Un cabezota en la Gran Manzana
Ferrer llega a semifinales tras superar una desventaja de un set a dos y de 1-4 en la quinta manga frente a Tipsarevic, que acabó agotado tras 4h 31m
Eso no son golpes, son tiros. Eso no son pelotas, son balas. En cuartos de final del Abierto de Estados Unidos, el serbio Janko Tipsarevic acribilla a David Ferrer, que mediado el tercer parcial pide la atención del fisioterapeuta para tratarse el pie derecho. No se mueve el alicantino como acostumbra. Desenfunda el serbio más rápido que nunca: el número nueve dispara la friolera de 60 ganadores, impresiona con su revés de fuego y compite a lomos de la eléctrica energía que recoge tras hacer suyo un momento clave. Con 6-3 y 5-5, salva cuatro pelotas de break que dejaban a Ferrer sacando para ponerle su firma a la segunda manga. Es un momento catártico. Tipsarevic crece. Ferrer mengua. Cada intercambio acaba con un mágico pelotazo del serbio, que desborda al alicantino. Si el número cinco sobrevive (6-3, 6-7, 2-6, 6-3 y 7-6 en 4h 31m) a todo eso, si supera un 1-4 en el parcial decisivo, si llega a semifinales, es porque en su cabeza reside un terco inconformista, y en su corazón un apasionado tenista: buscará la final el sábado contra Djokovic, que derrotó a Del Potro.
“He corrido mucho, no tengo palabras, ha sido un partido durísimo”, dijo el vencedor sobre la pista. “Siempre lucho. Procuré no perder la concentración, pensar en llegar al quinto set. Peleé, solo así pude ganar”.
Ferrer, el número cinco, es ese hombre. Uno que sufre y ve cómo una y otra vez le supera la pelota. El mismo que en esos minutos de sufrimiento se grita la mejor receta: "¡Calma!"
Esta es la historia de su remontada, la jornada de un cabezota en la Gran Manzana. A los 30 años, Ferrer ve durante largos minutos cómo otra oportunidad se le escapa. Sin el suizo Roger Federer (eliminado 6-7, 4-6, 6-3, 3-6 por el checo Tomas Berdych) ni Rafael Nadal, lesionado, el Abierto de Estados Unidos mide los corazones de aquellos tenistas acostumbrados a vivir lejos de los focos. La ausencia de los dos campeones obliga a varios pasos al frente. Ya no hay excusas. Ya no se puede competir con la libertad que da que la presión sea cargada por los hombros de otros. Ya no hay por qué mirar hacia adelante y temblar pensando en lo que viene. Por primera vez en las últimas 33 semifinales grandes, ni el suizo ni Nadal estarán en la penúltima ronda. En consecuencia, y siguiendo la lógica de la clasificación y de los títulos, todos los focos apuntan al británico Andy Murray, reciente campeón olímpico, y a Djokovic, el titán que dominó con puño de hierro 2011. Un tenista silencioso, sin embargo, valora con gesto serio cómo reaccionar a esa circunstancia.
Ferrer, el número cinco, es ese hombre. Uno que sufre y ve cómo una y otra vez le supera la pelota. El mismo que en esos minutos de sufrimiento se grita la mejor receta: “¡Calma!”. Ese que siente cómo la oportunidad se le escapa entre los dedos, y que abandona su plan de insistir sobre el revés de Tipsarevic, que desde ahí le condena. El español se acuna en su servicio (15 aces, una barbaridad), y sonríe cuando llega a su terreno: acaba imponiéndose en la quinta manga, el coto de caza de los fuertes, el reino de los irreductibles, donde él, un maratoniano, gana el 64% de los duelos.
Djokovic derrota a Del Potro
El número 2 del mundo, Novak Djokovic, será el rival de Ferrer este sábado en semifinales tras derrotar al argentino Juan Martín del Potro, cabeza de serie número 7, por 6-2, 7-6 (7/3), 6-4.
Es la décima semifinal consecutiva de un torneo del Grand Slam que disputa el serbio, de 25 años, y la sexta en Flushing Meadows.
El partido contra Del Potro supuso para Djokovic una revancha, ya que el argentino le privó de la medalla de bronce en los pasados Juegos Olímpicos de Londres, donde el serbio fue el abanderado de su país.
Frente a esos datos, Tipsarevic actúa como un ciego. No quiere ver que el alicantino va de menos a más, que de las piernas sin chispa va pasando a los poderosos zancos de siempre. Ante esas estadísticas, el serbio actúa como un sordo. Que no le digan, por ejemplo, que Ferrer ha gozado de un día más de descanso que él, perjudicado por la lluvia, que le obligó a jugar de seguido los octavos (miércoles) y los cuartos (jueves). Ante la inercia del partido, calla: se cae por los suelos, se agarra las ingles, deja de gritar, y poco a poco, agotado y acalambrado por dos sets espectaculares, se apaga. El fisioterapeuta no le salva.
Ferrer aún sigue vivo, aún tiene la oportunidad de competir su primera final grande. La opción vuelve a llegarle en cemento, como en 2007 (Abierto de Estados Unidos) y 2011 (Abierto de Australia), justo en la misma temporada en la que pisó una ronda tan heráldica sobre tierra (Roland Garros). Nueva York es la ciudad que nunca duerme. Es el sueño de Ferrer: brillar más, levantar la Copa, ser el sol en la ciudad que nunca duerme.
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