La ley de la calculadora
Sucede en días de cambio de viento, o en días de lluvia y tormentas o en días en los que aparece algún misterio de un destino por nadie conocido.
En un día en el que los grandes titulares se los llevaba el hallazgo del bosón de Higgs tras una laboriosa búsqueda por los físicos del CERN de Ginebra, y al que ya califican como la clave para la comprensión del universo, la resaca del descubrimiento nos hizo caer en que la física del pelotón, los movimientos entre esas partículas de colores llamadas corredores, se siguen rigiendo por la ley de la vieja calculadora. Esa vieja calculadora que rara vez falla, aunque tiene alguna tara en los circuitos que muy de vez en cuando parece volverla loca. Sucede en días de cambio de viento, o en días de lluvia y tormentas o en días en los que aparece algún misterio de un destino por nadie conocido.
Pero estos días suelen ser la excepción, y más aún en la primera semana de carrera, donde la vieja calculadora funciona en su esplendor y demuestra su fidelidad: un minuto por cada 10 kilómetros, esa es la vieja fórmula que aplica en cualquier circunstancia.
La escapada de ayer fue tempranera, como reza el tópico. No fue el primero, sino el segundo ataque del día el que formó ese grupo de cuatro corredores condenados a entenderse. Urtasun, Ladagnous, Ghiselinck y Simon, los cuatro valientes del día que sabían que viajaban a ninguna parte aunque con esa esperanza de que más seguro es que no te toque si no lo intentas.
Urtasun, sabedor de su velocidad final, había calculado mejor y arrancó su sprint a unos 600 metros. La ilusión le duró 200 metros…
Cumplían así con el guion de la carrera, dando protagonismo a sus equipos en la retransmisión televisiva, sabiendo que la calculadora del pelotón sería implacable. En el tercer kilómetro, la ventaja era ya de 1m35s, así que los cuatro continuaron con su entendimiento hasta alcanzar una ventaja máxima en el km 52 de 5m40s.
Entonces el pelotón puso en marcha la calculadora, y gracias al trabajo de Lotto, Radioshack y GreenEdge, la fuga se mantuvo siempre controlada. Faltando 25 kms, 1m30s separaba a unos de los otros. Todo bajo control. Pero los fugados decidieron entonces coger el mando del juego y pasar a ser ellos los protagonistas, basta de secundarios. Pusieron toda la carne en el asador y aumentaron la intensidad de los relevos. El pelotón no se inmutaba con el juego, 1m12s faltando 20 kms, 1m05s faltando. Una distancia dentro de los límites de la fórmula pero que indicaba que la progresión a la hora de recuperar los segundos de desventaja se estancaba peligrosamente.
40s a 10 de meta, aquí saltaron todas las alarmas. Los de adelante “caminaban”, y pasaron la pancarta de 4 kms a meta todavía con 25s, el sueño se podía convertir en realidad. Una caída en cabeza de pelotón a poco menos de tres, añadió aún más confusión a la persecución, y así se plantaron los cuatro en la pancarta de 2, en los que la referencia visual ya les resultaba favorable.
Como no podía ser de otra forma, su entendimiento se rompió entonces, y fue el belga Ghiselinck quién cruzó el triángulo rojo del último kilómetro en solitario con una ventaja que aún le permitía soñar. Pero el final era en una ligera cuesta arriba que con 200 kilómetros de fuga en las piernas pierde el calificativo de ligera. Urtasun, sabedor de su velocidad final, había calculado mejor y arrancó su sprint a unos 600 metros. Sobrepasó al belga a 400 metros de la llegada y durante un instante pudo soñar con que iba a aprovechar la oportunidad de su vida. La ilusión le duró 200 metros…
Por detrás Goss se vio obligado a lanzar el sprint anticipándolo, y terminó viendo como Greipel le superaba en el que calificó como “uno de los sprints más duros de mi vida”. Menudos 1000 metros de emoción. Dio de nuevo las gracias a todo su equipo, y no tuvo ningún recuerdo para la calculadora. Normal teniendo en cuenta que a pesar de haber terminado funcionando, buen susto le había dado en esta ocasión.
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