El hechizo de La Pulga
Al Madrid le pasa más o menos lo mismo que al Manchester. Ambos son víctimas de Messi. La web del club inglés celebró la victoria del United contra el Barcelona en la gira por Estados Unidos con un célebre titular: "No Messi, no problem". La Pulga ha marcado las diferencias desde su reaparición en la Supercopa. Muy certero en la ida, estuvo excelso en la vuelta, indetectable e imposible para el equipo de Mourinho. El conjunto trabaja para el argentino y Messi labora para el altruismo azulgrana. Hay un único ego en un plantel altruista.
Alrededor de La Pulga, el fútbol se organiza de manera natural y adquiere su mayor virtuosismo. Ayer resultó capital para desequilibrar un muy buen encuentro por la tensión competitiva, el contraste de estilos y el poderío de las alineaciones. La liturgia le acercó en muchos momentos a una final de la Champions. El resultado fue también el más conocido: ganó el Barça con una asistencia y dos goles de Messi, que suma 13 en 15 clásicos, así que, tras evocar a Di Stéfano, ahora recuerda a Puskas.
El Madrid ha perdido el miedo a jugar contra el Barcelona, circunstancia que se agradece, porque sus partidos remiten a la cancha, y no solo a su impacto mediático y a la organización, a cuantos factores le rodean, como ocurría el año pasado. El fin ya no justifica los medios como presumía antes Mourinho, ahora mismo más entrenador. Los madridistas aspiran a que los azulgrana dejen de ser su obsesión para convertirse en su rival en el campo. Su declaración de intenciones en la Supercopa ha sido estupenda por la determinación con la que ha ido en busca del Barcelona, por su empeño en tener la pelota, por su afán de imponer su jerarquía.
A partir de una admirable condición física, planteó los dos partidos con una agresividad bien entendida, muy exigente con los futbolistas, que precisan tener la pierna fuerte, mucho carácter y nada de romanticismo. El suyo es un fútbol de trazo grueso, duro y tremendo, más ajustado que nunca con la filosofía blanca de toda la vida por irreductible, muy difícil de combatir, también para el delicado y sutil Barça.
Al Barcelona hay que agradecerle que sea siempre reconocible, es igual que llueva o haga calor, independientemente de su alineación, tanto da el torneo. No repara en el adversario para desplegar su juego suave, especialmente agradable. La mecánica de su juego siempre es la misma y sus automatismos son ya de tanto dominio público que los jugadores quedan retratados para bien o para mal. Ha quedado claro que todavía no está en plena forma y, por otra parte, continúa siendo demasiado agradecido en las jugadas de estrategia o episódicas, acciones que no siempre son consecuencia del fútbol sino de las circunstancias y sobre todo de su particular manera de ser, la misma que le impide patear la pelota en su área y le condena por un fuera de banda o un córner, y, por el contrario, le da grandeza con goles como los de ayer en el Camp Nou, sobre todo el segundo, en que se constató que Piqué es el único central del mundo que taconea en las dos áreas.
Aunque admita matices y acepte variaciones, el hilo conductor de la narración azulgrana siempre es el mismo: Guardiola-Xavi-Messi. Retrasado como va el equipo en su preparación, el entrenador recuperó la alineación de Wembley, una señal de respeto al contrario y por extensión al torneo. No era un partido más, y tanto el técnico, como Messi lo sabían muy bien. La competitividad de La Pulga fue tan decisiva como la solidaridad colectiva para defender el botín conseguido y de nuevo reconquistado después del empate a dos, ya con Cesc el debutante en la cancha, cambio que permitió a los azulgrana cuadrar el partido perfecto. Muy entero como equipo, al Madrid le sobraron por un lado Pepe y por el otro Messi, ambos excesivos en lo malo y en lo bueno, puntos extremos de una noche futbolística estupenda. La jeraquía del Barça sigue a salvo con La Pulga y Guardiola ya suma tantos títulos como Cruyff: 11.
El Madrid fue un equipo grande cuando intentó ganar y muy pequeño cuando no supo perder, con Mourinho de nuevo en versión camorrista.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.