Con el rabillo del ojo a 45 por hora
Juntando las mejores fases de sus tres grandes finales, Pekín, Berlín y Londres, Bolt habría hecho una ‘carrera perfecta’ de 9,52s
Carl Lewis, inolvidable, fue el hijo del viento; Usain Bolt, a quien nunca se olvidará, es el hijo del tiempo, su dueño.
Suyas son las tres mejores marcas de la historia en los 100 metros, 9,58s, 9,63s, 9,69s, todas ellas conseguidas en las tres grandes finales que ha disputado y ganado, dos olímpicas y una mundial, el único escenario en que sabe expresarse en todo su esplendor, el que genera la leyenda, y no en las reuniones habituales del calendario anual.
Mientras sus límites parecen aún inexplorados —¿Qué habría pasado si en la fresca noche del domingo londinense la temperatura, en vez de quedarse rozando los 17 grados hubiera subido a 27, como hace tres años en la final mundial de Berlín? ¿Valen esos 10 grados de diferencia las 58 milésimas que separaron al gigante jamaicano de los 9,58s, el récord del mundo, logrado aquella noche?—, los de sus rivales del pasado y los del presente parecen fijados, grabados en piedra. Solo uno de ellos, el estadounidense Tyson Gay, y a costa de quedar tocado para siempre, ha sido capaz de acercarse mínimamente a sus marcas, bajando de 9,70s. En la considerada la final más rápida de la historia, Yohan Blake, su gran rival de futuro (tiene 22 años, tres y medio menos que Bolt, quien el 26 de agosto cumple 26) repitió su mejor marca, 9,75s, lo que parece su límite, como la barrera de los 9,80s es la que fija el tope de Justin Gatlin, el tercero.
Mientras sus límites parecen aún inexplorados, los de sus rivales parecen fijados
El límite de Bolt solo lo podría fijar, es un decir, la física cuántica. Que su récord mundial de Berlín, 9,58s, no es su tope es una afirmación que se puede hacer sin temor a equivocarse basándose en un solo dato: en la final de Londres, según datos extraídos del análisis del biomecánico Xavier Aguado, Bolt corrió más rápido que en Berlín, una centésima, en el tramo decisivo, el de su progresión incomparable entre los metros 40 y 80. Según el científico de la Universidad de Castilla-La Mancha, fue dentro de ese tramo, pocos metros antes de llegar a la línea de los 70, cuando Bolt lanzado alcanzó la mayor velocidad punta de su carrera en unos 100 metros, pasando ligeramente incluso los 45 kilómetros por hora (12,5 metros por segundo).
“En ese tramo hizo prácticamente la misma velocidad media que en Berlín, con algo más de amplitud de zancada, unos 2,84 metros, y algo menos de frecuencia, revoluciones”, dice Aguado. Revisando la carrera a cámara superlenta en una grabación del canal olímpico, con la cámara enfocando de frente a Bolt, se observa que justamente en la zancada 30, llegado más o menos a los 70 metros, los ojos de Bolt, hasta entonces fijados fijamente en el horizonte lejano, se giraron hacia su rabillo izquierdo, para intuir los movimientos de las calles peligrosas, las de Gatlin y Blake, y de allí no se movieron increíblemente hasta el final.
Combinando de manera ideal los mejores trozos de cada una de sus tres grandes finales (la salida de Berlín, los primeros 20 metros de Pekín (viento nulo), del 20 al 40 de Berlín (viento de 0,9 metros por segundo a favor) y del 40 al 100 de Londres (+1,5 m/s), la carrera perfecta de Bolt sería de 9,52s, seis centésimas menos que el récord oficial. Si a estos datos objetivos se les pudiera añadir variables de influencia menos cuantificable, como el viento o la temperatura, el resultado sería seguramente inferior.
Solo estos datos deberían valer para que no hubiera dudas, que no las hay, en la consideración del jamaicano de 1,96 metros y 95 kilos como el sprinter más grande de la historia, y no solo por su tamaño. Sin embargo, los intangibles y la memoria aún permiten que enfrentados a sus logros no palidezcan los de Jesse Owens, el héroe de Berlín 36 que desafió a Hitler, ni los de Bob Hayes, cuya imagen de potencia y poderío en la final de Tokio 64 sigue siendo insuperable para quienes fueron testigos de su carrera.
En Londres corrió una centésima más rápido que en Berlín en el tramo decisivo
Hayes corrió la final japonesa en pista de ceniza empapada en 10,05s, lo que equivaldría a 9,80s en pista de tartán moderna, y aparte del valor de la memoria, en su favor pesa un if \[si\] tremendo. Su carrera atlética fue obligatoriamente corta en aquellos años de amateurismo en la que los atletas estadounidenses, universitarios, solo podían participar en unos Juegos: Hayes se retiró a los 21 y como jugador de fútbol americano profesional ganó una Super Bowl con Dallas. Incluso Carl Lewis, quien también batió un récord del mundo en una final olímpica (9,92s en Seúl 88 tras la descalificación de Ben Johnson), el otro atleta que ha ganado dos veces seguidas el oro en los 100, resiste aún la comparación. Quizás Bolt necesite ganar también el oro en los 200, cuya defensa comienza hoy, para desequilibrar definitivamente la balanza que pesa las leyendas.
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