Una victoria sobre una garrapata
Después de un año enfermo, Fédrigo se impone en Pau en la última etapa de transición
Hay campeones que no se sabe si merecen el esfuerzo que se hace para conferirles valor poético, campeones de esos a los que Paul Fournel, el último biógrafo de Anquetil, llamaba de “mecánica simple, lineales”. Brad Wiggins, por ejemplo, quien no quiere entender que una etapa determinada puede ser la metáfora perfecta de algo inaprensible si no.
Uno que come como Wiggins, al dictado de un nutricionista que le dice que la clave para perder los kilos de culo que le pesaban en la montaña es aprender a dormir con hambre y sed, como si un ciclista fuera un boxeador la víspera del pesaje de un combate, no puede ser de “mecánica compleja”, por supuesto. La complejidad, enseñan los clásicos, empieza en el estómago. Coppi, Anquetil, que desayunaba ostras con champagne para épater les bourgeois, tocar las narices a los tradicionalistas que dictan las leyes del comportamiento, tenían estómagos de acero; Luis Ocaña, que se metía en el bolsillo del maillot cebollas crudas y ajos, y hasta zarajos o lo que fuera, habría disfrutado ayer desayunando en la salida de Samatan, la capital del foie, donde freían manzanas para acompañar al magret, y bebían vino blanquette de Limoux, como el que ofrecía Jesús Martínez, aquel exciclista francés (hijo de almerienses de Vélez Rubio emigrados a las minas en 1922) que ganó la Midi Libre del 54. Cuando corría en España le hacían pasar por italiano y le llamaban Martini. Su hija, una morena hermosa, amaba el ciclismo y a Ocaña, y viajaba a las carreras en un Matra. Cuando esto ocurría, el departamento que recorrió el Tour, el departamento en que Ocaña y su familia enraizaron, se llamaba Gascuña, nombre de resonancias literarias, claro, cambiado luego a Gers, como el río, pura descripción geográfica, lo que habría aborrecido Ocaña, claro, cuya complejidad empezaba en el estómago y continuaba en su cabeza, en su fatalismo, en esa lucha interior por llevarse la contraria que le hizo llegar más lejos que casi ninguno.
Llega la carrera en un estado que Wiggins llama de “cansancio mental”
Hace cinco años, Wiggins, uno que empezaba entonces a descubrir el Tour en el Cofidis, protagonizó una acción insólita: una fuga en solitario. Más que hazaña propia, tuvo que irse solo como castigo que impusieron un grupo de equipos al suyo por unos asuntos largos de explicar ahora. Y condenado a hacerse toda la etapa solo estuvo por el pelotón, que solo le cogió a cinco kilómetros de la meta. Preguntado ahora, tan seguro, casi soberbio, sobre el significado de aquella experiencia primaria (evidente metáfora de la fuga inútil como metáfora del viaje como metáfora de la vida que cobra sentido) había tenido en su visión del mundo, respondió que ninguno, que era una fuga publicitaria como otra cualquiera, que era lo que tenía que hacer entonces.
Clasificación
15º etapa
1. Pierrick Fedrigo (FRA/FDJ-BigMat) 3h 40m 15s.
2. Christian Vande Velde (USA/Garmin) m.t.
3 Thomas Voeckler (FRA/Europcar) a 12s.
4. Nicki Sorensen (DIN/Saxo Bank) m.t.
5. Dries Devenyns (BEL/Omega Pharma-Quick Step) a 21s.
6. Samuel Dumoulin (FRA/Cofidis) a 1m 8s.
7. André Greipel (ALE/Lotto) a 11m 50s.
General
1. Bradley Wiggins (GBR/SKY) 68h33m21s.
2. Chris Froome (GBR/SKY) a 2m 5s.
3. Vincenzo Nibali (ITA/LIQ) a 2m 23s.
4. Cadel Evans (AUS/BMC) a 3m 19s.
5. Jrgen Van den Broeck (BEL/LTB) a 4m 48s.
6. Haimar Zubeldia (ESP/RSH) a 6m 15s.
Contribuyendo también a la aniquilación de la poesía, el Tour llegó a Pau insultando a la capital del antiguo Béarn, tan literario, actual Pirineos Atlánticos (qué nombre, alguien se imagina que con eso se podría bautizar una salsa), pues lo hizo sin pasar antes por ninguno de los cols que la rodean. Puso la carrera así final a la larguísima transición entre la mínima ración alpina y lo poco que se verá de Pirineos mañana y pasado, tras el descanso.
Llega la carrera en un estado que Wiggins, tras haber pasado el domingo pirenaico tan cómodamente, llama de “cansancio mental” (ayer hubo siete abandonos más), que algunos podrían traducir por aburrimiento o resignación. En solo tres etapas (la de la caída de San Quintín, la de la Planche des Belles Filles y la contrarreloj de Besançon) el Tour ha establecido una jerarquía tan sólida que parece inabordable. Tras los Pirineos, otra contrarreloj da al líder un margen de maniobra de más de cuatro minutos contra sus rivales-rivales, Nibali y Evans. Con su rival de casa, Froome, no necesita margen, por supuesto.
Si siguiéramos la línea de la mecánica simple de Wiggins, la etapa se resumiría en la primera hora habitual de ataques desesperados necesarios para montar la fuga; en la lista de sospechosos habituales, Voeckler, como casi siempre, y Fédrigo, de gran olfato, cuatro más, que la compusieron, y en la serie de ataques de los últimos metros que declararon a Fédrigo, el más vivo, ganador. Pero los complejos también apreciaron un par de rasgos poéticos, hermosos. El valor literario, complejo, metafórico, lo dieron un par de detalles. Uno fue la gran maniobra del Saxo para meter a Sorensen en la fuga, que tan bien explica Horrillo aquí debajo. El otro, la peripecia de Fédrigo, ganador de su cuarta etapa en el Tour, otro especialista como Luis León, un francés que se pasó el año pasado fuera de forma después de la mordedura de una garrapata (palabra y circunstancias poéticas donde las haya).
Prólogo: Las variaciones Cancellara
Primera etapa: Los domingos generosos
Segunda etapa: Contra la melancolía, Cavendish
Tercera etapa: La construcción del personaje Sagan
Cuarta etapa: ¿Será Greipel el bosón de Higgs?
Quinta etapa: Y una montaña en San Quintín
Sexta etapa: Una guerra de guerrillas
Séptima etapa: El 'nuevo ciclismo' toma el poder
Octava etapa: Wiggins y sus 'enemigos'
Novena etapa: Wiggins, un Indurain muy locuaz
Décima etapa: Los maquis del Grand Colombier
Undécima etapa: Cuando el segundo es mejor que el primero
Duodécima etapa: Pedaleando en la luz
Decimotercera etapa: 14 de julio en Sète con Wiggins
Decimocuarta etapa: Luis León, la memoria genética y el instinto
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