“Crecí pensando que soltar codazos era lo normal”
El delantero del Rayo, que no quería ser futbolista, cuenta cómo le afectó no haber tenido una formación en el fútbol base
Diego Costa (Lagarto, Brasil, 1988) no para de hablar y de reírse, de sí mismo también. Crítico con su indisciplina, no tiene problemas en reconocer que ha hecho muchas tonterías. Recuerda su infancia en Lagarto, su adolescencia en São Paulo —“yo no quería jugar al fútbol, quería trabajar y ganar dinero para invitar alguna chica a comer”— y sus pequeñas locuras antes de llegar a Europa con 18 años y tan solo dos de experiencia.
Pregunta. ¿Cómo es Lagarto?
Respuesta. Es un pequeño pueblo de 100.000 habitantes donde viven mi familia y mis amigos y donde quiero vivir el resto de mi vida.
P. ¿Tiene mar?
R. No. Está a 70 kilómetros. Hace dos años fui andando hasta la playa desde mi casa. Por una promesa.
P. ¿Cómo?
R. Sí, una promesa que me hice a mí mismo, no recuerdo por qué motivo. Salí a las tres de la mañana y llegué a las once de la noche. Total, estaba de vacaciones, era como hacer algo distinto. Unos cuantos amigos se vinieron conmigo. Ya no voy a hacer promesas de esas.
P. ¿Cómo fue su infancia?
R. Mi madre siempre me dice que pasamos algunas dificultades [tiene una hermana y un hermano], pero mi padre siempre trabajó para darnos lo que necesitábamos. No hemos pasado hambre ni hemos hecho vida de pobres. Mi padre trabajaba en un centro comercial que se llama Galeria Pajè donde se vende de todo, como las tiendas chinas de aquí. Mi madre también, pero ahora es profesora en una guardería.
P. ¿Se veía fútbol en su casa?
R. Sí. Mi padre es muy futbolero. Él y mi hermano se llaman Jair, por Jairzinho. Y a mí me puso Diego por Maradona.
Mi escuela fue la calle. Nadie me enseñó que había que respetar a los rivales
P. Con la rivalidad que hay entre argentinos y brasileños…
R. A mi padre le gustaba lo bueno.
P. No jugó en ningún equipo hasta los 16 años ¿por qué?
R. En mi pueblo no había estructuras ni recursos. La gente va a lo suyo, no se apostaba por el fútbol. No había ni campos con césped. Jugaba contra equipos de otras ciudades y me entrenaba todos los días, pero no en una escuela. Mi escuela ha sido la calle.
P. ¿En qué nota ahora la ausencia de formación de fútbol base?
R. En la actitud. En el campo me peleaba con todos, no podía controlarme. Insultaba a los demás, no tenía respeto por el contrario. Pensaba que había que matarse. A los chicos que tienen formación se les enseña a controlarse y a respetar a los demás. Yo siempre he sido de los que se calentaba. Ahora he aprendido que si no respetas al rival te quedas atrás.
P. En sus 130 partidos en España le han sacado 6 rojas y 43 amarillas.
R. Lo que me pasaba es que estaba tiempo sin jugar y entraba al campo con demasiadas ganas. Me calentaba mucho. Ahora ya sé que cuando tengo amarilla no puedo pisar fuerte. He madurado.
P. En un Celta-Jerez iban ganando 3-0 y usted se puso a torear a un rival en el córner…
Yo no quería jugar al fútbol, quería ganar dinerillo para mis cosas. Me iba a la frontera con Paraguay a comprar mercancía falsa
R. De haber tenido una formación en el fútbol no habría hecho esas cosas. Mi padre me ha dado la educación ideal, pero me faltó lo otro.
P. ¿El futbolista es el producto del ambiente en el que crece?
R. Sí. Si eres un chaval y pisas a otro, te lo recriminan. A mí no me lo han recriminado nunca, no he tenido una escuela donde me enseñaban eso. Me acostumbré a un fútbol en el que veía a los mayores soltar codazos a los demás. Y creía que era lo normal.
P. ¿El fútbol da educación?
R. Sí. Te enseña a vivir y te hace más hombre. Yo he aprendido mucho. Me vine solo a Europa cuando no había cumplido todavía los 18 años.
