El campeón más adecuado
Iba de camino desde Kansas City a Los Ángeles (en coche, porque soy un estadounidense derrochador), y tenía que parar en algún lugar para ver el que sospechaba que sería el último partido de la final de la NBA.
Entonces, me paré en Las Vegas, una ciudad que odio visitar, pero que me encanta como sitio en el que haber visto a los Heat de Miami acabar con los Thunder de Oklahoma City. Porque, ¿qué podría ser más adecuado que ver el final de la temporada menos real de la NBA en la ciudad menos real del mundo? La temporada acaba de terminar, pero ya parece falsa, como si tal vez no hubiese sucedido en realidad, o a lo mejor no tuviera que haber sucedido. El cierre patronal, el calendario comprimido, el Frankenstein que eran (y son) los Heat de Miami: estas cosas hacen que lo que ha sucedido a lo largo de los últimos seis meses parezca un delirio febril.
Ha habido cosas buenas y reales en la NBA en 2012. Estaba Ricky Rubio, que nos recordó lo estimulante que es que alguien juegue al baloncesto porque cree que es divertido. Y Kevin Durant, que nos recordó lo refrescante que resulta cuando parece que un jugador de baloncesto también es la clase de persona que le sujetaría la puerta a su madre. Y los Spurs de San Antonio, que nos recordaron que, a veces, la edad y la experiencia y un buen entrenador son (casi) suficientes. Tuvimos el inicio en el día de Navidad que, ahora que pensamos en él, parece que debería ser la forma en que la NBA tendría que empezar todos los años. Y el calendario de 66 partidos, que se disputó con demasiados partidos en muy pocas noches, pero que también significó que cada partido era como el almuerzo de un hombre moribundo: sabía un poco mejor de lo que hubiese sabido de otra forma.
La temporada acaba de terminar, pero ya parece falsa, como si tal vez no hubiese sucedido en realidad
Tuvimos el choque de generaciones, ya que los jugadores como Kobe Bryant y Pau Gasol, como Dirk Nowitzki y Jason Kidd, como Tim Duncan y Tony Parker, y como Kevin Garnett y Paul Pierce trataron de rechazar el ataque de sus nuevos rivales: los Durant y los Westbrook, y los Rose y los Wall, a los que les devoraba la impaciencia como si fueran caballos de carreras alimentados con Red Bull.
Pero, luego, al final, tenemos a LeBron James en el podio, coronado como Jugador Más Valioso de la final, recompensado por ser un chaquetero, una fulana de los medios de comunicación, y el producto de las reuniones y de los grupos de discusión de mercadotécnia y de los sueños de los anunciantes.
Ah sí, el mejor equipo -—el equipo de James— ganó. No hay ninguna duda. Y en eso hay cierta justicia. Porque, ¿cómo podría haber ocurrido de otra manera? Ningún campeón resultaría más adecuado para esta temporada 2012 que el que unió a todas las mejores piezas. Un ave fénix que sale de la arena. Luces brillantes que esconden turbios tejemanejes. Dinero, ostentación, glamur y falsedad.
Las Vegas, saliendo de la nada del desierto. Los Heat de Miami: campeones de la NBA 2012.
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