De Formentera al cielo
Messi, que no jugó partidos amistosos y se pasó la pretemporada en un yate, castiga al Madrid en dos jugadas clave
Lo último que se supo de Lionel Messi Cuccitini antes de emprender la pretemporada, el lunes de la semana pasada, fue que pasó unos días con su novia, Antonella, en un yate anclado en Formentera. De vez en cuando salía a cubierta a lucir su barba de marinero y sus bíceps inflamados. Se asomaba a la luz del sol con ese aire de hurón. Su compañero y amigo Dani Alves le acompañó en la travesía. Alguien les tomó una foto navegando a toda máquina en una moto de agua. Messi se aferraba al timón con cara de velocidad. Al día siguiente se presentó ante Pep Guardiola para empezar la pretemporada. De eso han pasado exactamente siete días. Le bastaron cinco sesiones de preparación física para acudir al Bernabéu a jugar la Supercopa de España. Nada de amistosos. Nada de giras de verano. A jugar.
El reencuentro de Messi con la competición oficial fue áspero. El Bernabéu se inflamó como en las noches más bravas. La gente gritaba con la urgencia de quien precisa aferrarse a una pequeña esperanza. Como si el futuro dependiese de una sola noche.
El Madrid apretó de tal manera al Barça en la primera parte que ocurrió algo insólito en los últimos cinco años: tuvo más el balón que su rival. Sin Piqué, Busquets ni Xavi, tres jugadores imprescindibles para dar al Barcelona la salida del balón que define su estilo, los azulgrana vivieron media hora con los nervios de punta. Frente a Valdés no había ni un solo central neto. Tras un error de Abidal en una entrega, Iniesta se le volvió desesperado haciéndole gestos con las manos. Como pidiendo: "¡Despéjala como sea!".
En la banda, con el 1-0 en contra, Guardiola hizo algo jamás visto desde que dirige al equipo: pidió con vehemencia sacar la pelota en largo. Se lo pidió a Valdés, que le pegó bien fuerte para mandarla lo más lejos posible. Todo, con tal de alejar el balón de las inmediaciones de Benzema y Özil, ayer implacables en cada incursión.
Messi solo hizo una cosa en la primera media hora: dar un pase raso a Villa, a la espalda de Ramos. El envío fue perfecto, con una comba que se acoplaba al desmarque como un molde a la medida del movimiento del delantero. El árbitro pitó fuera de juego de Villa. En el minuto 35, Messi volvió a armar su pierna zurda, esta vez desde una posición más centrada. Villa entró en diagonal, dribló a Ramos y, cuando el lateral volvía del amague intentando cerrar, elevó la pelota en un tiro perfecto al segundo palo. El balón se elevó sobre la cabeza de Casillas y entró por el ángulo. Fue el empate: 1-1.
El gol tuvo un efecto desolador para la hinchada y los jugadores del Madrid, hasta entonces en ebullición. De alguna manera, sirvió para que Messi se activara un poco, como despejándose después de sus jornadas baleares. En el minuto 45, en una falta lateral indirecta, aparentemente intrascendente, Messi recurrió a la picardía. Ya lo había hecho en Chamartín en la primavera de 2010 con el efecto de una victoria para el Barça. Ayer, cuando vio que lo iban a encimar tres madridistas, el primero Alonso, sacó con un globito por encima de sus hostigadores para que la recibiera Thiago. Thiago se la pasó a Alexis y Alexis metió un pase plomizo, dividido, a media altura. Messi saltó a controlar frente a Khedira, que se abalanzó sobre él sin reparar en que los dos centrales, Carvalho y Pepe, le habrían cerrado con más comodidad. El alemán chocó contra el pequeño argentino, que rebotó sobre el pecho de su adversario y cayó de pie. Como si su relación con la pelota fuese magnética, se la llevó pegada a la bota. La maniobra fue tan azarosa que Pepe, en un intento por corregir la dirección de su esfuerzo, cayó de bruces. Solo ante Casillas, fue gol o gol. Messi hizo una pausa. El Bernabéu enmudeció. La pelota entró pegada al primer palo, no muy fuerte.
La desazón del público se centró en el cuarteto arbitral sin razón aparente. Hubo pitos. Luego, cuando el equipo intentaba la remontada, la multitud clamó el regreso de las leyendas: "¡Raúuuuuul, Raúuuuuul, Raúuuuuul...!". Fue como apelar al espiritismo, a la magia.
La culpa, en gran medida, volvió a ser del chico de 24 años que hizo la pretemporada en un yate mecido por el mar de Formentera. Un futbolista de una especie con un solo representante.
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