Un jardín con dos jefes
Nadal y Federer, los mejores sobre hierba en los últimos cuatro años, asaltan el torneo, donde Djokovic busca el número uno y Murray el primer 'grande' británico desde 1936
La hierba de Wimbledon, muy viva al principio del torneo y pelada después, divide la competición en dos fases. La primera favorece a los sacadores; la segunda, a los jugadores de pies y reflejos rápidos ante los malos botes. En el territorio preferido de Federer, Nadal se ha ganado un hueco. Aspiran también Djokovic y Murray a discutirles un cetro que se reparten desde hace tiempo.
Rafael Nadal. El español jugará su primer Wimbledon como número uno. Se ha ganado a pulso esa condición, que habría podido modificar el club, así como sus aspiraciones al título: son dos coronas y dos finales en las últimas cuatro participaciones, además del compromiso demostrado para mejorar en una superficie de la que podría haber dimitido el mejor especialista en arcilla de la historia. Ningún otro torneo se divide más radicalmente en dos tramos para el mallorquín. Durante la primera semana, con la hierba aún brillante, tendrá que emplearse a fondo si se cruza con algún sacador. Si llega a la segunda, cuidado: la hierba minimiza alguno de sus puntos débiles (el saque, que cobra viveza en césped) y maximiza sus virtudes (movilidad contra los malos botes y capacidad de adaptación a los imprevistos). Hay más cosas: "Se puede argumentar que Nadal volea mejor que Federer". El anatema no lo firma cualquiera, sino John McEnroe.
Roger Federer. El campeón de 16 grandes vuelve a su jardín. Wimbledon es su gran escenario. Aquí se dio a conocer al gran público, eliminando a Pete Pistol Sampras, que parecía invencible (2001). Aquí labró su propia leyenda de campeón intocable. Aquí jugó, ganó (2009, contra Roddick) y perdió (2008, ante Nadal) finales memorables. El suizo pudo aceptarse como un tenista en declive tras ser eliminado en cuartos de 2010 por el checo Berdych, un jugador sin heráldica. A la vuelta de un año, sin embargo, Federer llega fortalecido por su estupendo Roland Garros y convencido de su vigencia. En hierba es un tenista inmanejable. La superficie favorece los tiros definitivos. Nadie tiene más que Federer. De la misma manera, el césped acorta los peloteos. Así no se le ven los costurones a su juego. Si le funciona el primer saque, su gran pero de los últimos tiempos, muy pocos, quizás nadie, podrá frenarle.
Novak Djokovic. El serbio debe abandonar Londres como número uno del mundo. Solo no lo será si Nadal gana el título y él no alcanza la final. Nole se enfrenta en Wimbledon a todas sus contradicciones. Harto de resbalarse, ha llegado a jugar con zapatillas de una marca distinta a la que le patrocina. Volcánico siempre, se desconecta frente a los malos botes y los patinazos, y se enfrenta ahora a la presión de alcanzar el número uno. Privilegiado y exquisito en lo técnico, Londres le ofrece la oportunidad de poner el tacto por encima de su cabeza, de demostrar que el tenista irascible ante las dificultades que fue ya no es más que un recuerdo. Tiene todo lo que necesita un campeón. Ya ha llegado a las semifinales. Competirá un doble torneo: contra los rivales y contra sí mismo.
Andy Murray. El número cuatro se ha retratado en 2011 como un tenista de grandes escenarios. Finalista en Australia y semifinalista en París, tiene el sentido estratégico, la fortaleza física y la capacidad que distinguen a los campeones. Como todos los años, cargará con la mochila de tener a un país entero pendiente de cada uno de sus entrenamientos, ansioso como está Reino Unido por encontrar un heredero a Fred Perry, el último británico campeón de un grande (1936). Antes o después, Murray, semifinalista en Wimbledon el curso pasado, acabará con esa estadística. Para lograrlo en Londres necesita más convencimiento: con un arsenal a la altura de los mejores, su saque debe mantenerle o ponerle en ventaja durante los partidos que decidirán el título.
Jo Wilfried Tsonga. Parece imposible que Wimbledon conozca este año un ganador que no esté entre los cuatro mejores. Los nostálgicos de los tiempos de los voleadores, sin embargo, podrán solazarse en el francés, capaz de cualquier cosa cuando está inspirado. Sin técnico que le aconseje, Tsonga, según Federer, tiene en Londres la mejor oportunidad para expresar su tenis. Le asiste un servicio demoledor y un concepto plástico del juego. El revés es su agujero. Su esperanza está en los sufrimientos de otros: el argentino Del Potro se desconsuela ante los botes bajos; el canadiense Milos Raonic, de saque tremendo y gran espíritu competitivo, nunca ha disputado el torneo; el estadounidense Roddick llega recién recuperado de una lesión de hombro; el croata Ivo Karlovic, que lo tiene todo para triunfar en hierba, siempre amaga y nunca pega...
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