Arana avala al triunvirato del Racing
El equipo cántabro, con un banquillo de emergencias, vence a un apocado Villarreal
No era el mejor momento para hacerse cargo del Racing. Quizás por eso el consejo de administración en funciones optó por tres exfutbolistas, tras la dimisión de Cúper, para arropar a un equipo que miraba de reojo al presente y con miedo al futuro. Demasiados sobresaltos para los futbolistas, que generalmente huyen de las controversias y de las fluctuaciones del ánimo o las finanzas. No era el mejor rival, el Villarreal, por más que ahora esté, por unas razones u otras, en su versión B, ya que acostumbra a parsimoniar los debates futbolísticos y por tanto a desquiciar a un rival necesitado de puntos, de goles, de victorias, de ánimos, de autoestima, de alegría y un etcétera larguísimo.
RACING, 1 - VILLARREAL, 0
Racing: Toño; Álvaro, Bernardo, Torrejón, Cisma; Colsa, Papa Diop, Adrián (Luque, m. 84); Arana, Stuani (Acosta, m. 62) y Munitis (Christian, m. 73) . No utilizados: Mario; Picón, Tziolis y Ariel.
Villarreal: Diego López; Mario, Gonzalo (Moisés, m. 63), Musacchio, Oriol; Ángel (De Guzmán, m. 45), Bruno; Hernán Pérez, Borja, Cani (Nilmar, m. 45); y Marco Ruben. No utilizados: César; Lejeune, Costa, y Senna.
Goles: 1-0. M. 27. Stuani.
Árbitro: Pérez Montero. Amonestó a Adrián González, Musacchio.
Unos 17.000 espectadores en El Sardinero.
Por eso el triunvirato de Juanjo González, Fede Castaños y Pablo Pinillos optó por dar un paso al frente, tirar al equipo hacia adelante, adoptar el modelo triunfante de esta temporada del 4-3-3 y salir a pecho descubierto a capear la adversidad. Era la forma de discutir el leve discurso del Villarreal, que hizo lo contrario, tirar el equipo 20 metros atrás con Bruno y Ángel en el centro del campo, convirtiendo a Borja Valero en un futbolista secundario a pesar de sus cualidades reconocibles. En cierto modo, parecía que el acuciado era el Villarreal, que no anda bien, y no el Racing, que andaba fatal.
Pero el triunvirato (seis ojos ven más que dos) encontró además dos futbolistas que no han gozado del beneplácito de anteriores entrenadores ni de la afición (cada vez más escasa). Arana, sevillano, extremo, profundo, siempre tuvo a alguien por delante que le rebañaba el puesto y le convertía en alternativa cuando las legiones estaban ya esquilmadas, derrotadas. El otro era Adrián, también minusvalorado por la dictadura absurda de la comparación con su progenitor. Los dos fueron los mariscales de campo de un Racing que invadió al Villarreal y, sin darle tiempo a levantar las cejas, le hizo un gol de los de aquellos tiempos. Robo de balón en el centro del campo, pase corto, balón al extremo, centro enroscado y remate de cabeza del delantero centro, Stuani (por sí acaso, por allí andaba Adrián en el primer palo, no fuera que el centro se quedara corto).
En toda la temporada, el público de El Sardinero no había visto una actitud tan comprometida con el riesgo y con el fútbol por parte de un equipo demasiado sometido a los avatares de la clasificación y al tecnicismo estratégico de Héctor Cúper. Daba la sensación de que jugaban a rienda suelta. No era un fútbol magnífico, pero sí profundo; no era arte, pero sí un ejercicio de oficio que el Villarreal, muy apocado, era incapaz de contrarrestar. Ni una sola vez tiró a puerta el equipo de Garrido en toda la primera mitad. En una encuesta, Toño, el portero del Racing, no hubiera podido responder a la pregunta: ¿De qué color tenían los ojos los delanteros del Villarreal? No sabe, no contesta.
La entrada en la segunda mitad de De Guzmán y Nilmar le abrió un poco el cielo ennegrecido al equipo de Garrido, que recuperó el terreno voluntariamente perdido, aunque Toño seguía sin poder responder a la encuesta. Solo entrevió un ligero color en las pupilas de De Guzmán, que disparó de lejos, y advirtió algún rasgo en los pómulos de Marco Ruben, en la mejor, por única, jugada del Villarreal. Cuando recortó en un palmo de terreno y, tras el escorzo, su disparo tropezó en el pie de Torrejón cuando parecía llover un gol.
Tuvo por momentos miedo el Racing, que asumió la vieja tendencia de guarecerse en la defensa, corriendo el riesgo de que se agrietara la débil tejavana. Pero el Villarreal no estaba para tormentas y con un pequeño paraguas, el triunvirato nació con victoria.
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