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DESDE MI SILLÓN

El Zoncolan más humano

Hay puertos duros y menos duros. Fáciles y difíciles, largos y cortos, continuos y discontinuos, asequibles o inhóspitos. Hay puertos sencillos y complicados. Y hay subidas -porque el Monte Zoncolan era eso, aunque en realidad también es un puerto- inhumanas. Entre estas últimas yo destacaría dos, una en Italia y otra en España. La de hoy, y el Angliru. Las comparaciones son odiosas y no voy a caer en ellas. Yo solo digo que, para mí, más inhumano es el Zoncolan, aunque el otro no le queda muy lejos.

Y al igual que puertos, hay escaladores del más variado perfil. Escaladores puros, pequeños y ligeros -Rujano, Purito Rodríguez, Pantani o el mismo Igor Anton-. Escaladores longilíneos, altos y estilizados -El Chaba Jiménez era el ejemplo paradigmático-, o escaladores versátiles, corredores que lo hacen todo bien -Contador, quién sino, Menchov o el mismo Nibali-. A cada tipo de escalador le va mejor un puerto u otro, aunque a alguno como Contador le van bien prácticamente todos.

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El de hoy era un puerto para "Fuji" -nosotros le llamamos así en honor a su primera bicicleta-. También lo era el Grossglockner, pero menos, o también lo puede ser la llegada de mañana, Gardeccia-Val di Fassa.

"Fuji" es de esa clase de escaladores que se sueltan la coleta a partir del 10 %. Hasta ese porcentaje lo hacen muy bien, pero a partir de ahí es cuando ellos se sienten en su terreno y se manejan como pez en el agua. Por eso que ayer era un día ideal para él, tal y como demostró.

Las cifras del Zoncolan asustan; no en vano, el cartel de "Puerta del infierno" que uno atraviesa a 8 kilómetros del alto no es ninguna fanfarronada. 1200 metros de desnivel a superar en 10 kilómetros, o 1000 metros en los últimos 8. Eso no es duro; eso es terrible, inhumano.

Es un puerto que le exige a uno un duro examen de conciencia. Tú sabes cuál es tu ritmo y así es como debes subir. Tienes que ser honesto contigo mismo y nunca sobrepasar tu límite, pues si cometes el error de superarlo, puedes acabar echando pié a tierra. Error fatal que ayer nadie cometió, pues por lo que yo vi, todos supieron regular en función de sus fuerzas. Si acaso el más pirotécnico fue Joaquín Rodríguez, que se adelantó a Antón en el ataque, y perdió casi 2 minutos y medio en la línea de meta. Nibali o Menchov, dos ejemplos contrarios, hicieron una subida perfecta en la regulación, de atrás hacia delante.

Por eso que cuando vi a Fuji arrancando a lo Contador en este Giro -esto es, a 7 de meta, muy lejos, lejísimos más bien- supe que si no lo conseguía, no iba a andar muy lejos. Y me puse entonces la bufanda de Tifoso: ¡Vamos Fuji, arriba, no mires atrás!¡Venga figura, que te lo mereces!.

Y lo que más me gustó fue ver como lo inhumano, el infierno, dio paso a la humanidad, a la justicia poética. Fuji se merecía esta victoria, me atrevería a decir que casi más que cualquier otro. También se merecía ganar la Vuelta a España el año pasado, pero se quedó por el camino con un codo hecho papilla. Pero ayer el Zoncolan vino a saldar esa deuda. No hubo Vuelta, Igor, lo mismo que no hubo un invierno tranquilo, pues dejaste claro que tenías la carrera en tus piernas. Pero sí hubo Zoncolan, y no me negarás, que como premio de consolación no es algo grande.

De ahí mi alegría al ver a Fuji alzando el puño izquierdo con rabia. Y vi esa sonrisa de Fuji que no es nada difícil de ver, que no es ni forzada ni impuesta, pues surge de la manera más natural. La misma que la de ese corredor de Euskaltel que hace un tiempo desviaba su ruta de entrenamiento para pasar un rato conmigo -sin prisa ninguna- a la sombra de un frondoso plátano mientras yo permanecía estático en aquella silla con ruedas. Gracias Fuji por aquellos momentos. Gracias Fuji por lo de hoy. Y como no: ¡enhorabuena, amigo!.

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