33 milésimas que valen oro
La estadounidense Wieber se impone a Komova, la favorita, a pesar de fallar en paralelas y suelo
La gimnasia se ha convertido en un deporte incomprensible. Un deporte, donde la estadounidense Jordyn Wieber puede fallar en un elemento sencillo en las paralelas, sacar un pie del tapiz en una de las diagonales de suelo y aún así convertirse en campeona del mundo. Y eso que enfrente tenía a una recuperada Viktoria Komova, que se dejó las dudas y el cansancio en el vestuario, y se presentó en la final de Tokio como lo que es, no solo la gran promesa de este deporte para los Juegos de Londres sino la mejor gimnasta del momento. Las jueces dijeron que no, que es peor que Wieber, aunque solo sea por 33 milésimas.
Komova fue la última en el suelo, hizo su particular homenaje al ballet clásico soviético con acrobacias complicadas pero bien ejecutadas y, aunque el final fue un poco justo, acabó tan contenta de su actuación que, por primera vez en estos Mundiales, saludó al público, confiada de que tenía el título en sus manos. Pero solo unos minutos más tarde el pequeño cisne ruso cambió la sonrisa por lágrimas desconsoladas, las de una adolescente de 16 años que acababa de perder el título más importante de los que ha disputado. Ni el abrazo de su entrenador ni los gestos de ánimo de sus compañeras pudieron consolarla.
Wieber, que tiene la misma edad pero parece mayor, también lloraba, pero de alegría. La nueva campeona del mundo es prácticamente desconocida fuera de Estados Unidos y apenas había participado en una prueba de la Copa del Mundo. Su entrenador la definía hace unos días en un medio especializado como una chica tranquila, que no suele ponerse nerviosa y que no está en la gimnasia para ganar sino para ver hasta dónde puede llegar. Su gimnasia, potente y agresiva contrasta con la estética clásica, de técnica perfecta, que han recuperado las rusas.
Hoy Wieber ha llegado más lejos de lo que probablemente había soñado, pero se la vio mucho más nerviosa que en las pruebas por equipos. Falló en un cambio básico en paralelas, el segundo aparato del día, y ya no abandonó su cara de susto. El secreto de su programa, como el de casi todas sus compatriotas, está en la dificultad, aunque sea a riesgo de perder vistosidad y perfección, las otras dos columnas sobre las que se sostiene la gimnasia. Con el nuevo código de puntuación, que suma las notas de dificultad y ejecución, las gimnastas capaces de realizar las piruetas más arriesgadas tienen mucho ganado antes incluso de subirse a los aparatos.
Dos ejemplos claros: su salto, con medio giro más que el de su rival más directa, le dan una ventaja previa de 0,7 puntos, y en suelo, a pesar de que su ejercicio carece de ritmo y elegancia y la música parece un adorno artificial, también es más complicado.
El resultado retrotrae a los aficionados a los Mundiales de 2005, cuando la estadounidense Nastia Liukin, una gimnasta elegante, de cuerpo estilizado y ejercicios perfectos, de genes y apariencia rusos, la preferida de los aficionados, perdió con su compatriota Chellsie Memmel por un suspiro. Liukin se proclamó campeona olímpica tres años después. Komova tendrá su oportunidad de tomarse la revancha en Londres 2012.
Javier Gómez se cuela en la final
Javier Gómez acabó el primer día de competición, el que da paso a todas las finales de los Mundiales de gimnasia en 31ª posición. Como cada país solo puede tener dos finalistas en cada prueba, el español subió a la 26ª, lo que le dejaba como segundo reserva para el concurso completo, el que mide al mejor gimnasta del mundo. Pero dos bajas de última hora han permitido que Gómez compita mañana, junto a Rafael Martínez, clasificado de forma directa.
Las bajas son la del rumano Marian Dragulescu, por lesión, y la del portorriqueño Luis Rivera, que ha dejado Japón para competir en los Juegos Panamericanos de Guadalajara (México).
Gómez empezará en salto mientras que Martínez lo hará en el potro con arcos.
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