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Los domingos generosos

Cancellara, de amarillo, conduce al tremendo Sagan a la victoria

Carlos Arribas
Sagan cruza la meta por delante de Cancellara.
Sagan cruza la meta por delante de Cancellara.STEPHANE MAHE (reuters)

Algunos podrán decir que no es sino una locomotora sin cerebro, pero Fabian Cancellara es un ciclista. El suizo es tan grande que podría haberse metido en un bolsillo a los dos que se engancharon a su rueda y haber seguido tirando como si nada y también, si quisiera, podría repetirlo todos los días. Cancellara, el líder del Tour, tiene un sentido de su oficio tan grande, un sentido del ciclismo tan profundo, o sea, generoso, que lo que hizo hace unos meses en la San Remo, y un año antes en el Tour de Flandes lo repitió: dejar decidir al instinto (siempre elige lo mismo, es su raza), atacar sin mirar atrás (sabiendo que siempre algún oportunista que lo esperaba se pegará a su rueda) y no dejar de pedalear hasta la última línea. Y después, gane quien gane, que no suele ser él, no reprocharse nada. Al contrario.

Así ganó el belga Nick Nuyens en Flandes el año pasado y así ganó el australiano Simon Gerrans la última San Remo, dando al fabuloso helvético tan solo un relevo, el último. Así ganó Peter Sagan, que también es un oportunista, pero algo más. “Yo, si hago una cosa, la hago hasta el final. Nunca me pararé a 500 metros de la meta pensando que no voy a ganar. No soy de esos”, dijo el ganador del prólogo. Una declaración que tanto vale para un bruto como para un generoso.

Así, entre Cancellara y Francisco Mancebo, que hizo justamente lo mismo hace una semana en beneficio de Fran Ventoso en el Campeonato de España, podrían instaurar algo así como los domingos generosos del ciclismo. Tendrían la virtud de, por lo menos en el Tour, sustituir ese otro sentimiento, el miedo, que domina tanto estos días que amenaza con convertir a los corredores en simples gestores del pánico, maestro, como se sabe, del egoísmo.

El Tour volvió a ser Tour y fue más Tour que nunca cuando la última cuesta, el hermoso repecho con su chicane en pavés, sus pendientes imposibles de muro...

Del miedo se hablaba en la salida. Hablaban corredores como Óscar Freire, quien ha decidido que ya no tiene edad para arriesgarse, que estos días solo ganan los que se arriesgan. Del miedo hablaba Alejandro Valverde, que reacciona cuando sabe que tiene que meterse en una llegada complicada, como la de esta etapa (una cuesta tremenda, de clásica ardenesa, en territorio minero, entre humo de barbacoa y olor a fritanga, que es como los belgas celebran el ciclismo), como si fuera un soldado al que obligaran a salir voluntario de la trinchera en un ataque desesperado, suicida.

No era para tanto claro. No era para tanto nada. Y así parecía: los ciclistas, relajados a lo ancho de la ancha carretera, el RadioShack controlando la escapada a lo masoquista (policía bueno, Yaroslav Popovich, que les dejaba coger tiempo; policía malo, Jens Voigt, que les hacía sudar: entre medias, enloquecida, l'ardoisière en moto y casco amarillo, que tiene nombre de oficio de cuadro de la escuela holandesa, pero que se llama Claire y se dedica a escribir en una pizarra con una tiza la referencia temporal de la fuga) hasta que en el kilómetro 25 se fue al suelo un grupo de amigos: Vladímir Karpets, Joan Horrach, José Joaquín Rojas, Luis León...

El eslovaco se pegó a la rueda del suizo, aguantó y remontó

Fue el ruido de la caída como el despertador que señala el final de un sueño en los cuentos. El pelotón recobró la consciencia, se empapó de miedo. Gotas tumultuosas, como las de una botella de espumoso o las aguas del tumultuoso Mosa que bordeaban, cada corredor se convirtió en una unidad generadora de peligro. Se multiplicaron las caídas (Valverde y Rui Costa se vieron envueltos en otra: la zozobra para reengancharse al pelotón les hizo llegar justos a la última cuesta, aunque el prudente Valverde se quejaba: “Tenía piernas y ganas y pensaba atacar de lejos, pero me cerraron y acabé sexto”), los amagos de abanico, los cortes, el pánico...

El Tour volvió a ser Tour y fue más Tour que nunca cuando la última cuesta, el hermoso repecho con su chicane en pavés, sus pendientes imposibles de muro, dio paso a Cancellara. Sagan, que lo esperaba, se pegó a su rueda y, explosivo, boom, aguantó y remontó. Es eslovaco y tiene 22 años. Desde el estadounidense Lance Armstrong, en 1993, nadie tan joven había conseguido imponerse en una etapa del Tour.

“Dicen que serás el nuevo Armstrong”, le provocan. “Ojalá, ya me gustaría, pero… Ya veremos con el tiempo”, responde en varios idiomas con su voz monótona de tímido, bronca, palabras a las que la traducción poética de Pascale da vida.

Clasificaciones:

ETAPA: 1. P. Sagan (Esl. / Liquigas) 4h 58m 19s 2. F. Cancellara (Sui. /Radio Shack) m.t. 3. E. Boasson Hagen (Nor./Sky) m.t. 6. A. Valverde (Esp. / Movistar) m.t.

GENERAL: 1. F. Cancellara (Sui. /Radio Shack) 5h 5m 32s 2. B. Wiggins (GBR. / Sky) a 7s 3. S. Chavanel (Fra /Quickstep) a 7s 8. C. Evans (Aus. / BMC) a 17s

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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