La angustia del Barça es la angustia de Messi
El argentino se muestra individualista en exceso, apenado y a veces malencarado
El equipo que últimamente más ha divertido a la gente con su fútbol jugó ayer especialmente angustiado en Granada, sobre todo la última media hora. Los síntomas que emitió fueron en algunos momentos tan preocupantes como los del club. Hay mucho lío en los juzgados con la directiva actual y la anterior, y las televisiones se han recreado en acciones de campo sorprendentes en un plantel tan educado, como fue el corte de mangas de Víctor Valdés y la gresca de Cesc con Kanouté.
La entrevista concedida por Bojan a Albert Om en TV-3 ha sido utilizada también para preguntar por el trato que le dispensó Guardiola, y al técnico se le ha reprendido en determinados sectores por conceder una entrevista en un anuncio bancario y no a la prensa. Hasta alguna alineación ha sido procesada con una doble intención, como si a través de ella se pudiera adivinar cuál es el estatus del vestuario del Camp Nou.
Así, puestas en un mismo saco cuantas cosas no se han cerrado bien o han provocado multitud de interpretaciones interesadas, podría parecer que el Barça afronta una delicada situación en la cuarta temporada de Guardiola.
La calma del Madrid invita a escrutar al Barça. El problema azulgrana parece mucho más sencillo en la proximidad que desde la distancia. La angustia que ahora mismo sufre el Barcelona es la angustia que padece Messi. Así de contagiosa es para bien y para mal la figura de La Pulga.
Juega el Barcelona para Messi, pendientes todos de que La Pulga recupere el gol, hasta cierto punto obsesionados los jugadores con la melancolía del argentino, y el equipo no atina a rematar los partidos, incluso los que tiene con el viento a favor, como el de Granada. Anoche le costó gobernar un encuentro en situación de superioridad y después de que Xavi abriera el marcador con un libre directo. A falta de goles de jugada, buenas son las acciones de estrategia, incluso para un equipo admirado por su juego combinativo.
El tanto, sin embargo, no calmó al Barça, más lento y parado que nunca, y menos a Messi, excesivamente individualista, apenado y a veces malcarado, rebelde contra su propia sequía, reiterativo en las pérdidas del balón. Los azulgrana no pararon de buscar a su figura en cada jugada, fuera y dentro del área, y no hubo manera de que pudiera dejar la pelota en la red. Todavía no ha marcado en campo contrario y el equipo solamente ha contado tres goles en los últimos tres encuentros. El Barcelona fuerza su juego, deja de actuar con naturalidad, en su intento de que remate Messi.
Nadie discute su condición de número uno ni su jerarquía en el equipo. Todo el mundo es comprensivo con su esfuerzo y el desgaste acumulado en las últimas cuatro temporadas. Messi también se cansa. El problema es que La Pulga siempre se recupera en el campo, jamás participa de las rotaciones y no le gusta que le cambien en ningún partido. Messi es tan bueno que Guardiola no le quita porque entiende que es tan insustituible como la pelota.
No es solo es una cuestión de forma física, sino que cuando no marca se siente frustrado y su impotencia es tan contagiosa como su felicidad. Necesita el gol como el cariño, y sus compañeros se desviven para que recupere la sonrisa. El Barcelona depende de Messi, el equipo juega y está montado a partir de la figura de Leo, es el futbolista bandera del entrenador y del club. El técnico ha actuado siempre a su favor, sobre todo cuando interpretó que su juego no mezclaba con el de Ronaldinho, Eto'o, Ibrahimovic... Acertó.
Ahora el reto de Guardiola es con el propio Messi. Y si lo resuelve, no habrá episodio para el inventario pesimista. No es fácil entender a un niño ni meter goles.
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