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La dura vida en los promontorios

Cavendish recupera sus costumbres y gana en Fano

Carlos Arribas
Mark Cavendish celebra su victoria en la quinta etapa del Giro.
Mark Cavendish celebra su victoria en la quinta etapa del Giro. LUK BENIES (AFP)

En menos de una semana de Giro, Taylor Phinney, el magnífico chavalillo de Colorado, ha aprendido seguramente más de ciclismo que en los 21 años que lleva vividos. Lecciones todas marcadas en su piel y en su sistema nervioso vía súbitas erupciones adrenalínicas. Cuánta emoción consecutiva: hermosa la del primer día, cuando la victoria en el prólogo le regaló la maglia rosa; de dolor las siguientes, lecciones de ciclismo como dictadas desde la máxima la letra con sangre entra. No ha habido día para Phinney sin alteración y cámara pegada a la espalda. Hoy no ha sido una excepción. Hoy, el día en el que el Giro, de oeste a este atravesaba Emilia-Romagna de Módena, donde el vinagre y los Ferrari, hasta el mar a través de los promontorios de Pesaro, Phinney ha visto caras del pelotón que pensaba que no existían, escenas de la retaguardia menos gloriosa, y ha conocido además la soledad del ciclista anónimo entre tubos de escape de coches agresivos, como el del RadioShack, que le dio un buen golpe con el tubo de escape y a punto estuvo de tirarle otra vez.

Clasificación de la general

1. Ramunas Navardauskas (Garmin-Barracuda) 14h:45:13

2. Robert Hunter (RSA/Garmin-Barracuda) a 5

3. Ryder Hesjedal (CAN/Garmin-Barracuda) a 11

4. Matthew Goss (AUS/GreenEDGE) a 13

5. Mark Cavendish (GBR/Sky) a 14

6. Geraint Thomas (GBR/Sky) a 16

7. Manuele Boaro (ITA/Saxo Bank) a 19

8. Christian Vandevelde (USA/Garmin-Barracuda) a 26

9. Joaquim Rodríguez (ESP/Katusha) a 30

10. Alexander Kristoff (NOR/Katusha) m.t

Insensible a las penurias de su colega, por delante, Mark Cavendish, que solo conoce dos territorios, el de la victoria y el del asfalto duro y doloroso, volvió a ganar. Fue un sprint limpio y rápido, como se dice de los encierros de San Fermín a veces, guiado por el magnífico tren del Sky –Stannard, Kennaugh, Thomas, malabaristas de la pista y explosivos—que dejaron a Cavendish a la distancia justa. El fenómeno de Man solo tuvo que vigilar por el rabillo del ojo a Goss y anticiparse a la salida del australiano, que no pudo remontar y acabó en el lugar que más le gusta a Cav, a su sombra, segundo.

Cav estaba ya besando a Peta, su chica, y a Delilah, su hija, que, turistas, se habían acercado por la meta, cuando Phinney, experimentada una dura jornada en los promontorios que a pico descienden sobre el Adriático, cruzó la meta junto a un alargado grupo de retrasados, más de 12 minutos. Un poco por delante de él, que vestía de blanco, mejor joven, otra maglia que de debe abandonar, entraron unos cuantos sprinters a los que se les había atragantado, en los últimos 30 kilómetros, los primeros repechos del Giro: Farrar, Hushovd, Guardini, también Ferrari, el malo de la película, y JJ Haedo. Si su ausencia en el primer pelotón ayudó a la limpieza del sprint, la de Phinney, pasado su momento de gloria, no la sintió, aparentemente, más que su querida madre, Connie Carpenter, campeona olímpica, que le sigue y sufre, y le cura las heridas por la noche. Trabajo no le falta. Cada día, una herida nueva, una llaga y una lección.

Hoy aprendió que no exageraba el que le enseñó a montar en bici cuando le repitió 28 millones de veces que cuando se habla con uno que va al lado no hay que girar la cabeza, sino seguir mirando al frente, como si se hablara al viento. El que cometió el ridículo error no fue el pobre Phinney, sin embargo, sino Lucas Haedo, argentino del Saxo Bank y hermano del sprinter JJ, quien, agresivo, le dijo unas cuantas cosas poco agradables mirándole a la cara al francés Gadret. Terminada la bronca, y cargado de razones, Haedo volvió a mirar al frente y dio tal bandazo a su bicicleta que tiró a unos cuantos que marchaban a su lado o delante. También se cayó él. Y también Phinney, que iba tranquilo en el otro lado de la carretera. Para su desgracia, ya no era el líder, con lo que los comisarios no tuvieron con él la gentileza de otros días de dejarle enlazar tras coche, y con lo que, también, no se quedó ningún compañero de equipo a esperarle para ayudarle a enlazar –de hecho se habían caído otros dos--, y para mayor desgracia justo entonces comenzaba el territorio de los repechos, las suaves colinas dicen algunos, y los promontorios, los nervios y las aceleraciones de los grandes, con lo que enlazar con el pelotón del que le arrancó la caída le resultó imposible al ciclista gigante de Colorado.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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