El encanto de lo clásico
Voeckler enamora a la afición con todo, incluso con sus defectos. Gusta su carácter y gusta su teatralidad, su lengua fuera y sus gestos de cara a la galería cada vez que huele una cámara
Lo bueno de los clásicos es que incluso los defectos se convierten en virtudes. Yo por ejemplo tengo un viejo Volkswagen Escarabajo, bien plagado de defectos con respecto a un vehículo actual, como no podría ser de otra forma en un coche con casi 40 años. Pero en esos defectos radica precisamente su encanto, y de ahí mi disfrute cada vez que tengo oportunidad de ponerme a sus mandos.
Ayer en el menú teníamos un clásico. Etapa pirenaica con salida en Pau y llegada a Bagnères de Luchon; con el Aubisque, el circo del Soulor, el Tourmalet, el Aspin y el Peyresourde. 200 kilómetros y calor, mucho calor. Nada nuevo bajo el sol, el escenario era el mismo que tantas y tantas veces se ha repetido el Tour de Francia con variados desenlaces. No es la etapa más larga ni la más dura, pero sí la más clásica de esta edición. Sin ascensiones de grandes porcentajes y con valles amplios que permitían cierto reagrupamiento; y con el cálido ambiente festivo que nunca falla en estos puertos.
El guion de la carrera fue también clásico. Escapada numerosísima de salida con control del equipo del líder, de la que saldría en vencedor de la etapa por simple selección natural. ¿Y quién fue el afortunado? Pues un clásico del Tour de los últimos años, Thomas Voeckler. Un clásico que este año estuvo desaparecido en la primera semana y que a punto estuvo de no participar por unos problemas de rodilla. De si estos problemas estaban relacionados con la investigación sobre dopaje de la que se habló en los días previos a la carrera, nunca volvimos a saber nada. Lo que si hemos sabido a partir de la segunda semana es que Voeckler seguía vivo, muy vivo; y activo, tal y como demostró ganando su clásica etapa. Se terminaron entonces los silbidos y las malas caras, el “¡Allez, Thomas!” tan clásico en las cunetas de los últimos años volvió a sonar de nuevo.
Tuvo protagonismo en todos los puntos calientes de la etapa; y gracias a ello, no solo se llevó su segunda victoria de esta edición, sino que se vistió el maillot de puntos rojos
Y ayer no es que sonara, sino que se convirtió en el himno de la carrera tras la espectacular exhibición del francés. Tuvo protagonismo en todos los puntos calientes de la etapa; y gracias a ello, no solo se llevó su segunda victoria de esta edición, sino que se vistió el maillot de puntos rojos que le acredita como el líder de la montaña que hoy defenderá con uñas y dientes.
Thomas, un clásico, enamora a la afición con todo, incluso con sus defectos. Su carácter inconformista y sufridor, su valentía y su olfato para saber dónde pescar son virtudes, y eso gusta mucho. Pero también gusta su teatralidad, sus numeritos, su lengua fuera y sus gestos de cara a la galería cada vez que huele una cámara. El baño de masas que se llevó su orgullo durante el último kilómetro es algo que ya iba echando de menos. A mí personalmente me parecen defectos —sé que muchos no compartirán mi opinión—, pero eso es lo de menos. Porque como decía, en un clásico los defectos son virtudes, y no hay que negar que es un corredor que da de que hablar, brinda espectáculo y hace que la gente se identifique con él y se alegre con sus victorias. ¿Qué más se puede pedir? Eso además, en este Tour dominado por el equipo del cálculo científico, el Sky, es sin duda algo muy de agradecer.
Pero pasaron muchas más cosas, algunas de ellas también clásicas por cierto. Un clásico es que en la tercera semana nadie ataca, todo el mundo se dedica a defender lo conseguido hasta entonces. Nibali se saltó el guion…o no. Porque probó al líder con sus ataques en el Peyresourde, es cierto, pero se aseguró el puesto en el podio, lo que, visto el dominio de la pareja Froome-Wiggins, era lo más realista y el verdadero objetivo del italiano. Y a falta de la jornada de hoy, podemos prever que ya lo ha logrado. Evans, el último ganador en París, cedió por problemas estomacales, otro clásico que no puede faltar en todo Tour que se precie, lo mismo que la aquella plaga de las caídas. Una pena, un factor más en el que todos pueden caer, pero que le ha tocado a este hombre que ya ha comprobado que éste no es su Tour, que el suyo fue en 2011.
Y más cosas pasaron, pero Voeckler me ha comido el espacio y ya no puedo contar más, así de egoísta es este chico. A ver si hoy deja opción a otros para el lucimiento, espero que sí; a ver si vemos al líder en apuros en la que ya —ahora sí— es la última oportunidad.
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