P. ¿Por qué se vino tan pronto a Europa y sin experiencia?
R. Yo no quería jugar al fútbol, quería ganar dinerillo para mis cosas. Con 14 años nos fuimos con la familia a São Paulo y recuerdo que mi hermano ya empezaba a salir de fiesta. Trabajaba y tenía dinero para sus cosas. Mi padre me daba algo pero no era suficiente y a veces yo no salía porque no podía invitar a una chica a comer, me daba vergüenza que tuviera que pagar ella. Por eso empecé a trabajar pronto: me iba a la frontera con Paraguay a coger mercancía de marcas falsas para luego venderla en el cntro comercial. Fue mi tío que me obligó a hacer una prueba en los juveniles del Barcelona Esportivo Capela en Sao Paulo. La pasé y mi tío me dijo: ‘vete a jugar y yo te doy ese dinero’.
P. ¿Y a Europa cómo llega?
Soy un delantero peleón. Cuando no me salen las cosas lo suplo con la pelea. Corro, si corres al menos engañas un poco
R. Vino a verme una persona que trabaja para Jorge Mendes y me fichó. Ese partido no debí jugarlo porque me habían caído cuatro meses de sanción por darle un manotazo a un rival e irme a por el árbitro cuando me enseñó la roja. El día que estaba el ojeador de Mendes mi entrenador me dijo: ‘no sé si es un error pero han conseguido que hoy juegues’. Yo no sé si fue una trampa entre ellos, pero jugué. Si no fue una trampa, fue cosa de Dios. Al final del partido hablé con la persona que trabajaba para Mendes y me armaron un contrato para ir al Sporting de Braga.
P. ¿Y cómo es vivir solo en Europa?
R. Complicado. Y más para mí que estaba acostumbrado a vivir rodeado de familiares. Me daba miedo, pero aguanté, me puse en la cabeza que ese era mi futuro y tenía que aprovecharlo. Lloraba algunas veces, pero a mi madre, que es una llorona, siempre le decía que iba todo bien.
P. ¿Por qué no vinieron sus padres?
R. Porque mi papá es un hombre de costumbres. No le gusta moverse. Tiene su rutina: se levanta todos los días a las seis de la mañana, fuma un cigarro, toma un café. Luego, cerveza y siesta después de la comida. Cuando se despierta le esperan las cartas. Y cuando termina se va a ver a mi abuela. Él es así, acabo de tener una niña y no quería venir a conocerla porque hacía frío.
P. Ha pasado por siete equipos en seis años ¿Cómo se adapta uno a tanto cambio?
R. Eso sí que no fue culpa mía [y suelta una carcajada]. De eso sí que empiezo a estar harto. Cualquier futbolista necesita al menos dos años para adaptarse a un club y a una ciudad.
P. ¿Quién o qué le ha hecho mejorar?
R. Mendilibar. Es como un padre para mí. Tiene mucha mala leche, te exige mucho, pero te da libertad. Juan Ignacio, del Albacete, también me decía las cosas que no podía hacer. Tanto cambio de equipo igual ha mejorado mi cabeza.
P. Llega al Rayo y marca cuatro goles en los primeros tres partidos. En el Celta marcó 5 en 30. ¿A qué atribuye este cambio?
R. A la evolución de la cosas. Si las cosas evolucionan es que tú estás mejorando. Yo sé que he hecho muchas tonterías.
P. ¿Qué tipo de delantero es?
R. Peleón. Cuando las cosas no me salen, por lo menos me peleo. Hay días en que todo te sale con la pelota, te vas de uno, de dos… Pero cuando no me sale, pues intento suplirlo con la pelea. Corro… Si corres al menos engañas un poco.
P. ¿El delantero que más ha admirado?
R. Ronaldo. Era un espectáculo.
P. Es muy bueno jugando al póker ¿eso le ayuda en el campo?
R. No, porque en el póker tienes que tener paciencia. Por eso siempre me pelan, porque no la tengo. Juego al póker para pasar el tiempo… cuando estaba en el Albacete hacíamos viajes de nueve horas y nos entreteníamos con eso.
P. ¿Le ha liberado no vivir a la sombra de grandes jugadores?
R. Mucho. Me gusta tener protagonismo, necesito sentir que el equipo dependa un poco de mí. Sentirme importante me ayuda. En el Atlético no me sentía así y eso me quitaba confianza. No tenía confianza para irme de nadie, lo que hacía allí era correr para ayudar al equipo. Bajaba a defender, corría y cuando llegaba arriba estaba muerto. Pero también aprendí de eso.
P. ¿Cómo es el Rayo por dentro?
R. Humilde, tal y como se ve desde fuera.
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