Messi y el nuevo estadio
Nos ha hecho sentir que hemos envejecido, como cuando recordábamos los récords de César y Kubala
Cuando estas líneas aparezcan, Messi habrá superado el legendario récord del que, antes de él, fue el mejor goleador de todos los tiempos del Barcelona, el leonés César Rodríguez. Hace unos días supe que el Barça estudia la posibilidad de construir un nuevo estadio y ha encontrado un modo para financiarlo. Como Messi ha pulverizado los récords de César y Kubala y siempre se dijo que este último hizo pequeño el antiguo estadio de Les Corts, pronto se empezará a decir que Messi ha hecho pequeño el Camp Nou. Pero, sin duda, se ajustaría más a la realidad si se dijera que Messi ha hecho envejecer al Camp Nou.
Me imagino al presidente Rosell anunciándonos de pronto un día: “Señoras y señores socios, Messi nos ha hecho envejecer. Necesitamos otro campo”. Pocos se atreverían a contradecirle, pues no hay un solo barcelonista que no haya envejecido seriamente con Messi y que, por tanto, no necesite con urgencia un campo nuevo. Es más, Messi nos ha hecho sentir que hemos envejecido, y ese es el mismo sentimiento que teníamos cuando recordábamos, por ejemplo, los ancianos y legendarios récords de César y Kubala. Ahora bien, ¿tiene Messi algún otro punto en común con estos jugadores? No, creo que no. Al menos, yo no sé verle ningún otro.
Como jugador nada tiene que ver con César, salvo que uno y otro rindieron espectacularmente en el Barça y no tanto en sus respectivas selecciones nacionales. Solo en este punto parecen coincidir. Y es ya desde hace años un misterio para siempre saber qué diablos le sucedía a César cuando defendía la camiseta española. Y en cuanto a Kubala, como jugador Messi nada tiene que ver con él. Basta pensar en la velocidad del argentino. Kubala, a pesar de su apellido, jamás fue una bala. El húngaro era músculo y fuerza y fútbol de otro tiempo, fútbol anticuado ya incluso en su propia época, sobre todo si se observaba a Di Stéfano, que era lo más parecido que entonces había a un jugador del futuro y que, además, fue también un consumado artista a la hora de hacer envejecer a toda una afición.
Me imagino al presidente Rosell anunciándonos de pronto un día: “Señoras y señores socios, Messi nos ha hecho envejecer. Necesitamos otro campo”.
“Lo que le avergüenza son las miradas”, le dijo Verón a Leonardo Faccio cuando este le preguntó por Messi, sobre el que Faccio acabaría escribiendo un gran libro, en el que, entre otras cosas, contaría cómo al finalizar los partidos del Mundial de Sudáfrica, en el centro de alto rendimiento deportivo de Pretoria, donde él y Messi eran compañeros de habitación, solo tenían la posibilidad de ser visitados por los familiares: padres, madres, novias. Esos familiares llegaban por la tarde y a veces se quedaban hasta la hora de la cena. Messi prefería estar en la habitación hasta que se acabara el horario de visita. Quería evitar a la muchedumbre. Siempre quedaban familiares por los pasillos cuando llegaba la hora de cenar. Verón le decía a Messi de bajar al comedor y Messi le pedía que fueran por otro lado porque le daba vergüenza cruzarse con aquella gente que sabía que muy posiblemente le miraría.
Todos los que han hablado de Messi a Faccio le recuerdan como un chico que, sin renunciar a ser una estrella, por momentos quiere ser invisible. Es posible que estemos ante esta paradoja: uno de los deportistas más mirados y admirados del mundo prefiere no ser demasiado visto. Desde los tiempos de nuestros ancestros se sospecha que quien no es demasiado visto permanece joven. Si es así, es bien curioso observar cómo un jugador, que solo acepta hacerse visible en el campo de juego y, por tanto, permanece joven el resto del tiempo ha hecho envejecer a su afición de una forma tan feroz que ahora está obligándola incluso a mudarse de estadio.
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