El Madrid, rey del correcalles
Ibaka y Pocius impulsan a los blancos en el descontrol y sofocan la rebelión del Charleroi (93-89)
En tiempos de planteamientos ajedrecísticos, tácticas conservadoras y talentos encorsetados, el baloncesto del Madrid es una bendición incluso en los días malos. La pizarra de Laso propone duelos a tumba abierta donde prima la intención de meter más puntos que el rival antes que la idea de encajar menos que el enemigo. Ante el Charleroi, la tarde parecía destinada al paseo y acabó por convertirse en un martirio. Pero la intimidación de Ibaka y la decisión de Pocius sofocaron la rebelión de los belgas en un partido desatado. Un correcalles ofensivo sin orden ni concierto que cayó del lado madridista en los segundos finales.
El encuentro parecía ideal para prolongar la racha del conjunto blanco, incontenible en lo que va de curso cuando juega como local. Semanas atrás sucumbieron Armani y Efes, y el Charleroi visitaba la Caja Mágica con el cartel de víctima propiciatoria. El conjunto belga sufrió la batería madridista en el partido de la primera vuelta y cayó por 76-100 con 19 puntos de Rudy y otros tantos de Felipe Reyes. Además, la pasada temporada en su visita a Madrid también recibieron un importante zarandeo y perdieron por 49 puntos (94-45).
Real Madrid, 93; Charleroi, 89
REAL MADRID: Sergio Rodríguez (5), Suárez (4), Rudy Fernandez (3), Mirotic (12), Tomic (5) -quinteto inicial-, Llull (6), Carroll (16), Pocius (29), Reyes (8), Ibaka (12), Begic (2).
BELGACOM SPIROU: Mallet (15), Hamilton (13), Welsch (4), Shengeila (11), Beghin (9) -quinteto inicial-, Green (17), Hill (18), Oveneke (-), Riddick (2).
PARCIALES: 21-27, 27-19, 22-23, 23-20.
ÁRBITRO: Apostolos Kalpakas (SUE). Eliminó a Hill y Welsch por parte del Belgacom Spirou por cinco faltas.
PABELLÓN: Caja Mágica.
Pero el Madrid arrancó destemplado, confundiendo la velocidad con la prisa y el vértigo con la anarquía. Los contragolpes iniciales les reportaron unas engañosas ventajas de inicio merced al trabajo de Mirotic (12-6, mediado el primer cuarto). Pero con el paso de los minutos el Charleroi se le subió a las barbas. En contra del guion habitual, el perímetro blanco arrancó ofuscado con un inédito uno de 12 en triples en la primera parte. El primer triple del conjunto blanco llegó a falta de 22 segundos para el descanso obra de Carroll, inasequible al desaliento tras pésimo inicio en el tiro. Mientras, Hamilton y Hill cosían a los blancos desde la línea de 6,75 (ocho de 13 al descanso) y Mallet aprovechaba la dispersión defensiva de los locales para penetrar con descaro hasta el aro madridista. Los belgas, que ya habían conquistado Estambul sorprendiendo al Efes, se lanzaron sin remilgos a por otra proeza (23-30). A la lustrosa nómina de tiradores del cuadro visitante se unía la meritoria actuación de Shengeila por dentro.
Laso se esmeraba en cada tiempo muerto para tensionar a sus hombres en defensa y para hacerles tomar conciencia de que tocaba remangarse. El rival había salido respondón y la victoria, presupuestada de antemano, había que trabajársela. Con los plomos fundidos desde la línea de tres, el Madrid tuvo que apretar los dientes y alterar la hoja de ruta. El técnico blanco reclutó a Pocius e Ibaka y la fórmula resultó. El alero lituano encontró la mezcla ideal de velocidad y precisión y el pívot de origen congoleño cerró la fiesta en la pintura imponiendo su hercúlea presencia con nueve rebotes y cinco tapones. Entre ambos sofocaron la rebelión belga con un parcial de 12-5 que le valió al Madrid para empatar antes del descanso (37-37). La sucesión de tapones de Ibaka tuvo, sin embargo, un efecto diabólico. Los belgas se dedicaron a fomentar su acierto en el tiro exterior y siguieron martilleando la canasta madridista.
El Madrid sudaba más de la cuenta para encontrar soluciones ofensivas y el Charleroi era una dispensadora de puntos. Ni con ventaja en el marcador los blancos daban la sensación de llevar la batuta del partido. Los blancos se entregaban al desenfreno desubicados ante la mutación de una tarde que parecía plácida y había tornado en diabólica (70-69 al término del tercer cuarto).
El Charleroi había hecho del descontrol su forma de vida pero el Madrid encontró un punto de pausa en su desasosiego. Sergio Rodríguez tomó el mando de las operaciones -dio nueve asistencias- y Pocius volvió a irrumpir con brío sobre el parquet. El nervio del lituano desatascó al Madrid en ataque y comenzó a estirar el marcador para entrar con cierta holgura en los minutos finales. Ni el baile de técnicas que firmaron los árbitros, ni la lesión de Rudy Fernández, que abandonó el parquet a pocos minutos para el final quejándose de su rodilla izquierda, sacaron de pista al conjunto de Laso. El Madrid salvó una tarde complicada sudando tinta ante el rival que menos se esperaba.
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