La Pulga y el galeno
Messi persigue la leyenda de Paulino Alcántara, el mejor jugador asiático de la historia
El cuadro de marcas se mueve en cada partido desde que Leo Messi debutó hace ocho años con el Barcelona. Ahora mismo, con 203 goles, La Pulga aspira a batir el récord goleador de César Rodríguez: 235. Pero antes que ellos hubo un futbolista excepcional que anotó 357 tantos en 357 partidos: se llamaba Paulino Alcántara Riestra y le apodaban El Romperredes.
Nacido en Iloílo, un pedazo de cielo terrenal en Filipinas, el 7 de octubre de 1896, de madre filipina y padre español, heredó de ella los rasgos morenos y los ojos hundidos, que le daban un aire triste: una paradoja tratándose de alguien que dio tantas alegrías. Después de que el revolucionario Emilio Aguinaldo declarara la independencia de Filipinas el 12 de junio de 1898 la familia Alcántara tuvo que abandonar el país un año más tarde. Y emprendió rumbo a Barcelona. "Mi niñez, mi adolescencia y lo mejor de mi juventud lo viví en esa ciudad", solía recordar Alcántara. Messi, que también nació un miércoles, como Paulino, porta hoy con elegancia el mismo número 10 que su antecesor, un punto de partida para dos futbolistas históricos para el Barça.
El argentino, de físico enclenque, necesitó un tratamiento que el club azulgrana costeó para hacer frente al problema hormonal que retrasaba su crecimiento. "Detrás de mi historia hay mucho sacrificio, tuve que pasar muchas cosas feas", recuerda Messi. En un paralelismo curioso, al joven filipino tampoco le acompañaba su físico: "En aquella época mi delgadez y mi estado de salud eran precarias", se lamentaba. Aun así sus goles sedujeron a Joan Gamper, fundador del club, que tras verlo durante varios partidos con el filial decidió que su momento había llegado. El niño prodigio, que revolucionaría el trato de la pelota de aquella época, debutó con el primer equipo el 25 de febrero del 1912 en un encuentro del Campeonato de Cataluña contra el Català. El Barça goleó 9-0 y la figura del partido fue el "flaquito" Alcántara, que con solo 15 años marcó tres goles. Tardó un año más Messi, que se estrenaría con 16 frente al Albacete con un tanto.
El viejo graderío del estadio pronto se enamoraría de los goles de Paulino. En tiempos en los que el único medio de comunicación era el periódico, el juego delicado de Alcántara era homenajeado con la narrativa de las crónicas periodísticas. Su marca, un pañuelo blanco colgado de la cintura, fue el distintivo de elegancia por el que siempre se le reconoció mientras corría con el balón. A pesar de que era ovacionado en toda Cataluña, la vocación de Alcántara estaba lejos del balón.
Y el 2 de mayo de 1916, el buque Fernando Póo se preparaba para zarpar rumbo a Manila con Paulino a bordo. Con el ambiente sociopolítico algo más apaciguado, el futbolista decidió dirigir su carrera hacia la medicina y volver junto a sus padres a su tierra. Una multitud acudió aquel día hasta el puerto de Barcelona para despedir a aquel atleta que quería ser doctor. "Sentí una alegría un poco triste", confesaría Alcántara.
La turbulencia de la aventura lo dejaría, sin embargo, marcado para siempre. En Singapur, donde el barco hizo escala, el calor extenuante provocó que el futbolista y sus amigos se lanzasen al agua a pesar de ser advertidos de la presencia de tiburones. El pánico se apoderó de Alcántara cuando sintió una mordedura en la pierna. Las extremidades delgadas que tantas alegrías habían producido en Barcelona se bloquearon y estuvo a punto de ahogarse. El escualo resultó ser un amigo de Paulino, que recibió una contundente reprimenda. La pesadilla del viaje prosiguió cuando un choque contra unas rocas causó daños de consideración al buque. Pero a pesar de los desperfectos, el capitán logró anclar el navío en la costa filipina con los pasajeros amontonados en la bodega. Y Paulino, que dormía sobre el ataúd de un compatriota muerto cuando le avisaron de que podía bajar, pronto demostraría sus virtudes con el Bohemians, un equipo de fútbol local.
