El triunfo de los supervivientes

La historia la escriben los supervivientes. Y las carreras no siempre las ganan los más rápidos, sino también los más pícaros, los más pacientes. La cuarta carrera del año en Moto3, en Francia, bajo una lluvia fina y constante, machacona, la ganaron los que mejor controlan su ambición y sus impulsos. Fue el triunfo de los supervivientes. Porque el agua no avisa. Porque ni siquiera es necesario cometer un error, frenar a destiempo o dibujar mal una trazada. Tan difícil es notar dónde está el límite al que uno puede llevar su moto sobre el asfalto empapado. La cuarta carrera del año, en un Le Mans gris, frío y lluvioso, la ganó un francés de 22 años y apellido de campeón: Louis Rossi. Supo esperar su momento. No tenía prisa. No tenía intención de ser el más rápido. Solo de cruzar la meta, pues el público, su público, le aclamaba. Y así lo hizo. Solo que, además, ayudado por la mala fortuna de todos los que le precedieron en el intento, la cruzó el primero.

Antes de que aquello sucediera acontecieron un sinfín sustos, caídas, atropellos. Tantos que es más fácil enumerar uno a uno a los pilotos que terminaron la prueba que a aquellos que no pudieron hacerlo. Solo nueve corredores pasaron por meta en la misma vuelta; el resto, hasta un total de 15 pilotos, los hicieron una, dos y hasta cuatro vueltas después, como Niklas Ajo, después de dos caídas.

Pero lo que realmente marcó la prueba fueron las caídas de los favoritos. Los claros aspirantes al triunfo eran Maverick Viñales, desde la pole, y Miguel Oliveira, tercero, rapidísimos ambos en mojado todo el fin de semana. Ocurrió que tras unas vueltas iniciales de tanteo, se llegó al ecuador de la prueba con Héctor Faubel en cabeza, Oliveira, Kornfeil y Viñales tras él. Entonces, empezó el baile de fichas. Faubel, líder de aquel sólido grupo de cuatro pilotos, se fue al suelo a 11 vueltas del final: rodaba solo, y en plena curva su moto le tumbó. Se acabó. Como se acabó solo unos segundos más tarde también para Kornfeil.

Aquello dejó a Oliveira y Viñales como los favoritos, de acuerdo con el guión; les seguían Rossi, Khairudin, después de que también cayera Salom, Cortese -que acusaba una salida discreta, desde la sexta plaza-, Moncayo y Rins -con el dedo meñique fracturado tras una caída el sábado-. Solo tres vueltas después, cuando el portugués, en cabeza, estaba a punto de pasar por meta, en la última sucesión de curvas a la derecha, también este se fue a tierra. Al siguiente giro, casi en el mismo punto, en la curva de entrada a meta, y cuando faltaban ocho vueltas para el final de aquella pesadilla, cayó también Viñales. Como en una maldición iba cayendo todo aquel que se situaba en cabeza del pelotón, cada vez más escaso. Todavía quedaba por besar el suelo Khairudin, cuando acariciaba el podio, a siete vueltas para el final.

Fue entonces cuando Rossi, que rodaba hasta dos segundos más lento por vuelta que lo habían hecho Faubel, Oliveira o Viñales, pasó por meta en primer lugar. Y cuando le informaron de que ya no le quedaban rivales y de que sacaba más de 23 segundos a su inmediato perseguidor, Cortese, optó por aflojar todavía un poco más, algo que sus rivales no habían hecho. Así, con paciencia, se apuntó la primera victoria de su carrera. La misma paciencia que aplicó Sandro Cortese, de 22 años, también, pero todo un perro viejo en la categoría de las motos pequeñas. Ni siquiera un susto a tres vueltas para terminar cuando era segundo le amargó la fiesta. Pudo, incluso, terminar en sexto lugar. Y sigue siendo el líder del Mundial, ahora, con 12 puntos de ventaja sobre Viñales. AL podio, además de Rossi, subieron Moncayo y Rins, premio a su tozudez por competir con un dedo roto.