Kvitova es la esperanza
La checa, de 21 años, gana a Azarenka la Copa de Maestras y culmina un curso con triunfos en todas las superficies
La esperanza tiene nombre: Petra Kvitova, que ha vencido en la final de la Copa de Maestras por 7-5, 4-6 y 6-3 a Victoria Azarenka. Son tiempos turbulentos en el tenis femenino. La disciplina, cuna en el pasado de tantos grandes nombres, carece hoy de referentes, de valores seguros y de competidoras estables. Los altibajos de las jugadoras son ahora el sello de un circuito en el que la danesa Caroline Wozniacki, la número uno mundial, jamás ha ganado un torneo grande. Kvitova, capaz de endosarle un 5-0 en 20 minutos a Azarenka para encajar inmediatamente un 0-5 (5-5), no escapa a esa tendencia, pero sí da motivos para la esperanza: con solo 21 años, ha conquistado Wimbledon y la Copa de Maestras, para un total de seis títulos en 2011, y puede cerrar el curso sumando a esos trofeos el de la Copa Federación, por el que se enfrentarán Rusia y la República Checa. El tenis femenino vuelve a tener un proyecto creíble de gran campeona.
"El nivel fue increíble", dijo la tenista checa, invicta en 2011 (19-0) en partidos disputados bajo techo y propulsada al número dos mundial por su triunfo. "Todo en la pista depende de tu interior".
El juego de Kvitova, aún con margen de mejora, tiene más registros que el de la mayoría de sus rivales. En una era de tenis monotemático, lineal, construido siempre desde el fondo y la potencia, ella ofrece interesantes variantes sin despreciar nunca la vía de la fuerza. La número dos saca con contundencia: cerró su triunfo en Wimbledon con un ace y un juego en blanco, la marca de las campeonas. Disfruta del vértigo y apuesta por el riesgo: ninguna tenista atacó más la red que ella durante la Copa de Maestras, más de 30 veces por duelo. Es, además, zurda, lo que le añade pimienta a sus golpes. Utiliza el revés cortado para cambiar de ritmo y las dejadas para sorprender a sus contrarias. Hace muchas cosas bien y casi todas puede hacerlas mejor. Su potencial es altísimo. Su presente, tremendo.
En Estambul, Kvitova, a la que le costó un mundo digerir su título de Wimbledon, demostró que su cabeza también avanza en la dirección correcta. Tras perder la segunda manga, la checa remontó hasta cuatro bolas de break en su primer saque del set definitivo. Fue la autopista que le lanzó hacia el título. Despejó su horizonte, le propulsó hasta conseguir la rotura en el siguiente juego (7-5, 4-6, 2-0) y reabrió viejas heridas en la memoria de su contraria.
Esta primavera, en Madrid, Kvitova dejó a Azarenka llorando. La bielorrusa perdió la final con la checa, se marchó al aparcamiento, despidió a la guarda de seguridad que la acompañaba a todas partes y se fundió en un abrazo con su técnico, que acabó con el pecho empapado de lágrimas. Para Kvitova fue un triunfo catártico. Una tarde victoriosa sobre tierra batida que le espoleó hasta triunfar sobre la hierba de Wimbledon y el cemento cubierto de la Copa de Maestras. La estadística demuestra una cosa. Tierra, hierba y cemento. A Kvitova le da igual la pista. Su tenis es todoterreno.
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