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Nadal pega primero

Con Roland Garros en el horizonte, el español se impone 7-5 y 6-3 a Djokovic y recupera el número dos, con lo que evitará al serbio hasta una hipotética final en París

Juan José Mateo
Nadal celebra su victoria frente a Djokovic.
Nadal celebra su victoria frente a Djokovic.FILIPPO MONTEFORTE (AFP)

Se juega en Roma, pero se piensa en Roland Garros. En el cielo ya no hay lluvia ni suenan truenos, no caen ya botellas de plástico sobre la pista como protesta por la suspensión de la final el domingo. Los rayos se desatan sobre la pista, donde Rafael Nadal y el serbio Novak Djokovic pelean por el título a menos de una semana de que se juegue el grande de la arcilla (desde el 27 de mayo). Para el español, que ve cómo el juez de línea interrumpe erróneamente el juego en un punto que podría haber sido clave (4-5, 30-30 para Nole, que dominaba el intercambio), es una mañana de furia. No pesa solo la victoria por 7-5 y 6-3. No importa solo que el triunfo le aúpe al número dos mundial, en detrimento del suizo Roger Federer, con lo que evitará al serbio hasta una hipotética final de Roland Garros. No cuenta únicamente que sea solo su segunda celebración en los últimos nueve duelos con el número uno. Sobre todo eso se impone otra cosa. El mallorquín levanta seis bolas de break en la segunda manga. Vuelve a ser dos tenistas en uno: el que empuña la raqueta y el que compite con la mente.

Djokovic, durante el partido ante Nadal.
Djokovic, durante el partido ante Nadal.ALESSANDRO BIANCHI (Reuters)

Desde la primera bola, Nole ofrece síntomas de desconsuelo. La presión va dejando su marca en el rostro del mejor tenista del mundo. En cada resto, Djokovic abre la boca en grandes bostezos, igual que un león desperezándose, intentando liberar sus mandíbulas de la presión. Antes de cada saque de su contrario, el serbio abre los ojos como platos, como si intentara conjurar una migraña. El número uno mundial acaba desquiciado: firma 35 errores no forzados y un puñado de remates fallados, smashes que increíblemente acaban en su propio cuadro de saque.

El español volvió a ser dos tenistas: el que empuña la raqueta y el que compite con la mente

La fortaleza mental de los finalistas queda fotografiada en varios instantes del duelo. Frente a la primera bola de break en contra, Djokovic ejecuta una dejada horrenda, “el golpe del pánico”, que dice Federer (la perdió). Frente a esa manga inaugural que ya se escapa, el número uno  reacciona con ira (destruye su raqueta contra un poste de la red). Para cada una de las seis bolas de break que se le van escapando, el serbio tiene un grito. El español, por su parte, es capaz de digerir dos asuntos peliagudos: perder inmediatamente el primer break conquistado y enfrentarse a cuatro bolas de rotura en el arranque del segundo parcial, cuando ya marcha por delante. De principio a fin, Nadal es un tenista más continuo y estable que el serbio. Tiene la mirada del cazador. Nole es una montaña rusa, un tenista preso de los extremos, de brillo en borrón y vuelta a empezar.

Sobre la arena, la raqueta queda por detrás de las emociones. Nadal persevera en su plan de Montecarlo, donde rompió una racha de siete derrotas seguidas frente al serbio. Tira al centro de la pista, evitando los ángulos que explotan la superficie a lo ancho, para negar así los devastadores contraataques en diagonal de su contrario. Ataca el segundo saque de Djokovic con saña (el número uno solo ganó el 37% de esos puntos). Sabe sufrir frente al magnífico resto de su contrario. El mallorquín tiene siempre el ataque en mente y paga carísimo cualquier duda en el apartado. Jugando hacia adelante, Nadal está impresionante. A la defensiva, pronto cae maniatado por Nole. En ese cruce de caminos, el número dos mundial siente cómo se le abren en carne viva las heridas de tantas derrotas previas. En igualdad o por detrás, el español compite a pecho descubierto. Extrañamente, cuando se pone por delante en el marcador, levanta el escudo e intenta protegerse. Sufre porque cede la iniciativa.

Nadal, sin embargo, nunca afloja. Como en sus mejores tiempos, es capaz de levantar un dique psicológico con el que contener a su heráldico contrario: 'ven si quieres, que yo te espero sin miedo', dice. En cada bola de break de Nole en la segunda manga (¡6!) no importa si entra o no el saque, si el resto lame con malicia sus pies, si es Djokovic quien lleva la iniciativa. Son Nadal y su mente en perfecta armonía. Dos tenistas en uno. El arma definitiva.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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