Llovida del cielo
A Procopio le vino a la memoria el caso de Helenio Herrera, que, meses antes de su cese en el Barça, tenía contrato secreto con el Inter de Milán de Angelo Moratti, padre del actual Moratti
En Laponia, un angakop es un chamán o brujo. Procopio fue a la consulta de un angakop que, cosa curiosa, chapurreaba el castellano. Sus poderes consistían en inventarse la realidad, pasada, presente o futura, a la medida de los deseos del visitante de turno. Nadie salía defraudado de su iglú.
El angakop quedó muy sorprendido cuando aquel extranjero le pidió que no le contara lo que él deseaba oír, sino lo que sus facultades adivinatorias le dictaran de verdad. Le extrañaba, en verdad, la palabra verdad. Que alguien pagara por saber la verdad cuando, según él, para saber la verdad bastaba mirar atrás, alrededor o esperar sentado. El acontecer era la respuesta. Pero las preguntas del extranjero le sorprendieron todavía más. Sin duda, los desvaríos amorosos habían trastornado al pobre Procopio, que, mientras el mundo rodaba sin rumbo por espacios siderales, solo se mostraba interesado en saber qué equipo ganaría esa cosa llamada Liga, que ya nada tenía que ver con un muslo de mujer, y esa otra cosa que llamaban Copa, sin relación alguna con el recipiente de cristal que sirve para beber. Por último, como si aquello fuera más importante que la malabar cuadratura del déficit para Rajoy, pretendía Procopio que se le dijera quién ganaría la Champions.
Por una interferencia llegó a vislumbrar imágenes de La Roja vestida de azul PP y auguró que con las vacas flacas volverían los toros y la pandereta.
“¿Champions?”, indagó intrigado el angakop. A causa de la deficiente pronunciación, la palabra champions sonaba en boca del chamán a champú, a champán o a champiñón. “¡Se trata de fútbol!”, puntualizó Procopio impacientándose. “El alma de mis ancestros no juega a la pelota”, se disculpó el brujo con sincera humildad y pensó que su interlocutor era un raro personaje. Lo que no podía imaginar es que hubiera por doquier especímenes, como aquel, que antepusieran su interés por los resultados del fútbol a la preocupación por las catástrofes del entorno, la política, las guerras y la crisis global. Haciendo de tripas corazón e intentando complacer al extraño visitante, el angakop entró en trance. Por una interferencia de presunto sesgo ideológico, llegó a vislumbrar imágenes de La Roja vestida de azul PP y, en un críptico pronóstico, auguró que con las vacas flacas volverían los toros y la pandereta.
Lo de La Roja vestida de azul se refería, sin duda, al uniforme alternativo de la selección española, lo de los toros no requería interpretación ni comentario y lo de la pandereta remitía al verso de Machado. Procopio se sintió frustrado. Pagó 10 euros y emprendió el regreso a la granja de cerdos donde, siguiendo los consejos de cierto empresario, había encontrado un trabajo en el que, dicho sea de paso y llegado el caso, si el susodicho empresario quisiera predicar con el ejemplo, tendría un puesto asignado de por vida.
La hipótesis no resultaba inconcebible. Según un Gobierno que dice Diego donde dijo digo, todo iría a peor. Insensata prospectiva para incentivar los ánimos. O ladina estrategia para, esperando lo peor, asumir lo menos malo como lo mejor imposible. Eso pensaba el fantasma de Mae West, que, llovida del cielo, pasaba por allí. “¡Cielos, qué brillantes!”, exclamó Procopio para propiciar una de sus proverbiales respuestas. “Estos brillantes no tienen nada que ver con el cielo, querido”, respondió ella, cumpliendo con las expectativas, y añadió: “No son motivo de escándalo en tiempos en los que algunas esposas encuentran un jaguar en su garaje”.
Mae West, interesada por la permanencia de Guardiola y Mourinho, había averiguado un dato inusitado: “Uno de los dos ya está comprometido con otro equipo”, reveló, “y no diré nada más, querido”
Lo más sorprendente es que el fantasma de Mae West se había interesado por la permanencia de Guardiola y Mourinho en sus respectivos equipos y había averiguado un dato inusitado: “Uno de los dos ya está comprometido con otro equipo”, reveló, “y no diré nada más, querido”. A Procopio le vino a la memoria el caso de Helenio Herrera, que, meses antes de su cese en el Barça, tenía contrato secreto con el Inter de Milán de Angelo Moratti, padre del actual Moratti. Nadie podía sospechar, en aquel entonces y con la Copa de Europa todavía en juego, que el ínclito H. H. dejara Barcelona por un puñado de pasta italiana. Preventivamente, como cualquier restaurante que traspasa el local cuando el negocio está en alza, Helenio había firmado por el Inter antes de que, en el Nou Camp, Puskas y Gento dieran al traste con el sueño europeo azulgrana. “¡Ya lo ves!”, suspiró Mae West, “¡estos entrenadores, que tanto aman los colores, coquetean más que una prima donna!”, y remontó el vuelo en su trineo de nubes no sin antes decir eso de: “Cuando no tengas nada que hacer, y mucho tiempo para hacerlo, ven a verme”.
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