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Las banderas extraviadas del Lazio

Signori, implicado en el escándalo de las apuestas, incrementa la lista de un equipo que se distingue por unos símbolos problemáticos

En la primavera de 1995, una bochornosa y húmeda tarde del junio romano fue quebrantada por una manifestación espontánea de seguidores del Lazio. Mas de 4.000 aficionados se rebelaron a la venta de Beppe Signori, goleador del equipo -marcó con esa camiseta 107 de sus 188 goles en la Serie A-, al Parma. El entonces presidente Sergio Cragnotti tuvo que dar marcha atrás y, por primera vez en la historia del calcio, fue la hinchada quien decidió si un jugador se iba o no.

El episodio engrandece la relación visceral que ataba a Signori con la afición del Lazio. Visceral como las de otros símbolos del equipo: Giorgio Chinaglia, Bruno Giordano y Paolo di Canio. Signori comparte con ellos, desde hace una semana, también crónicas extradeportivas poco edificantes que han oscurecidos sus carreras futbolísticas, lo que parece ser una peculiaridad con la que la afición lacial está condenada a convivir. Signori acaba de testimoniar ante el juez sobre una organización criminal de apuestas ilegales en el fútbol de la que él era, según las acusaciones, uno de los líderes. En las escuchas se hacía referencia a él como "él que ha marcado 200 goles en Serie A".

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Menos tantos marcó Chinaglia en la máxima categoría italiana, 77, pero no fue por eso menos amado. Al igual que Signori (de Alzano Lombardo, cerca de Bergamo), Chinaglia no era de Roma, sino que nació en Carrara, pero fue recibido como uno de casa en la capital por su carácter socarrón y desafiante. Líder de un equipo de "locos, salvajes y sentimentales, simpatizantes fascistas, pistoleros y paracaidistas", según la descripción del periodista Guy Chiappaventi en el libro Pistolas y balones, conquistó el primer scudetto del Lazio en 1974 y fue el pichichi de aquella temporada con 24 goles. Fue el símbolo de un grupo salvaje -"Llevábamos pistolas más o menos todos", relató Felice Pulici, el portero-, cuyo centrocampista Luciano Re Cecconi murió en 1977, acribillado por un joyero que no le reconoció y al que el futbolista había gastado una broma simulando un atraco.

Chinaglia dejó el Lazio en 1976, volvió como presidente en 1983, descendió a la Serie B y se fue en 1985. Pese al desafortunado antecedente, la afición del Lazio soñó hace cinco años con su regreso como directivo, a la guía de un improbable grupo de inversores húngaros, hasta que fue emitido una orden de arresto contra él por extorsión al actual presidente, Claudio Lotito, y manipulación del mercado. Chinaglia, fugitivo desde 2006, no pudo ser procesado por esta acusación ni por la de 2008, cuando la fiscalía romana afirmó que detrás de la escalada de Chinaglia estaba la Camorra napolitana.

El nueve de Chinaglia lo heredó el romano Bruno Giordano, que desde 1975 hasta 1985 marcó 86 goles con el Lazio. Más tranquilo y medido que su predecesor, tampoco pudo quedarse la afición con un recuerdo limpio de él. En 1980, fue uno de los protagonistas del primer escándalo de apuestas ilegales en Italia por el que el Lazio fue descendido, junto al Milan, a la Segunda División. Giordano fue descalificado por tres años y medio junto a otros compañeros entre los que estaba Pino Wilson, capitán del Lazio del primer scudetto. Redimido, Giordano volvió a jugar en 1982 y luego formó en el Nápoles un tridente estelar con Maradona y Careca (la MaGiCa llamaban los napolitanos aquella delantera) mientras el Lazio, arrastrado por otra investigación sobre apuestas clandestinas luchaba por no descender a la Tercera División.

Cuando, en 1988, el primer club de la capital -nació en 1900- volvió definitivamente a la Serie A, emergió una nueva figura: Paolo di Canio. Canterano del club, nacido en el barrio periférico del Quarticciolo, con 20 años marcó en su primer derbi contra el eterno rival, el Roma, y celebró su decisivo gol bajo la grada de los romanistas, como hacía Giorgio Chinaglia, refugiándose en el amor de la afición. Sin embargo, dos años más tarde, se fue al Juventus, Nápoles, Milan y luego vivió una larga carrera en Inglaterra. Volvió al Lazio, con 36 años, justo a tiempo para desatar polémicas. Él nunca tuvo problemas judiciales, pero alimentó el mito de unos símbolos del Lazio alejados de la moderación. Volvió a marcar al Roma y, denotando escasa maduración tras 16 años, volvió a celebrarlo encarándose a la grada giallorossa. Durante los dos años en los que estuvo no escatimó saludos romanos -tipo Mussolini y Hitler- a la grada, gestos que, juntos al dux que lleva tatuado en el brazo y su profunda amistad con los Irriducibili, el ala más extrema de la hinchada del Lazio, fomentó la leyenda de un equipo que se retroalimenta desde la banda de Chinaglia, irremediablemente fascista y proclive a la violencia. Ahora el que está en el disparadero es Signori. Quizá otra oveja negra.

El jugador del Lazio, Paolo Di Canio hace el saludo fascista a los aficionados del Olímpico de Roma.
El jugador del Lazio, Paolo Di Canio hace el saludo fascista a los aficionados del Olímpico de Roma.AP

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