El sobaco de Basile
El base del Cantú hunde al Bizkaia en el último segundo
El accidente estaba servido. Más que nada porque el Bizkaia cada vez que se asomaba al balcón se le movía la barandilla y le temblaban el pulso y los pies. Jamás pensó en que podía derrapar como ocurrió, con un triple a la remanguillé de Basile, gris oscuro en el partido, a falta de dos segundos, una décima después de que Vasileiadis consiguiera igualar el marcador con un triple que no fue, por pisar con la uña de su pie la raya, según los árbitros. Era como si después de haber trazado mal todas las curvas, te detienen en plena recta por tirar una colilla al suelo. Cosas del reglamento o cosas del espíritu. El italiano funcionó a las mil maravillas. El Cantú tiene pocos jugadores pero muchísimo oficio, suficiente al menos para dominar el juego, el marcador y el tiempo del partido. Tipos como Basile, apagado hasta que encendió todas las fluorescentes en el instante final, Marconatto, espectacular, Micov o Leunen, con la muñeca floja, o la sabiduría de Mazzarino con tonsura de veterano en el pelo, hacen del Cantú un eq uipo difícil de destruir moralmente.
Gescrap Bizkaia, 64; Bennet Cantú, 67
Gescrap Bizkaia: Jackson (2), Blums (10), Mumbrú (3), Banic (16) y D'or Fischer (6) —cinco inicial—, Josh Fisher (6), Grimau (11), Vasileiadis (10), Hervelle (-) y Mavroeidis (-).
Bennet Cantú: Cinciarini (-), Mazzarino (8), Leunen (10), Micov (13) y Marconato (6) —cinco inicial—, Gianella (3), Makoishvili (9), Basile (7) y Shermadini (11).
Árbitros: Jungebrand (FIN), Herceg (CRO) y Geller (BEL). Sin eliminados.
8.169 espectadores en el Bizkaia Arena
El Bizkaia tiró la primera mitad por falta de tacto, por falta de defensa. Se acomodó a un partido de nivel bajo, de intensidad leve, que al equipo italiano le venía a las mil maravillas. Solo resistía por las acometidas de Marko Banic, un tipo impagable para este equipo, que resistía el marcador para que no excediera de los diez puntos, la frontera mágica.
El tercer cuarto fue una bendición. A falta de juego, de puntos, la electricidad amenazó con fundir los plomos del pabellón. El Bizkaia decidió lanzarse a la aventura, poblar de manos el aire de Miribilla, correr como posesos, llenar de moscas negras el pabellón y, entonces sí, el Cantú sufrió. Vivía en el salón esperando su cena y se vio de pronto en la cocina. Para eso vale menos. Ahí se rehizo el partido, se reconstruyó un castillo desconchado y recuperó la curiosidad por saber que podría pasar con aquel montón de piezas desordenadas.
Pero el temblor de la barandilla le atenazaba al Bizkaia cada vez que miraba desde el balcón hasta que Grimau le puso por delante en el marcador en los últimos instantes. Reaccionó Mazzarino, el de la tonsura, desde el triple, y pareció que hizo lo propio Vasileiadis antes de que el árbitro decidiera que una esquina de la uña del meñique izquierdo del pie derecho pisaba la raya y solo empataba el partido. Dio igual. Basile, con dos segundos de por medio, cogió la pelota con la mano derecha, la sacó estirando el sobaco y lanzó. Entró como podía haber dado a un fotografo. Y ganó el Cantú. Y el Top 16 está ahora a 16.000 kilómetros para el Bizkaia. Muy lejos.
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