El pelotón de los desterrados
Luis León admite que falló en el final de la escapada en una etapa tallada para su estilo
El primer día en el que los desterrados de la gloria cruzan sus miradas es el momento en el que todo parece posible, incluso la redención colectiva. Valverde, Scarponi, Gesink, Fränk Schleck, Leipheimer…, todos aquellos que llegaron a Lieja hablando de los primeros puestos, del podio, de intentar un gran Tour y a los que la primera parte de la carrera les mostró una cara negativa, hicieron cuentas, oyeron cuentos, creyeron historias, el día de descanso. Su Tour lo debería salvar la montaña, los Alpes, los Pirineos; su julio en Francia debería encontrar sentido no en una victoria de etapa, sino en una acción generosa, osada, colectiva, no calculada. Se lo contaban sus directores y ellos abrían los ojos y se lo creían. Lo decían también sus directores a quien quería preguntárselo.
“Sí, sería un pelotón terrible”, dijo en la salida Roberto Damiani, el director del Lampre de Scarponi. “Tan buenos corredores juntos al ataque seguro que podrían hacer algo grande. No tanto como desestabilizar el Tour, pero sí para hacer hermosas las etapas”. Y Eusebio Unzue, el director del Movistar de Valverde, asentía. “Sí, pero más que la etapa de ayer, la del jueves, la grande de los Alpes, la de la Madeleine, la Croix de Fer por el Glandon, la Toussuire, encadenados uno tras otro sin nada entre medias más que sus descensos, es la que sería perfecta para esos corredores, y para Valverde también, por supuesto”, dijo Unzue. Y la perspectiva, así dibujada, era en verdad atractiva. Los grandes Alpes, al fin, puertos interminables hasta los 2.000 metros, el gran día.
La etapa del jueves sería perfecta para esos corredores, explica Unzúe
Las miradas de los derrotados son inconfundibles en las llegadas. Negra la mirada en su cara tan fina, huesos, tan negra y triste como la camiseta negra de tirantes que viste, Valverde intenta animarse cuando en medio de las voces bajas, casi susurros, que le rodean en el autobús alguien pregunta en alto: “¿Preparado para los Alpes?”. Sonríe un poco el murciano y asiente. “Habrá que estarlo”, dice su boca, pero su gesto, su cuerpo, parecen querer decir lo contrario; también los ademanes de quienes le rodean. Así terminó un día duro en el territorio del asfalto antiguo y áspero en un puerto antiguo, sin civilizar, del calor a 1.500 metros, de subir y bajar sin descanso, del viento de cara en un final durísimo que dejó a todos sin aliento, sin ánimo para pensar en el día siguiente. Y como él, los demás.
De todos aquellos a quienes brillaban los ojos ansiosos en la salida, solo Scarponi fue capaz de integrarse en un pelotón de fugados (nada menos que 25), que más que por desterrados estaba formado por oportunistas, por todos aquellos que tenían este día marcado desde hace meses y piernas para intentarlo. Entre ellos, el español más especialista en este tipo de fugas, las que se hacen por fuerza, las que se mantienen por clase, las que se ganan por sabiduría. Luis León Sánchez, que llevaba todo el Tour entrenándose para un día como este, marcó perfectamente los tiempos en las dos primeras fases de la faena, pero falló tremendamente en la última, la de la victoria, para la que era el favorito, pues no en vano etapas similares ha ganado ya tres en el Tour, la última el año pasado, en Saint Flour, ante Thomas Voeckler justamente, el ciclista que ayer le reventó.
“No conocía la llegada”, dijo el murciano del Rabobank hablando de un repecho de 1.200 metros tremendamente duro por el viento de cara también, porque, además, estaba al final de una etapa de casi 200 kilómetros corrida a 40 por hora, sin descanso, y que le condenó a ser cuarto entre los cinco que llegaron destacados. “Me he equivocado. Pensaba que el más fuerte sería Scarponi y me quedé marcándole, y cuando fui a por Voeckler ya no podía. Además, pensaba que en la primera semana no había gastado apenas fuerzas, pero he comprobado que los látigos pasan factura”.
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