_
_
_
_

El mejor trofeo es la pelota

A Messi le encanta coleccionar los balones con los que bate récords goleadores

Ramon Besa
Leo Messi, con el balón al final del partido ante el Bayer Leverkusen
Leo Messi, con el balón al final del partido ante el Bayer Leverkusen GUSTAU NACARINO (REUTERS)

Messi saca de centro para comenzar el juego y se lleva la pelota al acabar el partido. Así ha ocurrido cada vez que ha metido tres goles (14), cuando ha contado cuatro (2) y también anteayer, tras marcarle cinco al Bayer Leverkusen, la primera vez que un futbolista marca cinco en un duelo en la Champions. El jugador que consigue un triplete se lleva el cuero como recuerdo. No es una norma escrita, sino un acuerdo de caballeros sellado en la cancha con el mismo ritual y pacto de sangre que antes se jugaba en el patio de colegio. Y el miércoles la Pulga anotó una pentagoleada.

Así que, como es costumbre, Messi entró en el vestuario, pidió a sus compañeros que le firmaran el balón, le puso una etiqueta con la fecha y el rival y se lo llevó para la vitrina de trofeos que tiene en su casa de Castelldefels. La liturgia se repite cada vez que marca tres o más goles, y volvió a ocurrir el miércoles después de que convirtiera un partido intrascendente en un día memorable.

Más información
Huracán Messi
El pentagoleador con jaqueca
El devorador de récords

La actuación del argentino fue de tal magnitud que a los hinchas más veteranos les recordó los tiempos de Di Stéfano y César. Algunos padres de familia, en cambio, evocaron las tardes que protagonizaron Krankl, Zaldúa y Clares, por no hablar de Lerby o Torpedo Muller, autores de un repóquer en un día. Los jóvenes, por el contrario, repetían que no hay nadie como Messi.

Leo, como le llaman en el Camp Nou, o Lío, su nombre en Argentina, estaba especialmente contento, porque no recordaba la última vez que había marcado cinco goles y no tenía una pelota de la Copa de Europa igual que la del partido contra el Bayer. Hubo quien le insinuó que menos mal que Tello no había metido el tercero porque si no igual habría tenido que compartir la pelota o dar dos. Y, Tello, a lo que se ve, respondió: “¡No!, la pelota es de Leo”.

"Con Leo, los adjetivos se agotan. Merece una actitud reverencial" Xavi

No necesita llevar el brazalete de capitán, ni ser un caudillo, ni tener carisma, ni salir en los anuncios. Tampoco fue nunca un populista. Incluso se niega a ser sustituido antes de que acabe el partido para saludar a la afición después de un partido solemne. No hay un niño más niño que Messi. Actúa con la misma naturalidad dentro que fuera del campo, siempre alejado de los focos y del ruido. Vive como un rosarino anónimo en Barcelona. La semana pasada, el entrenador le concedió un permiso de cinco días porque no podía jugar por sanción ante el Sporting. No se perdió por París, ni por Buenos Aires, ni por el mar ni la montaña, sino que apareció el día del partido detrás del banquillo. Aplaudió, se enojó y recogió como un hincha del Barça. No tiene padrinos, ni directivos amigos, ni periodistas afines, sino que se remite al campo. La noticia no está en los restaurantes o las salas de fiestas, tampoco en su familia, sino en anécdotas tan entrañables como que el miércoles tuvo que tomar un analgésico camino del campo. La leyenda asegura que los mejores partidos de Messi se han dado cuando tenía dolor de cabeza (el miércoles), de panza (en la Copa contra Osasuna) o de muelas (en Zaragoza, en marzo de 2010). Tiene las mismas dolencias que los pequeños.

Alrededor de las aventuras de Messi, hay una literatura hasta cierto punto infantil, cursi a juzgar por quienes conciben el fútbol desde el punto de vista de la hombría. Ocurre que su épica consiste en marcar goles exactos y serenos, como los que retrataba Ibáñez Escofet en tiempos de Kubala. No consta que sude ni hay explicación sobre los días que no marca, acostumbrada la hinchada a celebrar sus goles cada partido. Acaso sorprende su continuidad y progresión, su capacidad para superarse, también su repertorio infinito y últimamente su integración en el vestuario del Camp Nou. Hoy es más jugador de equipo que nunca. “Los adjetivos se agotan”, coincide Xavi. “Merece una actitud reverencial. Va a ser recordado como el mejor de la historia”.

Ha marcado 14 goles en los últimos seis partidos —tres con Argentina—, y está a siete del récord de César. No hay límites para él y, a diferencia de Maradona, no tiene un puño que se convierte en mano de Dios, sino una mano con tantos dedos como goles le marcó al Bayer y consta en la pelota que ya luce en la vitrina de su casa. No hay mejor trofeo que el balón.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_