El juego distinto del recién llegado cautivaba, aunque el fenómeno Alcántara estaba aún por explotar. Paulino se convirtió en un mito cuando cambió el balón por la pala de pimpón. Con ella se proclamó subcampeón del país y representó a Filipinas en los juegos asiáticos. El sabor de la fama estaba en su punto máximo de efervescencia cuando a finales de 1917 un telegrama llegó a sus manos: "Se me pedía urgentemente que regresase a España, indicándome que mi club verdadero, el Barcelona, había perdido los dos últimos campeonatos durante el tiempo que yo estuve ausente". Tras varias discusiones con sus padres, reacios a que su hijo volviera, Paulino partió de vuelta a España el 20 de febrero de 1918. Tras dos meses de una travesía "interminable", como describiría en sus memorias, el 28 de abril de 1918 pisó Barcelona para quedarse. Cuatro días después se estrenó de nuevo frente al Atlètic de Sabadell. Marcó tres goles.
Su llegada avivó la esperanza de los seguidores barcelonistas hasta que se topó con el técnico Jack Greenwell, que decidió ubicarle en la defensa debido a su fragilidad física. En la mente del entrenador un delantero tenía que ser fornido y con dotes atléticas sobresalientes para poder sobreponerse a la defensa rival. El cambio de posición provocó que los socios amenazasen con no pagar sus cuotas mensuales si el jugador no volvía a su puesto. Asediado por la afición, Greenwell se retractó. A sus 22 años, Alcántara volvió al ataque y continuó con su racha goleadora, la mejor que se daría jamás en el club.
La fama internacional le llegaría con la selección española, a pesar de que la dejó plantada en los Juegos Olímpicos de Amberes en 1920 porque durante aquellas fechas tenía exámenes en la facultad. Debutaría un año después, el 7 de octubre de 1921, contra Bélgica, en un partido en el que marcó en dos ocasiones. Sin embargo, el momento que lo convertiría en leyenda se produjo el 30 de abril de 1922 cuando España se enfrentó a Francia en el estadio Le Bouscat de Burdeos. Un balón perdido que rondaba el borde del área se topó con el pie embravecido de Alcántara. La potencia que este imprimió al balón destrozó la red, que no resistió el impacto y cedió. En aquel momento nació, como le bautizaron las crónicas del momento, El Romperredes. El 3 de julio de 1927 una avioneta cruzó los cielos dejando caer un balón en la cancha del antiguo campo de Les Corts, que lucía lleno para el partido entre el Barcelona y España como homenaje para Alcántara, que se retiró con solo 30 años porque sentía que era el momento justo para dedicarse a la medicina. Durante su trayectoria consiguió diez copas Cataluña y cinco Copas del Rey. En 1951 se convirtió en seleccionador nacional durante tres partidos, algo que nunca terminó de gustarle.
Víctima del tiempo, a Paulino Alcántara no se le reconoce como el máximo goleador de la historia del Barcelona. En los registros oficiales se omite la figura del filipino, que se retiró en 1927, un año antes de que se estableciera la Liga y las competiciones que empezaron a contabilizarse. A pesar de no aparecer en los registros, la FIFA consideró en 2007 a Alcántara como el mejor futbolista asiático de la historia.
Lo mejor de su vida fue su enfermedad por el fútbol, como le gustaba decir al doctor Alcántara. "Fue increíble el instante en que sentí por vez primera que se apoderaba de mí la acción futbolística e incrustaba su virus en mis venas", describió el galeno. Paulino Alcántara Riestra sigue contemplando al Barcelona cuando juega como local. Con su camiseta desgastada, sin publicidad y el pañuelo blanco en su cintura, entra en el estadio como socio vitalicio y se acomoda cerca del arco para ver a Messi, el único que le invita a hacer una pausa en su eterno descanso. El viaje es corto, va y vuelve cada vez que La Pulga lo requiere. El Romperredes murió el 13 de febrero de 1964. Sus restos descansan en el departamento cinco, nicho número 4.292 del cementerio de Les Corts; justo tras el Gol Norte del Camp Nou.
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