Elogio de la paciencia
Los españoles supieron mantener la tranquilidad ante la agresividad del rival sabedores de que se apagaría
Pocos tópicos hay tan tópicos como ese que nos recuerda que los partidos duran 40 minutos. Además de una obviedad, resulta verdad a medias, pues a veces al debate le sobran minutos y hasta cuartos. Pero, más allá de la evidencia de lo literal, el espíritu que encierra la frase invita a una virtud necesaria para afrontar partidos y campeonatos: la paciencia. La España baloncestística la tiene a raudales y ante rivales como Australia es la base de su funcionamiento. A partir de esta impagable cualidad, aguantó estoicamente los problemas que le planteó durante un cuarto y medio la aguerrida selección rival. Algunos, esperados, como el de su dureza defensiva. Otros, más puntuales, como que al mejor juego interior del campeonato los pívots adversarios sacaran durante los primeros minutos demasiados réditos debajo del aro a través de bloqueos en la cabecera de la zona, mal resueltos, que terminaban con canastas fáciles o acumulando rebotes ofensivos.
A partir de la mitad del segundo cuarto, Australia tuvo que bajar el pistón, a lo que colaboró de forma importante Felipe Reyes
Un primer cuarto desafortunado suponía el peligro de que España se enredara y terminase atragantándosele la mañana. Australia lo consiguió en los partidos de preparación, pero, cuando el torneo se pone en marcha, este grupo no está para casi ninguna broma. Mantuvo la tranquilidad ante la agresividad contraria, sabedor de que sería imposible que la sostuviese durante todo el partido por dos razones. La primera, la enorme variedad de recursos del equipo español, en el que, por ejemplo, a la ausencia de Navarro responden unos excelentes Rudy y San Emeterio, por lo que, tarde o temprano, suele encontrar alguien o algo al que agarrarse. La segunda, que las faltas permitidas a un jugador son cinco, no 50. A partir de la mitad del segundo cuarto, Australia tuvo que bajar el pistón, a lo que colaboró de forma importante Felipe Reyes, que logró, con su habitual omnipresencia allá donde cae la pelota, que los rebotes ofensivos que antes cogían los australianos los capturasen ahora los españoles.
Poco a poco, cargados de faltas y acusando el cansancio físico y mental que supone intentar frenar el potencial español, Australia aflojó la resistencia. Ya no llegaban los dos contra uno a Pau, ya no corrían tanto hacia adelante y hacia atrás, ya no peleaban con tanta fiereza por el balón... Para cualquier rival de nuestro equipo, eso significa su sentencia de muerte. Sergio Rodriguez encendió el turbo y España se gustó, ofreciendo algo más de un cuarto de juego espectacular, solo a la altura de Estados Unidos, en el que es capaz de mezclar el descomunal talento ofensivo de Pau, la puntería de Rudy, la explosividad de Llull, la fortaleza de Marc o los vuelos sin motor de Ibaka. Cuando corre, España se ilumina y ayer lo pudo hacer porque en los 15 minutos en los que Australia le buscó las cosquillas supo mantener la calma y esperar un momento que sabría que, antes o después, llegaría.
España prosigue su proceso de ajuste destilando confianza y sin mayores novedades y preocupaciones que el pie de Navarro. En su primera y esperemos que última ausencia, no hubo motivos para añorarle. Esta vez fue una victoria por maduración. A veces, la paciencia se convierte en la madre de la ciencia.
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