera vez a Estados Unidos en su territorio, en Muirfield Village, en Ohio. Entre aquellos 12 europeos felices estaba también un jovencísimo José María Olazábal, un rookie de 21 años, cuya imagen bailando desenfrenado en el green del 18 tras la victoria ante la mirada admirada de Nick Faldo, simbolizó como pocas aquella fecha.

Fue la victoria de ambos. Fue la primera vez que jugaron juntos Seve y Txema, la pareja que más puntos ha conseguido en los partidos de dobles en la historia de la Ryder (11 victorias de 15 partidos), por lo que a nadie extraña que sea Olazábal, al que podríamos llamar el hombre de las segundas veces, el siguiente español capitán europeo de la Ryder. Ya lo dijo Ballesteros en 2007, recordando la Valderrama que no quería recordar: “Olazábal jugó un papel fundamental. Es un gran amigo y un gran campeón. Un señor. Es mi mejor amigo, el único que no me ha fallado".

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Sobre la firma

C. ARRIBAS
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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