Webber aguanta lo que le echen
El triunfo acerca al australiano a Alonso, segundo en Silverstone, y a la renovación con Red Bull
A menos de media hora por carretera de Silverstone se encuentra Mentmore, una zona residencial donde los jardines de las casas unifamiliares dibujan una cuadrícula de proporciones idénticas las unas a las otras. En un codo de la callejuela que cruza este pueblecito, a todo aquel que le guste la carne, especialmente el cordero, puede parar en The Stag, un restaurante en el que anoche se montó un buen sarao con motivo del segundo triunfo del año de Mark Webber, copropietario del mesón junto a Ann Neal, su compañera y la persona que gestiona su trayectoria profesional. Esta victoria en Gran Bretaña eleva la temperatura de un Mundial en erupción y comienza a perfilar un pelotón que sigue bajo la batuta de Fernando Alonso, que terminó el segundo tras liderar la mayor parte de la carrera y que se venció al final, a falta de cuatro vueltas, mientras que el tercero en cruzar la meta fue Sebastian Vettel.
El ‘aussie’ se reservó el hachazo para cuando Ferrari calzó al final las gomas blandas
Webber vive en Aylesbury, en la capital del condado de Buckinghamshire, a 10 kilómetros de Silverstone. Gracias a eso y al despliegue especial que Red Bull le dispuso para sortear el caótico tráfico de los alrededores del circuito, el piloto de Queanbeyan pudo salir a correr por la mañana, acompañado por sus perros, con la vista puesta en el cielo como después reconoció. La lluvia que agitó los ensayos y que llevó a suspender durante una hora y media la cronometrada del sábado ofreció una tregua el domingo, una deferencia que alivió a la hinchada en la misma medida que complicó la vida a los equipos, forzados a definir sus estrategias prácticamente a ciegas, sin una referencia clara del comportamiento y durabilidad de los neumáticos. Mal asunto, debió de pensar el australiano, que aún maldice cuando recuerda que en 2010, en este mismo escenario, Vettel destrozó el alerón delantero de su bólido durante los entrenamientos y los técnicos decidieron quitárselo a él para dárselo al alemán, un mensaje telegrafiado de los deseos de los gerifaltes de la escudería energética. “No está mal para tratarse de un segundo piloto, ¿verdad?”, dijo Webber el día siguiente mientras cruzaba el primero bajo la bandera de cuadros.
Este campeonato, en cualquier caso, tiene unas hechuras muy distintas a los dos últimos, los que Baby Schumi ha ganado de forma consecutiva. El alboroto que predomina le va de lujo a su vecino de taller, un auténtico superviviente que en el decenio que lleva en el negocio las ha visto de todos los colores, que en muchas ocasiones ha tenido que correr con el enemigo metido en casa y que, llegados a este punto de su vida, ya aguanta lo que le echen. El año pasado renovó su contrato con Red Bull cuando nadie apostaba por ello, sobre todo por las jugarretas que había llegado a soportar, y todo apunta a que ahora volverá a hacerlo y pronto.
Colocado en la segunda plaza de la parrilla, justo al lado de Alonso, el corredor aussie se mantuvo siempre detrás del español, en un margen de entre tres y seis segundos, para dar el hachazo definitivo al final. Si el Ferrari anterior no calentaba las gomas ni con la ayuda de un soplete, el actual es demasiado agresivo con las especificaciones más blandas, una eventualidad que empujó a la tropa de Maranello a tomar un camino opuesto al de la mayoría, y a calzar el F2012 del asturiano con la opción más dura.
Esta hoja de ruta llevó al ovetense a dejar las otras para el final, aunque las 14 vueltas que tuvo que dar con ellas fueron demasiadas para mantener a raya al búfalo rojo, que le birló cuatro segundos en 10 giros (entre el 38º y el 48º) antes de superarle, por el exterior y en un viraje a la izquierda, para enfilar por el interior el siguiente, a la derecha, ya en cabeza.
“Hay que ser muy consistente, seguir empujando al máximo, disfrutar de este resultado y beber mucho esta noche”, soltó Webber en el corralito, la zona habilitada para atender a la televisión, antes de cambiarse de ropa, esperar a que los vomitorios de Silverstone se vaciaran, y enfilar hacia su restaurante favorito.
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