La temporada del pisotón
El fútbol español presume de estrellas. Argumentos no le faltan. Su selección es campeona del mundo y de Europa, y en las últimas ediciones del FIFA World Player los tres futbolistas finalistas juegan en España. El Barcelona lleva tres temporadas largas siendo considerado el mejor club del mundo por juego y títulos obtenidos, y el único rival que aparece en el horizonte capaz de discutirle la hegemonía es el Real Madrid. O sea que el dominio del fútbol español es apabullante porque se expresa desde todos los ángulos posibles: selecciones, clubes e individualidades. Y sin embargo, por otros tantos motivos, es muy discutible que podamos calificar el fútbol español como el mejor del mundo: ni por comportamientos, ni por estructuras, ni por organización lo es, y ni siquiera merecería ser considerado como modelo que seguir.
En la reciente eliminatoria de cuartos de final de la Copa del Rey entre el Barcelona y el Real Madrid han quedado resumidos todos los males que aquejan al fútbol español, desde el pisotón de Pepe a Messi al en el aparcamiento te espero de José Mourinho al árbitro, pasando por el horario (22.00 horas), intempestivo e impropio de un país que no está para fiestas ni para trasnochar. Con el súmmum del llamado juez único del presunto Comité de Competición, Alfredo Flórez, según el cual solo justificaría entrar de oficio en el caso que a Messi "le hubieran amputado dos dedos".
No son hechos aislados o esporádicos, sino consecuencia de un marco general que, lejos de corregirse, tiende a empeorar y enquistarse temporada tras temporada. Si el fútbol no fuese un reflejo de la sociedad, esta deriva antideportiva sería preocupante desde y para el fútbol y el deporte mismos. Sin embargo, el fútbol nos refleja como ciudadanos de manera muy exacta, o sea que la imagen que nos devuelve es para echarse a llorar o a temblar. Y no vale huir con un "no nos reconocemos en ella". El fútbol somos nosotros. La deshumanización que podemos concluir de la observación de los innumerables y progresivos casos de corrupción, la crisis ética y moral que nos cae encima a diario con individuos que velan por su enriquecimiento o salvación sin importarles el daño que causan con sus actos, tiene su parangón en la pérdida de deportividad del fútbol y del deporte en general, donde todo vale y el triunfo individual se impone por encima del esfuerzo grupal. Quién sabe, acaso el atractivo del Barcelona de Pep Guardiola se explique mejor por ahí, por su empeño en sublimar las enormes individualidades en un colectivo superior. ¡Ojalá!, porque eso querría decir que aún hay salvación.
De acuerdo, no es un problema meramente español. En Inglaterra el fútbol no anda mucho mejor, aunque sus instancias federativas sean más diligentes y contundentes. Nunca un mal de muchos fue consuelo de unos pocos. No deberíamos subestimar la capacidad que tiene el fútbol de destruirnos como sociedad.
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